En algún momento de Austin Powers: The Spy who Shagged Me (Roach, 1999), el “Hombre internacional de misterio” (Mike Myers) está a punto de viajar en el tiempo de vuelta a los años sesenta para recuperar cierto artefacto robado por Mr. Evil (también interpretado por Mike Myers). Pero justo antes de partir, el agente secreto reflexiona la paradoja temporal que provocaría este viaje, a lo que su jefe (Michael York), rompiendo la cuarta pared, le dice -y nos dice a nosotros, el público- que “no nos precupemos por esas cosas y mejor disfrutemos el viaje”.

De esa misma forma es como los guionistas de Avengers: Endgame eluden explicar la paradoja del viaje en el tiempo. Luego de que Ant-Man (Paul Rudd) regresa milagrosamente del llamado quantum realm, se le ocurre que hay que volver al pasado, recuperar las gemas del infinito (así como Austin Powers recupera su mojo), y con un chasquido de dedos, traer de regreso a todos los caídos en la entrega anterior.

¡Gran plan!, claro está, pero cuando la evidente paradoja que implica un viaje al pasado se hace explícita, Bruce Banner (ahora HULK de tiempo completo) junto con Iron Man (Robert Downey Jr.) y otros más, intercambian palabrería quesque científica para así justificar su “viaje en el tiempo”. Es decir, poco les faltó para hacer lo que Austin (quien a la par resulta mucho más honesto con su público) y romper la cuarta pared para pedirnos que nos relajemos, no pensemos y que mejor disfrutemos el viaje.

De ese nivel es el guión de Christopher Markus y Stephen McFeely para la que algunos críticos mexicanos califican como “la más grande obra maestra jamás creada alrededor de la cultura pop”. ¡Bueh!, por favor, que sea menos, ya Austin Powers lo había hecho antes y sin tanto bombo y platillo.

Quienes esperen buen cine de Avengers: Endgame, que esperen sentados. No recordaremos a ninguna de las 22 películas Marvel como obras de gran cine, simple y sencillamente porque no lo son (y probablemente nunca lo intentaron ser, no era necesario para el negocio), pero sí recordaremos ciertos momentos, muchas risas e incluso (irónicamente) a algunos directores que en el camino dieron más de lo que pedían los jefes del corporativo. Directores como Taika Waititi, James Gunn y Kenneth Branagh quienes no se limitaron a ser viles maquiladores o que en todo caso supieron empatar sus pasiones autorales al modelo de negocio. El trato fue benéfico para todos.

Luego entonces si no hay cine, algo debe estar haciendo bien Marvel y Endgame como para que la gente sea capaz de comprar boletos en el horario de las cuatro de la mañana. Se trata, claro, de la nada despreciable habilidad de Marvel para hacer de esto un evento. Ya no es tan común encontrarnos con cintas de ese calibre, Marvel-Disney vienen planeándolo desde hace 10 años. Imposible no querer ser parte de esta conversación.

Pero el gran éxito de esta cinta es en realidad el único gran éxito de Marvel en esta época: el humor. Contrario a lo que podía esperarse, Endgame no es una cinta solemne o “seria”. Los directores, Anthony y Joe Russo, hacen de esta despedida una gran fiesta de risas y gags. Su compromiso con el humor es tal que son capaces de llevar un chiste (el de Thor gordo) hasta sus últimas consecuencias.

Directores también de varios capítulos de la afamada serie Community, los Russo ponen en práctica aquello que en el set de televisión les funcionaba muy bien: la remezcla pop. Así, la gran sorpesa es encontrarnos que Endgame es en realidad una cruza entre Volver al Futuro (Zemeckis, 1985) y el MCU. Así, los Avengers visitan algunas películas del pasado, se encuentran consigo mismos en la batalla de Nueva York de The Avengers (2012) o igual interrumpen el tan celebrado inicio de Guardians of the Galaxy (Gunn, 2014).

