Texto: Consuelo Juárez

Fotos actuales: Consuelo Juárez y Daniel Lávida

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Miguel Ángel Garnica

Caminar por la ciudad de México es siempre una aventura. Si miras hacia arriba, sólo el Centro Histórico alberga majestuosas vistas de las fachadas de edificios virreinales; en el zócalo, la bandera ondea poderosa frente al palacio nacional; y en la entrada de Madero, se observa una torre gigante que ha sobrevivido a los sismos más potentes en la historia de nuestro país.

¿Pero qué pasa si miras hacia abajo? te encuentras a personas que, sentadas en el suelo, con ropa maltrecha y cansadas, extienden sus manos sucias pidiendo una moneda. A veces sin extremidades, con dos o tres niños corriendo alrededor, o un bebé atado a un rebozo durmiendo más de lo que tendría que dormir en el pecho de su madre.

En 1925, EL UNIVERSAL ILUSTRADO publicó una serie de entrevistas a mendigos de distintas partes de la ciudad de México en una sección llamada “México Pintoresco”, con el título “Piden pan”. En él se imprimieron las anécdotas de aquellos desafortunados que debían rogar por dinero para poder sobrevivir.

“Al amparo de las iglesias, se inmovilizan los mendigos tomando aspecto de cariátides, la mano tendida al transeúnte implora una limosna y el gesto de amargura o de dolor es el grito imperativo de los que solamente saben plañir.”


El militar que se volvió mendigo
 

“Cerca del edificio de la suprema corte de justicia, un mendigo mastica eternamente su plegaria, a su lado un chiquillo se divierte arrastrando envases de sardina soñando en un ferrocarril...”

 

Así empieza la historia del primer mendigo, un “héroe olvidado” de la Revolución, militante de las filas de Madero, quien llegó a obtener el grado de teniente, además de caballos, asistentes y dinero en abundancia. Su fortuna le concedió un matrimonio con una guapa muchacha de la ciudad. El niño rubio que lo acompañaba era el fruto de ese amor.

Su suerte terminó con la Decena Trágica, en donde el hombre recibió un cañonazo que le rompió ambas piernas, por lo que no pudo mantener su cargo en el Ejército. También le trajo “largos días de hospital y un gran desengaño de la mujer infiel que se va para siempre”. Un “buen día”, contó el mendigo, terminó en la calle viviendo “de milagro y de limosnas”. La imagen de este hombre y su hijo es la que vemos en nuestra foto principal.

“Vida tan perra como la mía pocas habrá, pero no hay dónde escoger otra”, dijo el hombre, mientras volvía a fingir ceguera para provocar la lástima de los transeúntes y el periodista se alejaba.


La niña de los ojos cafés
 

Niños pidiendo limosna, ya sea solos o en compañía de sus padres, son una postal común para los habitantes de esta ciudad. Bajo el sol y con una temperatura que supera los 26 grados centígrados, se encuentra sentada sobre la calle de Madero, en el Centro Histórico, una niña de 12 años, quien dice su edad, pero no su nombre, tocando el acordeón.

 

Hay quienes la miran de reojo, y quien descuidadamente deja caer una moneda dentro de la vasija naranja de plástico frente a ella. Me acerco y cuento, dos pesos. Saco de mi bolsillo otros dos y los arrojó. Caen fuera de la vasija y me agacho a recogerlos.

-¿Quién te enseñó a tocar?- pregunto aún en cuclillas. La niña me mira con unos ojos cafés demasiado claros, deja de tocar y sonríe:

-Mi papá me enseñó para que me viniera a trabajar, llego desde temprano, como desde las 10, vivo en Pantitlán.

-¡¿Y vienes solita desde allá?!

-No, ahí está mi mamá con mi hermana.

Piden dinero en la calle desde hace un siglo
Piden dinero en la calle desde hace un siglo

La niña del acordeón pide dinero sobre la calle de Madero.

La madre sostiene a una bebé de aproximadamente un año. Está sentada sobre el escalón de un edificio. Con la otra mano estira otra bandeja de plástico mientras me mira recelosa.

Volteo de nuevo a ver a la niña de ojos bonitos.

-Oye ¿y vas a la escuela?

-Ya no, porque me tengo que venir a trabajar.

