Detrás de la edición facsimilar de Incidentes melódicos del mundo irracional de Juan de la Cabada, ilustrada por Melecio Galván, hay muchas historias, todas insólitas. Conocerlas te lleva a concluir que la existencia del libro que se presenta hoy es un milagro.

Cuando Amaranta Galván me mostró los dibujos originales plasmados a tinta en una libreta y me permitió hojearla, con todo y guantes mis manos temblaron. Porque en 1982, cuando mataron a su padre en Chalco, en condiciones extrañas y nunca aclaradas por la policía, la libreta había estado en sus manos horas antes de morir y porque a este artista fuera de serie le quitaron la respiración justo cuando ilustraba el cuento maya de Juan de la Cabada.

Muchos años antes, durante la travesía de Nueva York a Francia en un viaje compartido hacia Europa, Juan de la Cabada le contó a su amigo Silvestre Revueltas la fábula Incidentes melódicos del mundo irracional. Poco después, según testimonio del propio escritor campechano, él mismo perdió el manuscrito en España. Tres años más tarde, a finales de septiembre de 1940, el genial compositor le marcó a su casa para pedirle de nuevo aquella historia y los motivos musicales de los que le había hablado, pues tenía el encargo de una obra para el ballet de Montecarlo... El autor de Redes, La noche de los mayas y de partituras para ballet como El renacuajo paseador, moría el 5 de octubre, unos días después de esa llamada. Fue entonces que De la Cabada reescribió la fábula, publicó el libro en 1944 con grabados originales de Leopoldo Méndez y lo dedicó a la memoria de Silvestre Revueltas. Una edición posterior, de 1974, llegó a manos de Melecio Galván, profundo admirador de Méndez, de Juan de la Cabada y de Revueltas y decidió darle nueva vida al relato en un lenguaje más cercano a la historieta que a la ilustración clásica.

El virtuosismo de Melecio recorre cada letra de una tipografía a mano diseñada por él y luce en sus propias ilustraciones a tinta china. La fábula narra lo que sucede en un poblado entre las selvas de Campeche cuando los protagonistas, el señor Ardilla y su esposa Doña Caracol, salen de su cueva y se encaminan hacia el bosque alejándose de casa.

Melecio muere justo cuando ilustraba la muerte del señor Ardilla y el dolor de su compañera Doña Caracol que canta su pena. La versión de La Prensa, es que un desconocido se había presentado en la comandancia pidiendo que le prestaran una pistola porque quería matarse. O bien, que le dispararan ahí mismo. “Cuando vio que no cumplían, se retiró dejando en la barandilla dos libretas con extraños dibujos…”. Como no lo mataron, dice el pie de foto, decidió suicidarse, según la policía. Lo cierto es que apareció colgado de un alambre, con las venas cortadas y evidentemente golpeado. El artista tenía 37 años, múltiples proyectos en marcha, un talento fuera de lo común, un compromiso con el arte y las luchas sociales de su momento, y una hija de 12 años a la que le enseñó a soñar, la vistió de tinta y la llevó a su serie Las Amarantas que forma parte de su versión ilustrada, aún inédita, de Cien años de soledad.

Las dos libretas de dibujo con todos los prodigios que las habitan y los estilógrafos que llevaba Melecio el día que murió, llegaron a manos de sus padres y años después a las de Amaranta, que ha dedicado su vida a la difusión de la obra de su padre con la complicidad de sus “tíos” del grupo Mira y, en esta ocasión, de la editorial La Duplicadora.

Mientras le da vida al legado artístico de Melecio, Amaranta nos regala, en tiempos de odio, una historia de amor: la de Caracol y Ardilla, por un lado, y la de una hija por un padre cuya mayor herencia, dice, ha sido “amar encabronadamente la vida”.

(La presentación del libro es hoy, a las 17 horas, en el Aula Magna del Centro Nacional de las Artes).

adriana.neneka@gmail.com

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