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Texto: Gamaliel Valderrama
Foto actual:
Dulce Moncada
Diseño Web:
Miguel Ángel Garnica
Hace poco más de 90 años, en la década de los veinte del siglo pasado, se organizaron un par de concursos que convocaban a jóvenes mujeres con la finalidad de encontrar a la Cenicienta mexicana, la muchacha con los pies más pequeños de la Ciudad de México.
Los certámenes organizados por EL UNIVERSAL ILUSTRADO, revista cultural semanal de EL UNIVERSAL, el primero de los concursos en 1921 y el otro en 1927, buscaban revivir en el país la leyenda del escritor francés Charles Perrault. Para ello se fabricó una zapatilla de dimensiones diminutas que se exhibía en los aparadores de la zapatería “El Siglo XX”, ubicada en la calle de Bolívar, en el Centro Histórico.
No es precisamente un concurso; es la realización del cuento que la deliciosa fantasía del cuentista francés, Charles Perrault, creara. Explicaba en sus páginas EL UNIVERSAL ILUSTRADO.
“La zapatilla es, naturalmente, un verdadero chapín de Cenicienta. Fino y enano, aunque no de cristal, como el que recogió el Príncipe del cuento, a la fuga de la que fue su novia durante una noche de música y baile”, se explicaba en las páginas del semanario cultural.
Para la primera edición de la prueba, el semanario convocaba “a todas las mujeres mexicanas, de diez y siete a veintisiete años de edad, a que tomen parte en el concurso más original que se ha hecho en México”. Señoritas y señoras que deseaban ser parte del concurso, podían solicitar les fuera medida la zapatilla de la Cenicienta, a las que mejor les quedaba eran inscritas en un libro especial, para una prueba final.
Así estaba confeccionada la zapatilla de la llamada Cenicienta Mexicana.
Entre los premios para la triunfadora, la revista cultural de esta casa editorial prometía “un lote de zapatillas y botas construidas, especialmente por ‘El Siglo XX’, a la medida, y por un valor no menor de DOSCIENTOS PESOS”, entre otros finos obsequios.
Las damas de pequeños pies que habrían de disputarse el título de Cenicienta Mexicana, serían evaluadas por un jurado calificador, integrado por “la gentil poetisa Cube Bonifant, como mujer elegante y delicada; el escultor Arnulfo Domínguez Bello como artista, y el señor Fernando Fernández Romano, propietario del establecimiento industrial donde fue fabricada la zapatilla de la Cenicienta”.
Fachada de la zapatería El Siglo XX en 1921. La tienda se ubicaba frente al Salón Rojo, en las calles actuales de Bolívar y Madero.
Cuando cerró la convocatoria del concurso más de trescientas mujeres habían acudido a la zapatería “El Siglo XX” para probarse la diminuta zapatilla confeccionada especialmente para este certamen. Cube Bonifant, pluma fundamental de EL UNIVERSAL ILUSTRADO, describía así los pormenores: “Y como era tan chiquito, tan delgado, de dimensiones tan inverosímiles, solo unas cuantas pudieron calzárselo, en resumidas cuentas”.
“Había bastantes señoritas y caballeros. Se charlaba, no sé de qué”, apuntaba Bonifant. “Vi la zapatilla y creí absurdo que pudiera calzarla otra mujer que no fuera la propia ‘Cenicienta’ de Perrault. Las señoritas aguardaban; y como la concurrencia se distrajera en la primera prueba, una de ellas furtivamente se miró al espejo y se dio polvos… La prueba continuaba”, agregaba la escritora y jueza del certamen.
Después de un riguroso y largo primer filtro, el título de “Cenicienta Mexicana” sería disputado por tres damas: Leonarda Álvarez de la Cuadra, quien tenía domicilio en calle cuarta de Estanco de Mujeres 22-5; Elena Cejudo, cuarta del Apartado 128 y María Águila, con dirección en segunda del Doctor Carmona y Valle.
Vitrina de la zapatería El Siglo XX donde se exhibía la zapatilla de la Cenicienta.
