Justo cuando iba a comenzar a escribir me encontré una nota aquí en El Universal, mi casa hace más de 7 años, de que el cantante de un grupo que me gusta tiene cáncer de colon (debo confesar que sentí feo) y alguien le recomendaba comer mucha fibra y no subir de peso. El comentario siguiente era de alguien más que aseguraba que si te toca, te toca, comas fibra o no, seas gordo o no. Me quedé helada porque es justo de lo que pensaba hablarles.

Estaba por contarles una anécdota más de mi consultorio. Las amo. Y dice así: esta semana tuve la suerte de que viniera una pareja, en esta ocasión madre e hijo. Encantadores los dos. De hecho, ¡parecen hermanos!. Se la pasan muertos de risa, confiesan lo mal que comen y el sedentarismo absoluto que manejan entre risa y carcajada, casi parecen disfrutarlo. Cuentan de otros miembros de la familia en situaciones peores y se atacan de risa. No se si de nervios, pero casi no pueden parar. Que si uno es más gordo, que si el otro murió joven, que si alguno tuvo 500 de glucosa o 300 de colesterol. Yo me quería morir.

Después de hacer algunas bromas con ellos y al tener que darles los resultados de sus análisis de composición corporal, pensé que era momento de ponerme más seria y explicarles la gravedad de su situación, la de ambos. Los dos con obesidad, antecedentes no tan buenos, mucha grasa en la zona del abdomen (y en todo el cuerpo) y algunos signos de que su cuerpo comienza a necesitar que se tomen en serio su salud. Hipertensión, colesterol, ácido úrico, dolor articular, glucosas elevadas, cansancio, depresión, quistes, etc. Un panorama poco alentador, pero mientras se los explicaba guardaban silencio, ponían atención para, después de un rato preguntar: “doctora, ¿qué hacemos con los fines de semana que comemos mucho, de todo y mal? ¿Esos no los podemos dejar así y que sean días libres?”

Me quedé helada. Sentí que todo lo que les había explicado sobre los riesgos de estar como estar y los beneficios de cambiar su situación les habían entrado por un oído y salido por el otro. Sentí que mientras ponían cara de interés pensaban en los tacos de carnitas y barbacoa de los fines de semana. Me quede seria, viéndolos y les dije: habría que comenzar a tomar en serio su salud. Si no lo hacen ahora por la buena, su cuerpo se los va a exigir por la mala. No es broma.

Se atacaron de risa. Obvio, así son y eso me encanta, ojalá yo me riera siempre tanto. Hablamos un poco más, respondí todas sus dudas y terminamos la sesión con la promesa de que iban a intentar cambiar algunas conductas de riesgo y que en un par de semanas haríamos una nueva evaluación. Van a moderar el refresco, la sal, el azúcar, el pan dulce, las grasas, los excesos y van a intentar salir a caminar 30min por lo menos 4 días en la semana. Ojalá lo hagan.

Espero haber podido transmitirles lo importante de “importarse” por la salud, que no es un juego y que antes o después todo (lo bueno y lo malo) pasa factura. Y no es un rollo de moral. Espero que esa persona que opina que las cosas te tocan o no te tocan y poco tienen que ver con lo que hagas no se enfrente a la consecuencia de sus actos jamás, porque a lo mejor no le va a gustar lo que le toque vivir.

Google News

Noticias según tus intereses