Volteo a ver su bandeja una vez más y pregunto:

-¿Y te va bien?

-Pues no tanto - y señala también al recipiente con su cabeza, como diciendo “mira”.

Por Madero circulan alrededor de 10 mil personas por hora, según la Autoridad del Espacio Público de la Ciudad de México, y hay sólo cuatro pesos en esa bandeja. Me despido y la niña vuelve a tocar su instrumento.


¿Historias verdaderas?
 

Las monjas también pedían limosna. El periodista del ILUSTRADO siguió a varias “madrecitas” por la ciudad “alegres y confiadas” mientras reunían fondos para lo que decían eran “obras de beneficencia”. “Van por las avenidas, pasean en los jardines y a veces se disputan la primacía en las gradas de la plaza de toros”, relata la publicación de 1925.

 

Piden dinero en la calle desde hace un siglo
Piden dinero en la calle desde hace un siglo

Las monjas pedían dinero en las calles de la ciudad. EL UNIVERSAL ILUSTRADO 1925.

Sin embargo, al parecer, el periodista se encontraba escéptico y dudaba del uso de ese dinero. Y es que en esta ciudad, también reina la incredulidad, de la que fui víctima yo también al platicar con un muchacho.

En la entrada del Templo Expiatorio Nacional San Felipe de Jesús, en la calle Francisco I. Madero, un joven se encuentra sentado, casi escondido, entre la puerta y la pared del recinto. Tiene un letrero de cartón que indica que es estudiante y que le robaron sus cosas. Me acerco a darle unos pesos.

-Hola ¿dónde te robaron, dónde estudias? ¿Qué te robaron?

-En Tlalpan, de hecho iba saliendo de la escuela, del CETIS 154, y me quitaron mi mochila con todas mis cosas.- Dice intercalando sus palabras con muecas de tristeza.

-¿Y vives por ahí?

-No, de hecho vengo de Querétaro, y por eso estoy pidiendo dinero, para regresar, mira aquí tengo la dirección y todo, pero me falta el dinero para pagar el transporte -explica mientras me muestra un pedazo de papel cuadrado con una dirección y la palabra Querétaro en grande y subrayada.

-¿Y cuánto tienes aquí, cuánto dinero llevas?

-Llevo aquí tres días- y deja ver una sonrisa triste mientras abre su mano que sostiene una moneda de 10 y las que yo le acabo de dar, 12 pesos. Me levanté deseando que mi incredulidad fuera infundada y el muchacho lograra reunir lo necesario para volver con su familia.

Según su publicación en el semanario, el reportero se alejó también de las monjas con pensamientos sombríos. “Y sin embargo,- decía- los niños huérfanos siguen muriéndose de frío acurrucados en los quicios de la ciudad y soñando con las mentiras de las letras de molde”.


Mendigos por discapacidad
 

En 1925, un mendigo dormía con la mano extendida en las escaleras de una iglesia. Sobre la mano cayó una moneda de cobre que lo despertó. Se llamaba Domingo Alarcón y era ciego de nacimiento. Pedía limosna desde 1875.

 

“El oficio de limosnear es todo un oficio”, dijo al periodista y procedió a explicar con lujo de detalle los consejos para tener éxito en aquél “trabajo”. “No hay que estacionarse en un sitio, porque las gentes se acostumbran a mirarnos y se hacen a menudo esta absurda reflexión: ‘A este ya le di ayer… Lo socorreré mañana’. Y no piensan, sin embargo que hay que comer todos los días.”

Sobre su vida, el mendigo habló brevemente. “Vida sin emociones, tranquila. Para morir feliz solamente pediría una cosa, ver un minuto el sol y deslumbrarme”.

Piden dinero en la calle desde hace un siglo
Piden dinero en la calle desde hace un siglo

El mendigo ciego sentado sobre las escaleras de una iglesia de la ciudad. EL UNIVERSAL ILUSTRADO, 1925.

En su página de internet, el Consejo Nacional para la Prevención de la Discriminación (CONAPRED) asegura que la mayoría de las personas con alguna discapacidad vive en pobreza o depende económicamente de algún familiar, por la discriminación y exclusión que sufren en el ámbito escolar, médico, laboral y porque falta más apoyo por parte de las autoridades y de la población en general.