Según la crónica de Cube Bonifant, una de las finalistas, “señorita vestida de amarillo”, observaba con cierto interés, un primoroso estuche, parte de los regalos que iban a otorgarse a la vencedora. “Observaba, hasta que la zapatilla llegó a sus manos con la risueña esperanza del estuche y de muchas otras cosas más”. Entonces, un sobresalto se hizo presente.
La madre de aquella muchacha vestida de amarillo, notablemente nerviosa, afirmaba que su hija le quedaba de maravilla la zapatilla, “hace dos días que se la probó”. Pero la zapatilla se resistía, no entraba a pesar de los heroicos esfuerzos. “¡Pero sí a mi hija le quedaba muy bien!”, exclamaba afligida. Sin embargo, el calzado pasaba indiferente, con el brillo de su raso negro y su espléndida hebilla. “Los caballeros ya no charlan: observan a las señoritas que están inquietas...”, añadía Cube.
“Este es el tamaño real de la ‘Zapatilla de la Cenicienta’ de EL UNIVERSAL ILUSTRADO”. Se lee en las páginas del semanario cultural donde se le daba promoción al certamen. El tamaño de la horma es de aproximadamente 20 centímetros de largo y de ancho 5.5.
El jurado examina minuciosamente si la zapatilla no aprieta de lo largo o de lo ancho. Pero ésta pasa sin encontrar su pie. “¿No será para nadie?” se preguntaba Cube Bonifant, mientras la señorita de amarillo todavía ve el estuche. Después de muchos exámenes, por fin se dicta el fallo.
La ganadora del título de la “Cenicienta Mexicana” se llevaría a casa: 5 pares de calzado a elección, un par del concurso y las hormas de la zapatilla, de la zapatería “El Siglo XX”, que se ubicaba frente al Salón Rojo. Un monedero de plata, de la Joyería De Sierra. Un estuche de plata para costura, de la Joyería Madrid. Una polvera de plata de la Joyería “Alhajas de Ocasión”.
También una peineta sevillana, de “La Complaciente”. Un estuche de perfumes de la perfumería “Bacha y Cia”. Un estuche de papel para cartas, de “La Carpeta”. Un par de hebillas con piedras para calzado de la zapatería “La Elegante Industrial”. Una bolsa de seda de “El Telégrafo”. Tres pares de medias de seda, de “La Camisería Inglesa”. Un pomo de perfume importado, de “El Centro de París”.
En EL UNIVERSAL, se podía leer la lista de premios que ofrecía el certamen de la Cenicienta Mexicana.
Además, un estuche con rosario y libro de misa, de piel, de la Librería Maucci Hermanos. Un estuche de peinetas de marfil, con piedras, de “El Cefiro”. Una blusa cretón seda, última moda, de “Aux Galeries Lafayette”. Un pomo de perfume de “La Elegancia”. Una sombrilla de seda de “La Ciudad de Londres”. Una subscripción por un año a la revista “El Hogar”.
El jurado, conformado por Arnulfo Domínguez Bello, profesor de escultura de la Escuela Nacional de Bellas Artes, el señor Fernando Fernández Romano, experto en el ramo de zapatería de lujo y la señorita Cube Bonifant, conocida escritora, fue unánime, la ganadora, la acreedora al título de la Cenicienta mexicana era la señorita Leonarda Álvarez de la Cuadra.
Así se daba a conocer a la ganadora del título de la Cenicienta mexicana en El Gran Diario de México.
Así también lo ratificaron los testigos del jurado, don Francisco Zamora, don Regino Hernández Llergo y don Guillermo Castillo.
Sin embargo, la decisión no fue del gusto de todas las participantes, así lo relata Cube Bonifant: “La señora mamá de la concursante de traje amarillo, se indigna con el resultado del concurso. Dice ‘que a la señorita premiada le quedaba mejor la zapatilla, porque está más delgada que su hija …’ Y cuando la concurrencia se retira, la señorita de amarillo ve, ya con desinterés el estuche; y se aleja con su mamá fríamente… vulgarmente, sin saludar siquiera”.
