Rennes, Francia. Derivado de la Estancia Académica que actualmente realizo en Francia, las dos semanas pasadas tuve la fortuna de viajar por ocho renombradas ciudades europeas. Caminé por las calles de París, Londres, Berlín y Roma, entre otras. Al ver tantos paisajes tan hermosos repetidamente, se vuelve difícil continuar sorprendiéndose. Sin embargo, mis compañeras de viaje y yo coincidimos en que si algo nos permitió mantener el encanto fueron las visitas guiadas que tomamos en cada ciudad. Se trataban de “Tours” gratuitos que nos llevaban a caminar por los lugares más representativos, con un guía turístico que nos relataba anécdotas del por qué dichos sitios habían llegado a ser tan importantes. En resumidas cuentas, nos contaba su Historia. Y fue la Historia lo que por tanto nos mantuvo cautivas en la fascinación todo el tiempo.

Sabemos bien que, en la Educación Básica de México –Primaria y Secundaria-, se enseña la Historia. Pero además, sabemos también que es una de las asignaturas menos queridas por los niños y adolescentes. Incluso en la edad adulta, muchos consideran que es aburrida y tediosa.

Entre las causas de este fenómeno, yo encuentro sobre todo dos. La primera, es la didáctica anticuada que sigue predominando para enseñar Historia en nuestras aulas. Resulta sencillo dejar resúmenes –que después no se revisan bien-, copiar información del libro, contestar cuestionarios, y memorizar nombres y fechas. Incluso, vemos una expresión de este tratamiento histórico en las Ceremonias Cívicas, cuando los alumnos memorizan efemérides que no comprenden y el resto de los niños y niñas aplauden sin haberla digerido, o a veces, ni siquiera escuchado.

La segunda causa quizá explica parcialmente la anterior: la Historia no es referente de evaluaciones estandarizadas; ni nacionales, ni internacionales. PLANEA, que es la prueba estandarizada nacional más importante, sólo evalúa Lenguaje y Comunicación, Matemáticas, y un diagnóstico de Habilidades Socioafectivas. La Olimpiada del Conocimiento, que es otro ejemplo de examen, sí incluye Historia, pero le asigna una importancia menor que Español, Matemáticas y Ciencias. Por otra parte, la prueba internacional más relevante, PISA, tampoco la incluye en lo absoluto. Ello contribuye a que, en las aulas, la Historia sea vista como una materia de segundo plano, cuyos contenidos pueden dejarse incluso incompletos.

Sin embargo, la Historia es una materia que es completamente factible a quererse, enseñarse y aprenderse. Experiencias como las que viví en mi viaje lo confirman, pero además, el trayecto de las civilizaciones mismas. Las sociedades hemos demostrado a lo largo del tiempo que nos encantan los cuentos, mitos y leyendas; las religiones y héroes son grandes ejemplos. La Historia también forma parte de ello, pero no hemos sabido darle ese sencillo abordaje de relato y aventura.

Cuando cambiemos la manera de enseñarla, cuando nos focalicemos más en ella, no sólo reduciremos la cantidad de mexicanos que no comprendemos nuestro pasado, sino que también tendremos personas que encuentran más fascinación en lo que nos rodea, y ciudadanos con un nacionalismo mucho más fuerte; cultivado por el conocimiento de nuestras raíces, y no por supersticiones de supremacías de razas, como en el mundo vemos que están volviendo a emerger. La Historia es Encanto y es también Humanidad, y sí, contar con ello es también imprescindible.

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