Según datos del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi), retomados por CONAPRED, el 6.6 por ciento de la población mexicana sufre de alguna discapacidad, que implica la dificultad para caminar o moverse; ver y escuchar; hablar o limitaciones mentales.


El señor del bastón
 

En la acera sobre avenida Juárez, justo frente al Palacio de Bellas Artes, se encuentra un hombre de 60 años hincado, estirando una mano y deteniendo un bastón con la otra. “Ayúdeme con una moneda, tengo una discapacidad, no puedo caminar bien, ayúdeme”, clama el anciano.

 

-¿Sabe dónde está la calle Donceles?- Le pregunto después de darle una moneda.

-De la esquina, dos cuadras a la izquierda.

-Usted conoce bien el centro, ¿verdad? ¿Cuánto tiempo lleva viniendo aquí?

-Llevo toda la vida viviendo aquí y pido desde hace cinco años, cuando me llevaron a un asilo que es del gobierno y me dijeron que iba a tener un lugar para dormir y para comer, pero ahora lo que me falta es dinero para ir al doctor, porque ahorita estoy enfermo y no me alcanza para que me atiendan- explica señalando con la cabeza el bastón.

-¿Pero en el asilo no lo llevan al doctor?

- Es que necesito un especialista, al asilo ya nada más voy a dormir.

-¿Y la gente sí lo ayuda?

-Pus sí me dan, pero no lo suficiente - dice el señor que, a su edad y enfermo como se ve, no

debería estar pidiendo dinero en la calle.

Piden dinero en la calle desde hace un siglo
Piden dinero en la calle desde hace un siglo

El señor del bastón pide dinero frente a Bellas Artes.


El anciano del violín
 

En el metro Hidalgo, bajando las escaleras del transborde hacia Indios Verdes, se encuentra un señor, que andará rondando los 70, a quien le falta un ojo. Sin embargo, esto no es lo que llama la atención, sino las notas que con sus manos arrugadas hacen sonar su violín. El sombrero azul marino, que tiene frente a sus pies, está repleto de monedas y hasta hay un chocolate.

 

Me acerco, le dejo una moneda de cinco pesos y le pregunto dónde aprendió a tocar el violín. Él sonríe:

-Pues allá con los que sí saben, me enseñaron y yo nomás viendo cómo le hacían con los dedos y escuchando.

-Órale, ¿y viene seguido a tocar por acá?

- Pues sí aquí ando, nomás que a veces no se puede, cuando se ponen aquí los de las sillas de ruedas o a veces que nos mueven los policías, pues ya me muevo y ando por Centro Médico o por Balderas, pero siempre acá abajo en el metro.”

-¿Y se mueve usted solo?

-Sí, yo solito ando de aquí pa’ allá desde Nezahualcoyotl, allá vivo con mis hijos y mis nietas, pero pues está bien tener uno sus centavos.

-Sí viene de lejos. ¿Y le va bien?

-Pues ahí más o menos, pero mejor aquí que allá en mi casa sin ni un centavo yo.

Y entonces, la interrogada fui yo:

-¿Y por qué me preguntas? ¿también quieres aprender tú?

-Es que mi hermano también toca el violín.

- Ah sí, pero él sí aprendió con los papeles ¿no? ¿cómo se llaman?

-¿Las partituras? Sí, él sí sabe

-Ándale, esas, yo nunca aprendí, no podía, ya mejor nomás de oído. Ahí dile a tu hermano que venga a enseñarme, ¿no?

Y me alejé con una promesa:

-Claro que sí, señor, yo se lo traigo, que le vaya muy bien.

-Ándale pues, también a ti, niña - dijo mientras se acomodaba de nuevo el violín sobre el hombro.

Así como en 1925 historias similares seguirán repitiéndose afuera de las iglesias, sobre avenidas concurridas; bajo tierra, en el Metro; sobre los puentes, mientras que los transeúntes, inmersos en su rutina y caminando con prisa, seguirán pasando a su lado, a veces ignorándolos y a veces apiadándose de ellos.

Fotos antiguas:

EL UNIVERSAL ILUSTRADO, 1925.

Fuentes:

EL UNIVERSAL ILUSTRADO, “Los mendigos piden pan”, autor Oscar Leblanc, 1925.

CONAPRED, “Discriminación, personas con discapacidad”.

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