Pese a la gran respuesta del público al concurso de la Cenicienta Mexicana, tuvieron que pasar 6 años para que el certamen volviera a realizarse. En 1927 no sólo fue una zapatería la encargada de confeccionar y exhibir el calzado para la prueba, sino cuatro: “La Iberia”, “Aguayo y Cia”, “La Giralda” y “Crédito”, además en las oficinas de EL UNIVERSAL ILUSTRADO (Bucareli 12) las mujeres interesadas en participar podían medirse las zapatillas.
Ilustración del caricaturista Audiffred publicada en 1927. EL UNIVERSAL ILUSTRADO dedicó toda una edición al Concurso de la Cenicienta Mexicana.
Resalta la historia de Herminia y Carmen, dos jóvenes de apenas 18 años, que acudieron a Bucareli 12 para medirse las zapatillas; sin embargo, “el zapato hecho para aprisionar el pie más diminuto, resultó todavía grande cuando fue calzado por dos simpáticas concursantes”, apuntaba en una nota el semanario cultural de esta casa editorial.
“Yo calzo dieciocho y medio. Habitualmente diecinueve, para andar más cómoda. ¡Y este calzado es del veinte!”, aseguraba Herminia Márquez Fernández a los reporteros de la publicación semanal.
Herminia Márquez Fernández.
En tanto, la compañera de Herminia, Carmen Vázquez Flores “—una tapatía de grandes ojos y tan joven como ella—”, al probarse la zapatilla no tenía que hacer ningún esfuerzo para que su pie se ajustara a los diferentes modelos. “Al contrario, tratándose de dos de estos últimos, particularmente, le vienen holgados, aunque no tanto como a la señorita Márquez Fernández, quien posee un pie más delgado”, se relataba en UNIVERSAL ILUSTRADO.
Carmen Vázquez Flores.
A la prueba final fueron convocadas más de 120 mujeres que se dieron cita en la zapatería Iberia, ubicada en aquel entonces en el número cuatro de la Avenida Juárez. Los cinco jueces, asesorados por el doctor Bordón, especialista en anatomía de los pies, quien asistió a la revisión escrupulosa de los diminutos pies de las concursantes, procedieron a la ronda de eliminación.
Facha de la zapatería Iberia, previo al inicio de la final de la Cenicienta Mexicana en 1927.
Jurado Calificador integrado por los señores Arturo Aguayo, Abraham Pérez, J. Octavio Cosío, Jacinto Fernández, Luis Amendolla, asesorados por el doctor Bordón, especialista en pies.
De 120 participantes, sólo 7, “cuyas extremidades inferiores fueron consideradas anatómicamente perfectas y que además reunían los requisitos exigidos en las mencionadas bases”, quedaron seleccionadas como candidatas a los premios ofrecidos.
“Un selecto grupo de bellas damitas que se disputaron el prestigio de calzar las réplicas diminutas de La Cenicienta”, se lee en las páginas de la revista cultural de EL UNIVERSAL.
Las recompensas serías ofrecidas por “varias de las casas comerciales más fuertes de la ciudad como la joyería La Princesa, la fábrica de cigarros El Buen Tono, la cervecería Cuauhtémoc, la fábrica de medias La Española, la casa de modas Fith Avenue, la sombrerería O.K., La Valliere y la casa Clarisse”, explicaba EL UNIVERSAL ILUSTRADO.
Concursante en el momento de ser sometida a la prueba por el especialista en extremidades inferiores.
Un sorteo definió a la triunfadora máxima en el Concurso de la Cenicienta, de acuerdo con las especificaciones establecidas, el título cayó en manos de la señora María Luisa Alcalde de Bravo Izquierdo. El segundo y tercer lugar respectivamente fueron para las señoritas Josefina Ordóñez y Lydia Quiroz.
María Luisa Alcalde de Bravo Izquierdo, la Cenicienta Mexicana de 1927.
Así, Leonarda Álvarez de la Cuadra, en 1921, y María Luisa Alcalde de Bravo Izquierdo, en 1927, se alzaron con título de la Cenicienta Mexicana, la muchacha con los pies más pequeños de la Ciudad de México en aquellos fabulosos años veinte del siglo pasado, un cuento hecho realidad.
Fotos:
EL UNIVERSAL Ilustrado.
Fuentes:
Hemeroteca EL UNIVERSAL.