Hoy, cuando la mitad de la humanidad está en línea, Tim Berners-Lee, el inventor de la World Wide Web, conmemora el 30 aniversario de la Red con una propuesta: rescatarla para poner de nuevo al ciudadano, al bien común y a los derechos humanos en el centro.

Quien hizo posible la multimedia, esto es, la circulación de hipertexto, sonido, color y video en el ciberespacio hace pública su propuesta el 12 de marzo y dice que, así como alguna vez el mundo se puso de acuerdo y redactó la Declaración Universal de los Derechos Humanos, hoy es momento de que se una para salvar la Web.

Tres días después, un hecho atroz le deba la razón: Brenton Tarrant asesinaba a 49 musulmanes en Nueva Zelanda al tiempo que, armado con una cámara GoPro, difundía la matanza en directo vía Facebook Live. Y no sólo millones la vieron, sino que retransmitieron la escena vía Youtube, Twitter, Instagram, WhatsApp. Facebook eliminó la cuenta de Tarrant cuando la policía le dio aviso, pero entonces el video ya se había diseminado sin control.

Y es que, para más de 2 mil millones de usuarios, Facebook tiene 15 mil “moderadores de contenido” repartidos en 20 ciudades. Nada tan cerca de Black Mirror como lo que revela el reportaje de Casey Newton en The Verge, medio especializado en cultura y tecnología. Describe las condiciones inhumanas en las que trabajan jóvenes de entre 20 y 30 años y las consecuencias en su salud mental luego de la exposición permanente a videos de crímenes, suicidios, acoso, discursos de odio y actividades inenarrables en línea: depresión, ansiedad, delirio de persecución, ataques de pánico, disociación, insomnio y aislamiento. Con muy poco apoyo psicológico en el Trauma floor, como titula el autor su investigación, la mayoría de los moderadores renuncia antes de un año.

Para estudiosos como el italiano Franco Berardi, nuestro cerebro es incapaz de contextualizar, discernir entre bueno y malo o falso y verdadero, frente a la velocidad de las redes sociales. De ahí que vivamos una época de mutación y de “patologías masivas” como la ansiedad y la depresión.

Berners-Lee identifica tres fuentes de disfuncionalidad principales en la Web. Primero, la piratería, los ataques informáticos patrocinados por un estado, las conductas delictivas y el acoso en línea. En segundo lugar, los sistemas que por diseño crean incentivos “perversos” y sacrifican los intereses del usuario, como los modelos de negocio basados en la publicidad que recompensan comercialmente el clickbait (ciberanzuelo) y la viralización de información falsa. Y los buenos diseños que, sin embargo, generan consecuencias negativas como “el tono y la calidad atroz y polarizada del discurso en línea actual”.

En su propuesta invita a los gobiernos a elaborar leyes y códigos que protejan mercados innovadores y abiertos, pero también los derechos y libertades de los usuarios. A las empresas, a rediseñar mejores prácticas comerciales e incentivos que no pasen por encima de los derechos, la diversidad, la seguridad y la privacidad de las personas. Y los ciudadanos, advierte, deben hacer rendir cuentas a empresas y gobiernos y exigir que se respete la Web como una comunidad global, para el bien común, que tiene a los ciudadanos por centro. “Si no elegimos políticos que defiendan a la Web como espacio libre y abierto, si no ponemos de nuestra parte para alentar mejores contenidos y conversaciones en línea y si seguimos haciendo click en Aceptar sin exigir respeto al derecho sobre nuestros datos, eludimos nuestra responsabilidad de poner estos temas entre las prioridades de nuestros gobiernos”.

La Web Foundation trabaja ya con gobiernos, empresas y ciudadanos en la elaboración de un nuevo contrato que se dará a conocer a fin de año. Para el británico, es el paso de nuestra adolescencia digital a un futuro más maduro, responsable e inclusivo. Dice: “La Web es para todos y colectivamente tenemos el poder de cambiarla. No será fácil. Pero si soñamos un poco y trabajamos mucho, podemos obtener la Web que deseamos”.



adriana.neneka@gmail.com

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