Quizás ahora más que en el último lustro nos enfrentamos a una nueva estética. Me equivoco. No una nueva estética, sino la proliferación de una estética que, por haber estado oculta, se considera nueva. En México aún se requiere de entrar a ciertas zonas donde abunden los jóvenes de las clases media y alta para encontrarse con ella, pero ya comienza a derramarse en otras áreas. En Europa o Estados Unidos resulta menos difícil hallarla, dadas las condiciones económicas que permiten a un joven preocuparse no por qué trabajo les paga mejor sino por cuál disfrutan más. Me refiero a la cultura hipster que, como la hippie, es el resultado de un contexto socioeconómico, de una historia: la nuestra. El boom económico de la posguerra, el trabajo de medio tiempo, la píldora anticonceptiva y el ascenso del rock’n’roll inventaron juntos a los hippies. A los hipsters los han definido la desilusión con nuestro siglo, el hedonismo, la noción de lo cool y, a últimas fechas, la nostalgia por lo analógico en un mundo de artefactos inteligentes, la lucha por pluralizar el mercado libre y el añoro por el mundo natural. Estas preocupaciones pertenecen a las grandes economías. Son incompatibles con países donde la gente padece hambre, analfabetismo y represión.

Irán, a pesar de nuestros prejuicios formados por el cine estadounidense, no merece esta descripción. Lo que fue la antigua Persia es ahora la 18va economía más grande del mundo y una superpotencia energética. Antes de la Revolución en 1979 era quizás el país más occidentalizado de Oriente Medio y hoy, con los radicales fuera de la silla presidencial, vuelve a acercarse a nuestro mundo. No es sorpresa, entonces, que los hipsters aparecieran en Terán. Su presencia allí es una derivación de la relativa estabilidad económica, pero sobre todo una refutación del régimen musulmán de los ayatolás. Un pensamiento basado en la libertad individual no sólo se contrapone con la rígida ideología religiosa de Irán: se rebela contra ella. Nos gusten o no, los hipsters son una reacción a nuestro tiempo y una rebelión contra él. Es un desafío demasiado grande el que un cineasta iraní realice un filme con las cualidades del hipster internacional, pero la directora anglo-iraní Ana Lily Amirpour se las arregla para crear su propio Irán en Una chica regresa sola a casa de noche (A Girl Walks Home Alone at Night, 2014). El golpe viene desde fuera con una película filmada en California, musicalizada por iraníes expatriados y dirigido por una de ellos, pero decidido a reinventar la patria.

En la película existe una influencia sutil del maestro hipster Jim Jarmusch. El ambiente y las decisiones que refuerzan lo cool —la patineta en que pasea la protagonista, su velo que la noche transforma en capa de vampiro— son herencia suya, pero no reaparecen su estilo ni sus temas. En sus inicios, el cine de Jarmusch se basaba en una fotografía estática en blanco y negro, tomas de larga duración y conversaciones insignificantes. Las escasas tramas hacían que sus películas se reclinaran en los intercambios entre sus actores y en el romanticismo melancólico que en Extraños en el paraíso (Stranger Than Paradise, 1984) y Bajo el peso de la ley (Down By Law, 1986) exalta la amistad y la familia, pero culmina en la separación. A mi juicio, sólo hay una escena en Una chica regresa sola a casa de noche que evoca directamente esta forma: la última, donde una discusión se inicia y se resuelve en silencio. El resto de la cinta, sin embargo, desciende del Anton Corbijn de Control (2007): fotografía en blanco y negro quieta sin negar del todo el movimiento, cortes rápidos, soundtrack que no dicta el tono de las escenas, sino que responde a él. Amirpour también se distingue en las fugas visionarias de sus personajes al drogarse.

La noción de irrealidad de Amirpour es también un legado de Jarmusch. Ciudad Mala, el escenario de la película, es una suerte de purgatorio cuyos vicios e injusticias invocan a una vampiresa hipster (Sheila Vand). A bordo de su patineta, la chica patrulla en busca de sangre viciosa. Su rol en esta sociedad desigual, drogadicta, prostituta, no es el de monstruo: es el de vigilante. En una escena se topa con un niño al que le pregunta si es bueno. Él contesta que sí y entonces ella lo amenaza: “Te estaré vigilando hasta el fin de tu vida. Sé bueno”. Hay una noción maniquea, casi religiosa, del bien y el mal y sus consecuencias. ¿Parodia del régimen semiteocrático iraní o pensamiento tradicionalista? Es difícil saberlo, pero quizá la cinta no se interesa en la significación, sino en la exposición de sus preferencias estéticas. Una chica regresa sola a casa de noche enfatiza la sensualidad del mundo en sonidos e imágenes que recuperan el asombro de lo intrascendente, que en Irán es lo arrebatado: la música, el erotismo, la desnudez, la forma femenina. Lo que es normal en nuestro cine, al cual pertenece Una chica regresa sola a casa de noche, en Irán, adonde la cinta quiere pertenecer, es una insurrección.

Puede no parecerlo, pero Amirpour se está comunicando con los ayatolás, y sobre todo con la escena hipster en Terán. La película, independientemente de sus intenciones originales, es un puente en el tiempo hacia los años antes de la revolución islámica y una coincidencia estética con el reciente acuerdo nuclear con Irán. Fuera de su contexto, la película resulta una continuación del legado de Jarmusch, pero, inevitablemente ligada a él, es un acercamiento histórico a una historia interrumpida por el fundamentalismo religioso.

Una chica regresa sola a casa de noche se exhibe como parte del 35 Foro Internacional de la Cineteca Nacional. Consulte su cartelera.

Google News

Noticias según tus intereses