Yo tenía una visión más bien pesimista en cuanto a la capacidad de los debates presidenciales para definir los resultados de la elección. Creía que sólo algunos de los ciudadanos los presenciábamos, pero me alegra darme cuenta de lo equivocada que estaba. Gracias a la tecnología, el debate es un tema de conversación imperante, e incluso en las pláticas cotidianas, no falta a relucir. Esto se debe, también, al formato interactivo que le atribuyó el INE, lo que lo volvió mucho más dinámico y atractivo por las preguntas de los moderadores. Punto bueno para el Instituto Nacional Electoral.

No obstante, con lamento veo que el punto malo se lo llevan los candidatos. Punto malo por desaprovechar una oportunidad única para conquistar rotundamente a la ciudadanía. La oportunidad perdida es sobre todo para Anaya y Meade, que se disputan la segunda preferencia, pues en el debate, en donde tienen todas las luces sobre ellos, pudieron haber incluso remontado a la primera de las posiciones.

Anaya desaprovechó la oportunidad, cuando en el primer debate fue la estrella, y en este último perdió brillo, o mejor dicho, no logró consolidarlo. Contribuyeron a ello varios aspectos: el abuso de recursos visuales (sobre todo el saco), que rayan en lo teatral, una sonrisa un tanto fingida, y una minoría de gestos, tonos y ademanes que lo hacían ver demasiado técnico, alejado del sentir de las multitudes. Por su parte, vimos a un Meade bastante mejorado: más desenvuelto en el escenario y listo para sus réplicas, pero que no logró ser definitivo, pues tampoco él alcanza una conexión auténtica con el electorado.

Y considerando a ambos, compartieron el desaprovechamiento de elementos, como: el ser contundentes e implacables en la derrota del enemigo, la ambigüedad en sus propuestas y el no recalcar sus características y trayectorias personales que los harían únicos y adecuados para el cargo al que aspiran. De hecho, si no fuera por el color de sus partidos, es fácil confundir el posicionamiento de ambos. No han logrado comunicar una identidad distinta, que es lo que la mayoría de los mexicanos ansiamos ver.

Por su parte, AMLO nos reflejó un candidato demasiado confiado en su triunfo, pero también demasiado alejado de la capacidad para argumentar, y por ende, que da cada vez da más motivo al raciocinio para rechazarlo como el futuro presidente. Sin embargo, podría consolidarse como el favorito si sus oponentes no encuentran la estrategia para evidenciar sus faltas de manera definitiva.

Son cuatro las recomendaciones finales para los candidatos: que conecten más con la audiencia, que sean capaces de despertar más pasiones; que realcen más su figura distintiva personal; que sin perder la cordialidad ni el respeto, sean despiadados en la réplica al adversario; y por último, que sean contundentes en sus propuestas, para que sea sencillo ubicarlas, y no tengan miedo en cumplirlas después, porque eso sí; se las habremos de fiscalizar y demandar en su mandato.

Esperemos que en el último debate, este 12 de junio, la oportunidad no huya como agua entre sus dedos, e independientemente de lo que pase, que como sociedad nos demos cuenta de la importancia de saber debatir, y nos organicemos para fomentar más dicha práctica entre nosotros. Por una sociedad capaz de comunicarse, capaz de entenderse, y capaz de defenderse.

sofiglarios@hotmail.com

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