Al inicio de Elle -décimo sexto largometraje del eterno provocador Paul Verhoeven y apenas tercero en su nueva etapa de regreso a europa- se escuchan (aún con la pantalla en negros) los gritos de una mujer, el sonido de cristal que se rompe, jadeos y de repente la pantalla se llena con el close-up al rostro de un gato negro que, impávido, ve la escena: una mujer con las ropas rasgadas yace en el suelo de su propia cocina mientras su atacante, un enmascarado, se retira del sitio subiéndose los pantalones.

La que ha visto el gato, con esa mirada fría e inmutable, es como violan a su dueña, quien lejos de entrar en shock, lejos de derramar una sola lágrima, se reincorpora con toda calma, limpia el piso de cristales rotos, se quita el vestido para tirarlo a la basura, se da un baño de tina y finalmente  toma el teléfono y marca, no a la policía sino al restaurante más cercano para ordenar unos “rollos primavera’.

No han pasado ni dos minutos y nos queda claro el calibre de mujer que nos convoca. Michèle Leblanc (superlativa Isabelle Huppert) es una empresaria, dueña de su propio estudio que diseña videojuegos, una mujer culta a la cual el ser una víctima no le viene aunque sobren motivos: la grosera insubordinación de sus empleados (todos hombres), la torpeza infinita y desesperante de su único hijo, su matrimonio desavenido con un hombre gris que ahora presume andar con una jovencita muy guapa, lidiar con su botoxeada madre que gusta de ligarse jóvenes gigolós o por su padre, un asesino que aún sigue en la cárcel. Nada de esto desata el drama, nada de esto la victimiza, nada parece perturbar a esta mujer, mucho menos una violación que, en los hechos le es igual de molesto que haber pisado caca: algo desagradable pero que se limpia y punto.

Verhoeven sostendrá la mirada sin titubeos frente a la vida de esta mujer fuerte, inusual, sexualmente desinhibida, para la que una violación se vuelve reto: buscar a ese ratón que osó entrar a la cocina y comérselo vivo.  Sólo un director como Verhoeven, ese gran y entrañable pervertido, podría haber dirigido esta película sin perderse en el escándalo, sin ceder ante la corrección política, sin vencerse ante los códigos sociales. Como es bien sabido, el director holandés no es de los que oculta una buena cogida tras el pudor de una sábana de seda, tampoco ocultará una violación tras la sutileza del pudor. Verhoeven es aquel gato del principio, que impávido pero sin ocultar su placer al hacerlo, seguirá haciéndonos testigos de un hecho que en ojos de otro sería un acto de violencia sin sentido.

Pero no se confundan, esto no es una fantasía masculina ni tampoco la banalización de un ataque sexual. En todo caso es una sublimación de lo femenino, incluyendo una sexualidad apabullante a la cual una violación le viene como extensión de sus propias perversiones. El depredador desconcertado no sólo porque su presa le gusta el juego, sino porque además pelea por estar arriba. Habrá castigo al violador, pero no desde la lógica de la victimización. Si esto es una fantasía no es del tipo machista: los hombres en esta cinta son todos unos torpes, incapaces, niños que no pueden sostener frente a su jefa una insinuación sexual, adultos patéticos que se asustan frente a la seducción de una mujer libre en todo sentido y por ello prefieren el anonimato de una máscara.

Si bien la cinta es un híbrido de varios géneros -cine de venganza, “women picture” de los 30’s, thriller, comedia negra- al director no le interesa seguir las convenciones de ninguno. Al principio esto parece un “who dunnit?” pero en realidad es un “who fucks on top?”. Lo que interesa es el seguimiento fascinante a su protagonista, todo un estudio de personaje meticuloso e íntimo que al final no es sino un comentario sobre el poder y la molestia que genera una mujer con poder.

Dos fuerzas de la naturaleza se unen en esta cinta: la actuación al extremo de la carne de Isabelle Huppert con la dirección siempre al servicio de la lasciva del perverso Verhoeven. ¿Una película amoral?, ¿humor negro?, ¿broma sin sentido? ¡qué importa!, es todo un espectáculo ver a madame Huppert como una depredadora sexual que nunca pierde el estilo y que da una nueva dimensión al concepto de “mujer empoderada”.

@elsalonrojo

@filmsteria

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