Para Moniquita, por los textos que no se entienden.


Es trivial señalar que hay profesores buenos y malos. No lo es decir que la diferencia radica en los detalles. Hay maestros claramente nefastos, no hace falta describirlos. Hay otros a los que les apasiona su tema, tanto que se desentienden de sus alumnos. Pueden ser grandes investigadores o profesionistas, pero malos docentes. Otros más que son entusiastas, comprometidos y hasta amables. En general -no lo voy a negar- saben de su materia, pero tropiezan con los guijarros más pequeños. Esos tampoco son buenos profesores.

En mis primeros semestres tuve una así. Maestría de universidad extranjera prestigiosa y persona respetada. Su clase era en el salón 101, donde cabían unas ochenta personas. Alegre, nos enseñaba con facilidad el impacto de un incremento en la inversión o de una caída en las exportaciones sobre el PIB. Lo hacía con la ligereza de quien ha explicado el tema varios años y la calma de quien no pierde de vista lo difícil que resulta enfrentarse a lo desconocido por vez primera. Recibía alumnos en su cubículo a diestra y siniestra, sin temer pedirles que hicieran una fila para no estorbar en el pasillo.

En algún momento llegamos a la inflación. Aprendimos que es el incremento sostenido del nivel general de precios en una economía, o bajado a la tierra: el dinero pierde su valor. Ayer Mónica fue a la tienda con diez pesos y compró dos chocolates (cada uno en cinco), pero hoy va con la misma cantidad y encuentra que solo le alcanza para uno. Ahora cada chocolate vale siete, y Mónica puede comprar menos con lo mismo. Si la inflación no se controla lo más seguro es que haya personas que mueran por falta de medicina y alimentos, como sucede hoy en Venezuela (130,000% de inflación en 2018, según el Banco Central).

Mencionamos el caso contrario, la deflación, pero la profesora no consideró importante ahondar en clase. Saliendo fui a su oficina para preguntarle qué pasa con la deuda en periodos de deflación, qué parte se beneficia. Titubeó, empezó a hablar, se detuvo y volvió a empezar. Intentó repasar en voz alta el razonamiento con el que había explicado la inflación hace unos minutos y rayó en el pizarrón algo ininteligible. Evidentemente consternada, sin la respuesta, me repitió la definición de deflación y me habló de ejemplos –irrelevantes para responder mi pregunta– de países que han tenido casos de deflación, para luego concluir asegurándome que no debía preocuparme por la deflación porque no vendría en el examen, como si los exámenes determinaran todo lo que uno debe saber en la vida.

Semestres antes un profesor me había dicho que debemos cavilar mucho sobre las ideas más sencillas. I can´t stress enough that you should think deeply about simple ideas, nos decía, y siempre he pensado que en español la palabra enfatizar no es suficientemente enfática, pues el stress en inglés deja en la mente su ese insistente tal y como quiere su significado que nos quedemos con aquello que nos indica.

La profesora no había escuchado ese consejo, o al menos no lo había seguido. En la deflación una disminución sostenida en el nivel general de precios de la economía se traduce en que el dinero se vuelve más valioso. Mónica, que ayer compraba dos chocolates en la tienda con diez pesos, hoy va a la tienda y sale con tres. Ahora cada uno vale tres pesos (hasta cambio le queda). Puede comprar más con lo mismo. Si Moniquita –ya le tenemos cariño– pidió prestados los diez pesos que llevó a la tienda ayer y los tiene que devolver hoy en la noche, la cantidad que pagará es mayor en términos reales porque ahora los diez pesos valen más que cuando a ella se los prestaron. Y aquí no hay tasas de interés involucradas. En el mundo de la deuda la tasa de interés pactada al momento del préstamo es la que se debe pagar, y ningún banco ajustará sus tasas a pesar de que haya deflación (tampoco pueden hacerlo –aunque sí quisieran– ante la hiperinflación, por eso pierden). Los beneficiados de una deflación son los acreedores.

Sin embargo, es más correcto decir que la deflación no le ayuda a nadie, porque paraliza la economía. Contrario a la inflación (donde la gente prefiere comprar bienes en lugar de liquidez y pérdida de valor adquisitivo), si Moniquita se da cuenta de que sus diez pesos valen cada día más optará por no gastar, tal vez en unos meses pueda pagar un celular o un coche con la misma moneda (la gente prefiere liquidez y mayor poder adquisitivo). Si se extiende a toda la población la disminución del consumo implica una caída en las ventas (que presiona nuevamente los precios a la baja por el exceso de oferta), que a su vez provoca una caída en la producción. Id est, despidos, cierres de negocios, falta de comida, crisis. Si una empresa no vende no le puede pagar a sus empleados y estos no tienen para darle de comer a sus familias.

François Quesnay, cirujano y economista en la corte de Luis XV, padre de los fisiócratas, utilizó su conocimiento médico para resumir el fenómeno: el dinero circula en la economía como la sangre en el cuerpo. Si el dinero no se mueve (de comprador a vendedor, de vendedor a empleado, de empleado a familiares, etcétera) la economía muere, igual que una persona con arterias tapadas.
Como es normal, no entendí la obsesión de mi profesor con las ideas sencillas durante mucho tiempo. Me acompañaba pero no se me revelaba. Cuando me interesé por la deflación empecé a valorar justamente a mi viejo profesor de matemáticas, y lo agradecí. Una idea en extremo simple (como poder comprar más chocolates con el mismo dinero) puede tener consecuencias monstruosas, aunque ningún examen –ni economista de universidad prestigiosa– lo pregunte.

 

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