Todos los equipos de campaña andan muy activos en la coyuntura, tratando de ganar puntos en cada ciclo mediático. Pero en algún momento dado, van a tener que entrar a los temas sustantivos. La seguridad pública entre ellos. Y en México, los problemas de seguridad pública no se entienden sin referencia a las drogas y el narcotráfico.

Sobre el particular, va una lista de humildes consejos:

La erradicación de cultivos ilícitos es contraproducente. Los productores se adaptan a la intensidad de los esfuerzos de erradicación: mientras más plantíos se destruyen, más plantíos se siembran. Lo único que logra la política es desperdigar el fenómeno y afectar a más comunidades. Sugiero ser más estratégico y menos intensivo a la hora de erradicar.

Decomisar más droga no es necesariamente buena señal: existe evidencia de que mientras más droga se decomisa, más droga se manda. En consecuencia, la droga decomisada como porcentaje del total trasegado tiende a ser constante. Un incremento en los decomisos es habitualmente una señal de que más droga está pasando por territorio nacional. Eso no es buena señal.

El número de usuarios de drogas es un indicador que dice poco: cuando se presentan encuestas de adicciones, un dato domina los titulares: el número de mexicanos que han utilizado alguna droga en al menos una ocasión. Los medios hablan de millones de “adictos”. No hay que hacer caso. Ese dato incluye lo mismo al que se inyectó heroína ayer que al que fumó marihuana por última ocasión en 1993. Es más útil observar los indicadores sobre consumo en el último año y en el último mes, pero esas cifras también hay que tomarlos con cautela: en Estados Unidos, 75% de los consumidores de cocaína en el último mes consumió menos de dos días a la semana en promedio. Los usuarios de drogas que tienen un problema serio con su patrón de consumo son una minoría de una minoría de una minoría.

Las drogas con mayor impacto sobre la salud pública son legales: si a los candidatos y aspirantes realmente les preocupa el impacto del consumo de drogas sobre la salud pública, sugiero empezar con las que más daño agregado generan: el alcohol y el tabaco. El alcohol produce 30 mil muertes al año en México, el tabaco 60 mil. Esas cifras hacen palidecer todos los costos a la salud generados por todas las drogas ilegales.

Hay de narcomenudeo a narcomenudeo: las drogas se comercian de muchas formas. En principio, mientras más visibles sean las transacciones, más violento es el negocio: en vía pública, los vendedores están permanentemente expuestos a ser aprehendidos o atacados. Tienden por tanto a ir armados y las disputas a degenerar en violencia. Si en cambio las transacciones se hacen por teléfono y la droga se entrega a domicilio, pocos se enteran y pocos disparan. El objetivo a perseguir no debe de ser acabar con el narcomenudeo, sino empujarlo hacia modalidades discretas.

El narcotráfico no necesariamente produce (mucha) violencia: en México, identificamos al narcotráfico con masacres y balaceras. En Colombia también. Pero eso no es una constante universal: por Turquía pasa 75% de la heroína que se consume en Europa y ese país tiene una tasa de homicidio de 3.9 por 100 mil habitantes (seis veces menos que en México). Ese caso (y otros) muestran que, si bien desterrar al narcotráfico es una quimera en el futuro previsible, podemos contener la violencia. De hecho, ese debe ser el objetivo primario de la política de seguridad, no frenar los flujos de drogas.

Estas no son más que recomendaciones genéricas. Faltan otras y tal vez algunas sobran. Pero, en una de esas, le resultan útiles a alguien. Supongo.

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