Definitivamente es divertido pero, de nueva cuenta, no es precisamente innovador: apenas el año pasado, Steven Spielberg en su muy subvalorada Ready Player One (2018), metía a sus protagonistas a buscar un objeto la película de un amigo suyo, un tal Stanley Kubrick.

El espectáculo pretende ocultar una estructura espectacular (por ostentosa) pero claramente endeble. Con toda pereza, los directores se empantanan en su propio juego y lo resuelven de las maneras más pobres e indignas: ya sea con un vil Deus Ex Machina (una rata resulta ser la verdadera heroína de esta historia, o al menos en todo caso esa rata hace más en esta película que la todopoderosa Captain Marvel), ya sea con diálogos de exposición, o simplemente ignorando las paradojas de la trama.

¡Al diablo la coherencia! Al fin que todos aquí estamos por los trancazos, no por el cine.

Si la trama no es innovadora, y la estructura se tambalea, lo que queda es el humor, y en ese rubro esta cinta es un auténtico triunfo. El timing y la química de los actores prevalece durante toda la película en un compromiso absoluto con el humor, al grado que en algún momento de las tres horas de duración parece que estamos más en un sitcom que en una película de superhéroes. Endgame se convierte en una heist movie al estilo del propio Ant-Man (Reed, 2015) y no tanto en una película densa de superhéroes tipo Avengers.

Así, con el humor, la nostalgia y el fan service como estandarte (con referencias incluso al cine de los Coen) los Russo logran armar una pieza endeble en su cimientos pero poderosamente divertida en sus gags, bromas y ritmo cómico de un cast sobrepoblado pero bien dosificado para que el grupo principal nunca pierda el centro a pesar del alud de personajes que por momentos pueblan la pantalla.

La acción tampoco merece reproche alguno. La cámara de Trent Opaloch se permite, por instantes, algunos encuadres interesantes, como aquellos planos generales donde lo único reconocible a distancia son las siluetas del Capitán América y Thanos a punto de romperse la crisma, o ciertos planos secuencia interesantes y llamativos.

Las batalla monumental está bien filmada, privilegiando siempre la emotividad más allá del despliegue visual: Steve Rogers empuñando el mazo de Thor, Spider-Man regresando de la muerte en fraternal abrazo con Iron Man, o el Capitán América gritando: Avengers assemble! El cine se cae de la emoción y no es para menos.

Al no tener tantas servidumbres que cumplir (y si muchos contratos por finiquitar) la sensación de peligro -¡milagro!- es real: cualquiera podría morir… o bueno, casi cualquiera que no tenga ya amarrado una secuela. Pero si la trama parece tener más libertad que todas las cintas anteriores, lo que los Russo no pueden permitir es que no se cumplan los puntos de la agenda moral: un guiño de poder para la comunidad afroamericana, check!, un guiño para las mujeres y su poderío actual (aunque el homenaje dure dos segundos, o que Scarlett Johansson sea sacrificada como una madre que muere por sus hijos), check!, cero alusiones o close ups al trasero de Scarlett o cualquier otra mujer, check!, alusiones y close up al trasero de un hombre, super check!, así sea para demostrar ser muy open mind.

¿Eran necesarias estas tres horas para cerrar una década de cine basado en superhéroes? Por supuesto que no, la duración de esta cinta es más un statement, una demostración de poderío, de dimensiones, de capacidad económica. Big is better.

Así pues, no hay buen cine ni buen guionismo en Endgame, pero sí hay buenos chistes, buenos gags y una autocelebración a la cultura nerd, a Marvel y a los cómics. Por primera vez en diez años no hay escena post-créditos. El MCU cierra con el desamparo de no saber qué vendrá, aunque siempre estará el recurso del reboot, el remake, o el salto temporal. Por que al final no importan los contratos ni el paso del tiempo, lo que importa es que la máquina registradora siga sonando, y seguro lo hará.

Aunque eso sí, jamás la perdonaré a esta película que de tantos y tantos personajes que aparecen en ella, no le dieran chance de al menos un minutito al mejor personaje del MCU: Luis (Michael Peña). ¿O qué, no les gusta Moz?

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