A pesar de estar vigente un tratado de libre comercio, de que se envió a los respectivos congresos uno nuevo para su aprobación, y que en días pasados eliminó injustos aranceles al acero y aluminio, Trump, arbitraria y traicioneramente, vuelve a agredirnos con la amenaza de imponer aranceles progresivos a todas nuestras exportaciones. Se trata de otra de sus bombas mediáticas de distracción masiva para, en vísperas de anunciar su intención de reelegirse, desviar la atención de la confirmación del exfiscal para el Russiangate, Richard Muller, de que su informe no lo exonera de posibles delitos, que deberán ser definidos por el Congreso. Aunque lo anterior complica innecesariamente la aprobación final del T-MEC, para el egocéntrico narcisista son más importantes sus intereses personales, que los de su país.

Disfrazando su argucia electorera con la supuesta intención de frenar la creciente migración, soslaya que el número de mexicanos indocumentados está en su nivel histórico más bajo: la inmensa mayoría son centroamericanos acompañados de cubanos, africanos y asiáticos. Sin embargo, la inexperiencia y populismo de nuestro gobierno exacerbó el flujo ilegal –y tambien la furia de Trump- al publicitar su política de puertas abiertas y erigirse en protector de los derechos humanos de los migrantes del mundo (¿?) Inevitablemente chocó el populismo que rechaza y sataniza a los migrantes, con el populismo que los acoge y santifica. Tanto la amenaza arancelaria de Trump, como la idealista, ilusa e ineficaz carta que López Obrador le envió, están más dirigidas a sus respectivas bases electorales, que al destinatario oficial.

En este grave conflicto bilateral está ausente su principal causante: como precisé anteriormente (EL UNIVERSAL 08/11/2018), la culpa es de las rupestres, antidemocráticas y corruptas oligarquías que gobiernan Guatemala, Honduras, El Salvador y Nicaragua. Su injusticia social ignora las legítimas necesidades de sus poblaciones y propicia el éxodo que, cómodamente, traslada a México y Estados Unidos una tragedia humanitaria que ellos deberían resolver. Aunque algunos solo ven el problema desde el altruista ángulo de la solidaridad, de la compasión, de los derechos humanos, etc., también se trata de una agresión, puesto que nos invade, ilegal y desordenadamente, una turba de caravanas que incluyen pandilleros, maleantes, vividores, drogadictos, etc. Irrumpen violentamente en nuestro país y ocasionan gastos (médicos, sanitarios, alimenticios, administrativos, en seguridad, transportes, etc.), propician conflictos, inestabilidad social, corrupción, pandemias, etc. Un país con la mitad de la población en pobreza y brutales índices de criminalidad y violencia, no puede pretender ser paladín de los derechos humanos de los migrantes.

No obstante que también padecemos esa agresión del sur, no solo no hay reproches o reclamos a los irresponsables gobernantes del Istmo que nos contagian sus problemas, sino que proponemos proyectos para el desarrollo integral de América Central como si fuera nuestra responsabilidad hacer lo que ellos no hacen por sí mismos. No tenemos una política exterior que defienda nuestros intereses nacionales objetivos, sino contradictorias ocurrencias subjetivas que defienden ideologías personales. Estricto apego a la no intervención para no incomodar al patético dictador venezolano, pero paralelamente incursionamos en la vida interna de España al exigir a su jefe de Estado que nos pida perdón, y decidimos como deben desarrollarse los centroamericanos. Hacía tiempo que no confrontábamos una situación externa tan adversa con agresiones del Norte y del Sur, ni estabamos tan incapacitados y mal preparados para enfrentarla.

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