Don Antonio Carrillo Flores contaba que, al presentar sus cartas credenciales como embajador de México, el presidente Kennedy le preguntó cuál era el principal problema entre los dos países. Respondió que la devolución del Chamizal, y Kennedy espetó: “The what?” Quien más tarde fue canciller, con esa anécdota ilustraba que, en tanto para nosotros el vecino era prioritario, para Washington éramos tan marginales, que sus mandatarios desconocían los asuntos bilaterales. Al paso del tiempo, del determinismo geopolítico, y del abandono del mercado cerrado de sustitución de importaciones, nos convertimos en uno de sus principales socios comerciales junto con Canadá y China. Prueba de esa nueva realidad fue la propuesta de George Bush padre de negociar el acuerdo de libre comercio. Sin embargo, el debate para aprobarlo y la contienda electoral entre Bush, Clinton y el millonario tejano Ross Perot, también patentizaron el precio a pagar por convertirnos en importantes. En lo sucesivo México sería rehén de la grilla interna y de políticos oportunistas. El principal tema en dicha contienda fue el TLCAN: la magia demagógica de Perot transformó al tradicional patio trasero en un monstruo que arruinaría la superpotencia y dejaría sin empleo a sus trabajadores.

Cuando el tratado cumplió 20 años, el Colegio de México realizó un estupendo seminario al respecto, en el que participó la ex-US Trade Representative, Karla Hills, a quien pregunté si no era ya tiempo de renegociarlo para actualizarlo. Me respondió que, como tenía muchos enemigos, sería peligroso hacerlo, razón por la que ninguno de los tres gobiernos se atrevió a proponerlo. Empero, la pospuesta renegociación llegó forzadamente por la peor vía y en el peor momento.

En efecto, otro inescrupuloso y oportunista millonario manipuló y desvirtuó la importancia de los asuntos mexicanos para llegar a la presidencia y gobernar demagógica y populistamente. Nuevamente Disneylandia entró en acción: el todopoderoso monstruo mexicano amenaza la seguridad nacional, al grado que amerita declarar una emergencia nacional. Los inocentes estadounidenses son víctimas de los migrantes y las drogas que cruzan una frontera que debe sellarse con un muro. Como el TLCAN fue el peor tratado del mundo, se renegoció en los términos y plazos impuestos por Trump. Proclamando que, gracias a él y pese a que más del 80% del texto anterior se conservó, mágicamente lo transformó en el mejor del universo y lo envió al Congreso para su aprobación. En vista que pretende reelegirse, intensificará su nefasto “Mexico bashing”, vislumbrándose peores momentos que los hasta ahora vividos.

Para lograr el triunfo que tuvimos en la difícil aprobación del tratado original, contamos con negociadores de primera; con un embajador de lujo en Washington (Gustavo Petricioli); creamos una poderosa “armada” (Herman von Bertrab dixit) de eficaces lobistas, oficialmente les pagamos 35 millones de dólares (la cifra real fue mucho mayor), desplegamos una exitosísima campaña de cabildeo y relaciones públicas, fuimos entrenados y asesorados por expertos para realizarla, etc. Recordando esos antecedentes, cabe preguntarse si, para estar a la altura de nuestra importancia frente a EU y del tremendo desafío que confrontamos, disponemos de un arsenal semejante, de la necesaria voluntad política, de suficiente conocimiento del sistema político del vecino, de una bien estructurada gran estrategia, del necesario personal capacitado y experimentado, etc. La mejor política exterior no es la interna, sino la que se despliegue al otro lado de la frontera para defender exitosamente los intereses nacionales.

Internacionalista, embajador de carrera y académico

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