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¿Has estado alguna vez en La Faena? Está por Venustiano Carranza, no recuerdo la dirección exacta pero sé que esa noche salimos de metro Isabel la Católica y caminamos un buen rato antes de llegar.
Él me abrió la puerta como el caballero que pretendía ser pero que nuca fue, y me dijo que ahí vivió un tal Marqués de Selva Nevada. ¿Quién es? No sé, si me lo explicó no lo recuerdo, pero el nombre no se me olvida porque ese día helaba.
–¿Traen identificación? –Nos preguntaron a la entrada. No la llevábamos; ni la necesitábamos, él conocía a un tipo que nos dejó pasar sin IFE, INE o lo que estuviera de moda en ese entonces.
Ese día conocí el ridículo museo taurino que también es cantina y restaurante; y en donde los hombres se tragan a las mujeres con la vista y en donde las niñas se dejan golpear por sus parejas/novios/patanes/animales/o lo que traigan.
Pedí una sopa azteca porque me dolía el estómago. Él pidió una cerveza de barril, en esas fechas yo todavía no sabía que la oscura es mi favorita, pero le tomé a la suya. Luego pidió un vodka, después algún tequila y otro par de tarros de cerveza de barril. Creo que también se le antojó un poco de mezcal.
No pasaron tantas horas cuando él comenzó a bailar con una chica -piernuda y de senos semi descubiertos-, a la que yo le llegaba debajo del hombro y él cerca de la nariz. Ella pidió que cambiaran la música de la rockola más de tres veces, él sólo lo hizo una vez.
El flaco de Oro cantó Noche de Ronda bajo su petición; después, otras dos mujeres se acercaron a él, pero mi chico soltó las caderas de su acompañante y se fue a sentar a mi lado. Pidió otra cerveza. Me besó.
-¡Ésta es mi novia! -Gritó, me besó, le tomó al tarro, me besó. Trago, labios, trago, labios. La secuencia más desagradable de mi vida.
Esa noche me recordó lo ridículo que era verlo saliendo con Cyntia. Tres días antes de volver conmigo, él había estado en casa de ella. ¡Y por las bolas que no tengo, juro que tuvieron sexo! Él no estaba con una chica por nada, si no le daba por detrás le daba una bofetada en la cara, pero de que le daba, le daba.
Mi chico era el chico que a nadie le caía bien. Y era también la clase de tipo por el que todas se derretían, creo que salir con él era más un trofeo para el orgullo que un logro romántico.
Romántico. Esa palabra me recuerda otra de las aventuras que enfrenté aquél invierno. Ese diciembre conocí a un tipo que adoraba la palabra falo. Ese sí era un romántico empedernido. Cuando le conté a mi mejor amiga que lo había visto sin camisa en su departamento durante la primera cita, ella se molestó.
El chico feliz que usaba la palabra falo para referirse al sexo con morbo, no duró en mi vida más de dos semanas. Mismas en las que yo seguí castrándome los ojos con "mi otro chico", el de La Faena.
Él pagó la cuenta -no esperaba menos-. Ahí se paga en efectivo, hay cajas registradoras como las del siglo pasado, seguramente esas cosas seguirán funcionando por los siglos de los siglos, amén…
Amén también por toda la basura que te estoy contando. Pero lo que sigue es lo importante, si ya estás aquí, lo menos que puedes hacer es terminar de leerme. ¿No?
Yo llevaba mezclilla y él una patética chamarra de cuero negro que nunca se quitaba, debajo llevaba una sudadera mugrienta que apestaba a su asquerosa loción. No me importa cuántas veces repita que no fue así, él sabe que es la verdad: estaba ebrio. Y cuando salimos de la cantina él comenzó a fumar y luego a esnifar.
Con los pies fuera de La Faena me entró el miedo.
Es poco lo que se camina desde el metro Isabel hasta Candelaria, o lo es al menos cuando vas de la mano de "tu chico", el guapo y fuerte, el ebrio y drogado.
“Mi mamá me corrió de la casa”, me dijo y se puso a llorar y luego a reír. Así, como un loco. “Mi mamá me corrió de la casa, ¡malditas viejas!”. Soltó y dejó caer el celular sobre el asfalto. “¡Ella es igual a todas las mujeres!”
Estaba muy borracho. Se reía, lloraba y se detenía por momentos para esnifar su polvo blanco. Uno de sus ojos lloraba. Pasaban personas y autos, yo escuchaba las llantas derraparse y los pitidos desesperados; él me gritaba quién sabe cuántas cosas mientras fumaba y esnifaba.
Y me quedé ahí.
Se quitó la chamarra de cuero “Critícame”, blasfemó. “Me gusta que me escupan en la cara.” Traté de defenderme. “Eres la misma basura que otras mujeres”.
Cuando dijo "me gusta que me escupan en la cara", escupió. Sobre mi cara.
Dos segundos más tarde tenía su puño sobre mi mejilla, después sentí su saliva corriéndome en el cuello y sus dientes mordiéndome los labios.
Había personas, nadie hizo nada. Entre Candelaria e Isabel la Católica, ahí por donde pasan los que venden y los que compran, por donde caminan perros hambrientos y mujeres semidesnudas, ahí, por La Faena. Ahí ocurrió todo.
La Faena me ridiculizó, o yo me ridiculicé en La Faena... Cualquiera me diría: ¡cómo es eso posible, te dejaste hacer tales cosas!
Sí, me dejé hacer “tales cosas”. Qué absurdo.
¡Qué saben de hacer el ridículo si nunca les han escupido entre tantas sombras, entre mercaderes y prostitutas!
*Basado en una historia real*
Frida Sánchez, FES Aragón, UNAM
@frida_san24
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