Más Información
Suprema Corte va receso; analizan si se requieren ocho o seis votos para invalidar una reforma judicial
Comisiones del Senado definen terna para CNDH; la componen Paulina Hernández, Rosario Piedra y Nashieli Ramírez
Familia LeBarón comparece ante Tribunal Federal de Justicia Administrativa; exige reparación del Estado mexicano
PRI, PAN y MC tienen legitimidad jurídica para impugnar la reforma judicial, determina SCJN; cumplieron con requisitos
“Órale, abran hijos de la v...” : Comerciantes del Centro confrontan a policías; reclaman por cierres en Palacio Nacional
Convocatoria a la elección judicial continúa sin aspirantes; nadie se ha registrado, pero siguen las declinaciones
La declaración pasó quizá un poco desapercibida por suceder en pleno periodo vacacional. O tal vez porque simplemente la velocidad con la que hoy se genera nota —sea o no día festivo— es realmente notable. O probablemente por una combinación de estos dos elementos. No lo sé. El caso es que en pleno 29 de diciembre me encontré googleando “soberanía científica” con mucho interés y, reconozco, cierto desconcierto.
Resulta ser que la nueva directora general del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt), María Elena Álvarez-Buylla Roces, escribió ese día a través de su cuenta de Twitter un mensaje en el que hacía referencia a lo que describió como una “nueva etapa” en la vida de esa institución encargada de instrumentar, ejecutar y evaluar la política nacional de ciencia y tecnología del país (ahí nomás). En el mensaje, la directora adelantaba que en la administración del presidente López Obrador, el eje de la institución sería trabajar “por la soberanía científica y tecnológica del país”.
En más de 8 años de dedicar parte de mi tiempo a cubrir la fuente científica y tecnológica jamás había escuchado algo semejante. Por el contrario. Los esfuerzos de los países —sean potencias científicas y/o tecnológicas o no— han estado dirigidos a abrirse al mundo, porque solo la apertura les garantiza que puedan aprovechar, avanzar, innovar, adaptar y desarrollarse. Así es el mundo en el que vivimos hoy. De hecho, así ha sido siempre: esa es la historia del desarrollo de los avances científicos y tecnológicos. De eso se trata.
Esto no quiere decir, por supuesto, que una institución como el Conacyt no deba evaluar lo hecho hasta ahora, redefinir lo que considere que debe cambiar y, sobre todo, encontrar mejores formas de que la poca ciencia y tecnología que se hace en México se haga en mejores condiciones y con mayor potencial de impactar positivamente la vida de los mexicanos. Lo único que quiere decir es que una institución como el Conacyt simplemente no puede reescribir las reglas del juego global. Evaluar una política en ciencia y tecnología basándose en su nivel de soberanía es medir algo que no tiene ningún sentido y que no nos va a llevar a ningún lado. Es algo que, además, llena de incertidumbre —por su vaguedad, por su amplio espacio para determinaciones arbitrarias— a muchas mujeres y hombres que hoy ya hacen ciencia y tecnología en México (contra todo pronóstico y con mucho amor al arte).
Cierto, es difícil juzgar lo que quiso decir la funcionaria con ese tuit, pero justamente porque decidió usar ese medio y no responder a los cuestionamientos que generó, hay dos cosas que me quedan claras: primero, la nueva directora general debe explicar a la opinión pública y a las comunidades científicas y tecnológicas qué significa —en la práctica— eso de “soberanía científica” y cómo piensa instrumentarla. Las reacciones que he recogido en estos días por parte de investigadores, emprendedores, universitarios y académicos hacen evidente la urgente necesidad de abrir un debate sobre el tema y darles certidumbre. En segundo lugar, sería muy sano que ese diálogo se diera partiendo del reconocimiento de que hoy ya hay en el país miles de personas trabajando desde la ciencia y la tecnología para “atender los problemas nacionales más apremiantes”. Algunos apoyados por el Conacyt, otros no. Ahí están y muchísimos de ellos hacen cosas increíbles y trascendentes con nada o casi nada. El mensaje de la directora general pareciera desconocerlos o restarles valor. Si esa no fue la intención, bien haría en aclararlo. Por su importancia, por su historia, porque el futuro de muchas personas depende de ello, el Conacyt debe una explicación. Somos todo oídos.
Twitter: @anafvega