Un día lo escuché decir: “Hace falta pasarse para saber dónde están los límites” y la frase se me quedó a vivir por dentro. Por eso, cuando recorro su exposición Autorretrato en Blanco y Negro en el Claustro de Sor Juana, entiendo que su osadía con el barro, con el torno y la cerámica de alta temperatura y con el lenguaje de las formas y la técnica impecable, lo llevan más allá de una muestra sublime de piezas, a compartir con el visitante el camino que durante 50 años lo ha convertido en Gustavo Pérez.

El artista ha hecho suya la Celda Contemporánea del claustro. Afuera queda el caos. Dentro, el asombro. Nos atrapa la belleza en las dos primeras salas sin imaginar la tercera. Sobre una larguísima mesa, más de 200 piezas, en su mayoría recientes (2017-2019), nos invitan a descubrir un proceso creativo en blanco y negro, las infinitas posibilidades de la forma, el diálogo de lo orgánico con lo geométrico, la abstracción y la figura, la alfarería y la escultura, la tradición y el diseño contemporáneo. Se trata de un paseo visual por la bitácora artística de Gustavo Pérez, quien deja su rastro, único, en esa instalación, pero también en el subsuelo novohispano donde podemos ver a través del cristal bajo los pies, un sendero de piezas suyas, como huellas del presente que dialogan con el siglo XVI. Como dialoga la obra del artista con sus grandes maestros Hans Coper y Brancusi. O, en México, con Gunther Gerzso, Carlos Mérida y Vicente Rojo. Y con sus contemporáneos, Gabriel Macotela, los Castro Leñero, Saúl Kaminer, Francisco Toledo o Jan Hendrix.

Aquel Autorretrato que mostró hace tres años en el Museo de Antropología de Xalapa y el más reciente en el Museo de Arte y Diseño en San Francisco, California, anteceden a la exposición actual que contiene un 80 por ciento de obra nueva y cuyo montaje realizó él mismo. Me cuenta el ceramista que parte del proceso creativo consiste en el ejercicio de su propia curiosidad, acerca de lo que descubrirá durante la instalación de su obra en espacios diferentes cada vez. Si en Xalapa quiso hacer con 5 mil piezas un enorme tapiz de cerámica “y me encontré con una ciudad”, ahora “me encontré con un río, esa forma alargada en la que los elementos, las líneas que lo componen y las familias de formas no tienen manera de atravesarse y ondulan a lo largo del espacio”.

Le pregunto si la inmensa producción de piezas que realiza en poco tiempo se debe a una obsesión. Para nada, me dice, todo esto es resultado de las jornadas diarias de trabajo en mi taller. “Es lo que tiene que hacer alguien con la suerte inmensa y el privilegio de dedicarse a lo que le gusta hacer. Si uno tiene esa fortuna, tiene que estar comprometido a fondo con ella. No se puede tomar a la ligera. Hay que valorar el privilegio que representa dedicarse a la creación”. En su dominio de la técnica ¿busca la perfección? No, aclara, es una necesidad de precisión.

¿Y qué hay de su relación con las formas de la naturaleza que parecen fractales? “A la naturaleza no hay que copiarla, porque ella ya hizo lo suyo maravillosamente. Lo que sí es atractivo es intentar trabajar como la naturaleza, es decir, probando todo, y ya sobrevivirá lo que tiene validez y funciona. Lo que a la realidad no le gusta, se quiebra. Lo cierto es que tengo la obligación absoluta de intentar lo que se me ocurra. Al probar cosas absurdas, grotescas, ridículas o sin sentido, de pronto aparece algo importante. Tienes que intentarlo, ahí sabrás si vale la pena o si debiste detenerte. Al echar a perder, al pasarte, algo se destruye, pero descubres un límite y siempre hay que empujar hacia los límites. Como un juego”.

Su exposición estará abierta hasta fines de agosto. Luego ira al Museo Felguérez en Zacatecas.

¿Siempre será su obra un autorretrato? Responde: “En cierta forma sí, pero no lo pienso, lo hago y ya. Somos lo que hacemos. Y en cada cosa nos estamos retratando”.

adriana.neneka@gmail.com

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