El estado de Querétaro ha crecido mucho por múltiples razones. Una notable es su seguridad relativa. Allí se sale a la calle con tranquilidad. Allí no hay temor que multiplique alarmas, bardas, cámaras y cerrojos. Allí no es tierra de narcos ni hogar de extorsionadores. Allí no pasa nada.

O, más bien, no pasaba. En el último año, se han acumulado señales de que el estado ya no es un oasis de paz, aislado de las tendencias nacionales.

Ayer, una nota de primera plana del diario Reforma hablaba de una ola de asaltos en Querétaro, particularmente en la capital estatal. Mencionaba igualmente el ascenso de ciertas formas de violencia criminal.

Pero el problema parece ser más serio que lo descrito en ese reportaje. En primer lugar, Querétaro ha empezado a tener ejecuciones al estilo mafioso. El 10 de julio pasado, un pistolero solitario mató a tiros al dueño de un restaurante y a tres escoltas en el municipio de El Marqués, pegado a la capital del estado.

En mayo, un notario, primo de un diputado federal, fue acribillado en pleno centro de la ciudad de Querétaro, cuando iba llegando a su despacho ¿El móvil? Un presunto despojo, según las autoridades.

Apenas la semana pasada, una funcionaria judicial del estado fue asesinada a balazos. junto a sus dos hijos, en su casa, ubicada en San Juan del Río.

Cada uno de estos hechos (y otros más) ha sido descrito por las autoridades queretanas como un incidente aislado. Y tal vez lo sean. Pero la acumulación de incidentes aislados hace tendencia y la tendencia no apunta en la dirección correcta.

En los primeros seis meses de 2016, 66 personas fueron asesinadas en el estado de Querétaro, según datos del Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública. En el mismo periodo, el número de víctimas de homicidio doloso ascendió a 94, 42% más que el año previo.

Esas cifras siguen siendo reducidas en comparación con los estados vecinos y con el país en su conjunto. De mantenerse la tendencia actual, Querétaro va a cerrar el año con una tasa de homicidio cercana a 10 por 100 mil habitantes. Eso equivale a menos de la mitad de la tasa nacional y dos veces y media menos que en Guanajuato.

Sin embargo, en comparación con sí mismo, la situación de Querétaro es desalentadora. La tasa de homicidio de 2017 podría acabar siendo dos veces mayor que la registrada en 2014. Dicho de otro modo, en espacio de tres años, Querétaro va haber pasado de parecerse a Aguascalientes a parecerse a Puebla.

Además, el asunto no se limita a los homicidios. Según la Asociación Mexicana de Instituciones de Seguros, el robo de autos en la entidad aumentó 29% en los doce meses previos a junio de 2017, en comparación con los doce meses anteriores.

Con toda certeza, no hay una causa única detrás de este incremento de la incidencia delictiva. El vecindario de Querétaro es complicado y puede ser que, por ejemplo, la escalada de violencia en Guanajuato esté teniendo algún efecto sobre el lado queretano de la frontera. También es posible que esto refleje el impacto de una migración acelerada hacia la entidad.

Pero, cuales quiera que sean los motores de las tendencias recientes, hay un dato que no se puede omitir: Querétaro ha registrado tasas casi asiáticas de crecimiento económico desde hace una generación. Es, en muchos sentidos, la gran historia de éxito económico del México contemporáneo. Y, aun así, sus niveles de delito violento van al alza.

Querétaro debería de servir de correctivo para los que suponen que la seguridad es un mero subproducto del desarrollo económico y social, que basta con acelerar el ritmo de crecimiento económico para pacificar al país.

Lo siento, pero la cosa no es tan sencilla.

alejandrohope@outlook.com.
@ahope71

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