El viernes, en plena celebración de la Semana Santa, un grupo de malnacidos irrumpió en una fiesta familiar en Minatitlán, Veracruz, y abrió fuego indiscriminadamente. Al momento de escribir esta columna, se contaban trece víctimas mortales, incluyendo a un niño de dos años.
¿Qué motivó ese acto de barbarie? Al parecer, un fallido intento de secuestro: los asesinos buscaban plagiar a un hombre que se había escondido en la fiesta. Al no ubicarlo, dispararon a mansalva y salieron huyendo.
Ese es el contexto inmediato. Pronto vendrán las explicaciones de siempre: huachicoleo conflicto entre bandas, disputa por la plaza, ajustes de cuentas. Pero eso no explica el salvajismo ¿Por qué el ataque indiscriminado contra una multitud? ¿Por qué la saña?
Porque no hay rayas en la arena.
¿Qué significa eso en concreto? A riesgo de sonar a disco rayado, voy a repetir lo que escribí en estas páginas hace algo más de un año, luego de una masacre en Nuevo León (http://bit.ly/2UNpru2):
“Primero, el costo marginal de la violencia es cero: para un posible asesino, el riesgo de ser capturado no cambia mayormente si mata a una persona o a ocho. Da igual si sólo asesina a un ser humano que si lo descabeza, desmiembra y cuelga de un puente. No tiene incentivo a racionar la violencia.
Segundo, la sanción es incierta. Por motivos diversos, un caso puede adquirir relevancia suficiente para detonar una respuesta extraordinaria de la autoridad que conduzca a la captura de los responsables. Pero los delincuentes no saben, ex ante, en qué casos va a haber una reacción de ese tipo. De cualquier forma, lo más probable es que no suceda. Los delincuentes, por tanto, se la juegan.
Añádase al coctel otro dato: desde la perspectiva de los delincuentes, los actos extremos son útiles. Las expresiones públicas de brutalidad son prácticas de eficacia probada: inhiben a los rivales, intimidan a las víctimas potenciales y ayudan a preservar la disciplina interna. En esas circunstancias, cuando lo extremo es eficaz y no genera costos adicionales, lo que sorprende no es que los delincuentes opten por matar a mansalva, sino que no lo hagan más a menudo.
En resumen, esta locura tiene método. Las masacres tienen lógica. No suceden solo porque sí. Suceden porque hemos mandado el mensaje de que no nos importan.”
¿Qué hay que hacer entonces? Mandar el mensaje contrario. Poner en claro que los actos extremos detonan en automático una reacción excepcional de las autoridades.
Eso significaría que, por ejemplo, el gobierno haga explícito que todos los casos con ocho y más víctimas mortales serán atendidos con recursos extraordinarios. No más masacres de Minatitlán sin respuesta vigorosa y automática.
Si la advertencia se comunica adecuadamente y se ejecuta cuando es necesario, los asesinos empezarían a detenerse antes de la raya. Empezarían a racionar la violencia. Gradualmente, conforme fueran creciendo las capacidades del Estado, se incorporarían otro tipo de incidentes.
Por supuesto, hay muchos detalles por resolver en esa idea. Y todo depende de la ejecución de la estrategia. Pero lo que importa es el principio general: mientras genere el mismo costo matar a una persona que a trece, se van a seguir reproduciendo las masacres.
Inevitablemente.
NOTA: En un fin de semana terrible, se registró una noticia medianamente positiva. En marzo, de acuerdo a cifras del Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública, el número de víctimas de homicidio doloso y feminicidio creció 3.6% contra el mismo mes de 2018. Se trata de la menor tasa de crecimiento anual desde octubre (3.4%). El miércoles haré algunos comentarios adicionales sobre el tema.
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