En las semanas pasadas han pasado algunas cosas que hacen tristemente evidente la manera que tenemos en México de calificar a las personas. Profiling lo llaman en inglés, que significa asignarle a las personas ciertas características solamente a partir de su físico o por consideraciones que no necesariamente tienen qué ver con lo que realmente es. Eso sucedió con tres nombramientos que se hicieron en el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología, que generaron tal enojo, que obligaron a los elegidos a renunciar.

Uno fue el de una mujer a la que pusieron como encargada de la Comisión de Bioseguridad y Organismos Genéticamente Modificados. El escándalo no fue (como debía haber sido) porque no tuviera experiencia ni estudios en los temas de los que estaría destinada a ocuparse, sino porque ella estudió diseño de modas. Hasta el presidente intervino para echarle leña al fuego: “Ya no hay modistas, modistos, maquillistas; ya no hay esas exquisiteces".

La reacción es absolutamente incongruente con lo que siempre dice López Obrador. Porque según la directora del Conacyt, esa mujer nació en una familia humilde, de campesinos pobres, y se esforzó por salir adelante, por ir de su pueblo a la capital para estudiar una carrera, y esto fue un gran paso adelante para mejorar su situación. ¿No se debería considerar digno de elogio? ¿No es eso para lo que se supone que están dando becas a los jóvenes? ¿Por qué no se considera que el diseño de modas es una profesión que merece respeto?

Veámos una situación similar: Yalitza Aparicio es también una mujer de familia humilde, que fue elegida por Alfonso Cuarón para actuar en su película Roma y que ahora, cuando la cinta ha sido premiada y aclamada en todo el mundo, ha convertido en sello de prestigio sus orígenes y su esfuerzo por salir adelante. A ella se la ha elogiado por lo mismo que se maltrató a Edith Arrieta Meza. Una estudió para modista, la otra para maestra. Una le entró a la política, la otra al cine. Las dos lograron colocarse gracias a su esfuerzo. Pero a una la hizo pedazos nada menos que el presidente de México, el mismo que dice adorar a los pobres y quererlos ayudar a superarse, mientras que a la otra la ha felicitado medio planeta.

Otro nombramiento fue el de la directora del fondo sectorial Conacyt-Sener. A ella se le criticó por dos razones: una, porque antes de sus cargos administrativos fue vendedora de lencería, como si eso fuera de suyo algo malo, como si no fuera un trabajo como cualquiera, como si vender calzones fuera inferior a vender libros. Y la otra razón, porque solamente había estudiado hasta secundaria, pues dejó los estudios para ponerse a trabajar.

Ojalá México fuera un país en el que todos pudieran tener estudios superiores, pero no es así. Las personas tienen necesidad de ganarse el pan. ¿Hay que descalificarlas por eso? Justamente además, cuando vemos que el propio presidente se burla de y descalifica a los científicos e intelectuales llamándoles “machuchones” y “mafiosos” y hasta dudando de su nivel académico y diciendo que el pueblo sabe más que cualquier experto.

El tercer caso fue el de la persona nombrada para encargarse de la comunicación de dicho Consejo. A él lo criticaron porque no había aún terminado la licenciatura. Pero al mismo tiempo que lo corrían, los legisladores ratificaban como director general del Sistema Público de Radiodifusión a alguien que nunca obtuvo su título, algo que por cierto, la ley exige. ¿Se vale saltar la ley cuando así conviene y en cambio invocarla cuando no?

En mi opinión, estas contradicciones hacen evidente que lo que menos cuenta es lo que nos dicen que más debería contar y lo que más cuenta es lo que nos dicen que no debería importar. Y además, que el respeto que juran tener por algunos no lo tienen para nada, es puro discurso


Escritora e investigadora en la UNAM

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