En México se ha vivido desde tiempos remotos en una idea permeada de dichos, frases o refranes, no muy positivos, que retratan las acciones realizadas por las sociedad de forma cotidiana; lo cual no quiere decir que toda la sociedad sea igual. Aseveraciones como: ‘el que no tranza no avanza’, ‘a mí que me pongan donde hay’, ‘hay que ser cochinos pero no trompudos’, ‘que roben, pero que dejen robar’, ‘que lloren en su casa y no en la mía’, entre otras tantas, hacen creer falsamente que el mexicano es ventajoso por naturaleza. Esto simplemente es parte del imaginario colectivo, que no se materializa en las acciones de todos por igual, pero que sí habla de cómo la ilegalidad ha permeado ámbitos muy primitivos en el accionar de las relaciones en la convivencia social.

Y cuando se piensa en ilegalidad, no hay que ir muy lejos, o indagar en mediciones internacionales sobre prácticas ilegales, o la corrupción en las instituciones y en niveles de poder y riqueza ajenos al común denominador de los mexicanos. Basta ver alrededor de la vida cotidiana, para dar cuenta de lo que ocurre: por ejemplo, hombre y mujeres copiando en los exámenes, engañando para recibir beneficios, escondiéndose del abonero para no pagar, pidiendo el famoso brinco (pagando una módica cantidad) en las estaciones de verificación para pasar tan ‘complicado trámite’, pagando coyotes para la obtención de un documento oficial, pasándose el alto para llegar ‘antes’, haciendo doble, triple y hasta cuarta fila para entrar, o dar vuelta en una vialidad, comprando películas y discos de baja calidad a precios ‘bajos’, consiguiendo entradas a eventos deportivos, musicales, culturales y hasta religiosos en reventa, pagando boletos del metro más caros para no hacer fila, cruzando por debajo de puentes peatonales, ‘para evitar la fatiga’, pasando altos en rojo, utilizando carriles confinados para el transporte público para avanzar en horas pico, llevándose artículos de papelería de las oficinas…

En fin, se podrían numerar una serie de actos que se comenten todos los días, por un sinnúmero de personas en nuestro país, sin creer que esto sea un acto de ilegalidad que afecte a alguien más, y mucho menos a la sociedad en su conjunto.

La cultura de la legalidad, no es una especie de varita mágica que revertirá todo, pero sí es una materia de oportunidad para encontrar desde nuestra vida cotidiana una manera en que los individuos se asuman como agentes de cambio, por medio de la concientización y sensibilización, de la utilidad y los significados que cobran los marcos normativos en la vida cotidiana y en las relaciones con los otros. Tratando de dejar de lado esa visión fatalista donde solo el Estado, las autoridades y/o las instituciones, son las únicas que pueden cambiar las circunstancias adversas que generan un entorno de ilegalidad.

Por lo que resulta preciso rescatar la función social de las reglas, las normas y leyes en la vida cotidiana de los individuos y de su convivencia social con los otros, las cuales cobran un sentido y utilidad en el día a día y que en el colectivo se transforman como identitarias, por lo que se logra transformar en cultura de la legalidad; que puede encaminar a una comunidad y a una sociedad en su conjunto, a vivir los marcos normativos desde otra óptica, en la que se incorporen mejores formas de relacionarse, y por qué no, combatir los malestares referentes a la ilegalidad.

Hay muchas preguntas por resolver, sobre todo aquellas que tienen que ver con el siguiente paso de la ejecución, es decir, pasar de la reflexión a la acción: ¿hacía donde se debe encaminar el trabajo en contra de la ilegalidad en una sociedad como la mexicana?

La cultura de la legalidad, es una de las muchas posibles respuestas, que se construye en la idea de individuos con derechos, que interactúan sobre una plataforma de equidad, donde los marcos normativos cobran significado y son entendidos como útiles, porque sirven para relacionarnos con los otros y secundariamente el Estado de Derecho es fortalecido. Pero no debemos olvidar que la cultura de la legalidad es aquella que ayuda a transformar la realidad, pensada en conjunto, donde todas las voces y esfuerzos son requeridos. Desde lo individual se puede transformar, pero es necesario incluir nuestros círculos más próximos para que redunden en cambios sólidos.

El reto es que la mayoría de los actores que interactúan en la sociedad mexicana estén decididos a transformar el discurso en acciones concretas, desde una mirada amplia, sin pensar en trincheras de colores, o ideologías particulares. Ése ha tratado de ser el estandarte del quehacer del Observatorio Nacional Ciudadano.


Vania Pérez Morales

Investigadora del Observatorio Nacional Ciudadano

Twitter: @ObsNalCiudadano @vaniadelbien

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