Hace unos días, una senadora exigió que se frenaran los homicidios en Chihuahua. La exigencia se la hizo al gobernador: “Restablecer el orden, que cesen los feminicidios, desapariciones forzadas y homicidios”.

Tiene razón.

Lo mismo exigen los habitantes del estado y lo exigimos todos los ciudadanos. Y no solamente a Chihuahua, sino a todos los demás lugares en los que hay violencia, desaparecidos y muertos, que son prácticamente todos los rincones del territorio nacional.

Pero una vez hecha esta exigencia, ¿qué sigue? ¿Alguien la va a obedecer? ¿Será que, para la senadora, solo porque ella lo pide (perdón: lo exige) su solicitud va a tener la respuesta que no han tenido las familias de las víctimas y las ONG?

Hace algunas semanas, un ciudadano holandés de 69 años hizo una demanda legal para que se modifique su edad a 49 años. En defensa de su solicitud, argumentó que la ley ya permite cambiar el género y el nombre de las personas, entonces ¿por qué no habría de permitir cambiar la edad?

¿Le parece absurda al lector la petición de ese hombre?

¿Y no le parece absurda la exigencia de la senadora?

Y es que una cosa es lo que deseamos y otra lo que se puede hacer.

¿Se puede por decreto tener veinte años menos? ¿Se puede, porque alguien lo exige, detener la violencia?

Ojalá fuera tan fácil.

Hasta ahora lo que se ha visto es que podemos exigir y pedir, rogar y suplicar, de nada sirve: la violencia sigue allí.

Se ha intentado detenerla con el ejército, con leyes, con medidas económicas, encarcelando delincuentes. Pero no se ha podido.

Hay quien considera que lo que se necesita son acciones culturales, artísticas y deportivas. En un manifiesto que circula en redes sociales se dice que: “La seguridad de un pueblo está en la cultura y no en la mirada que vigila, controla y reprime. Un país que invierte en cultura nunca será un país donde impere la violencia”. Según un escritor: “Un chavito de 13 años que lea el Diario de Ana Frank y Las batallas en el desierto de José Emilio Pacheco, difícilmente a los 18 años será un sicario que corta cabezas, porque lo tocó la gracia de la literatura”, pues, asegura otro: “La literatura tiene una gran fuerza para ayudar a la rehabilitación de los jóvenes inmersos en la delincuencia”. Hay quienes afirman que “la música es un antídoto contra los sicarios” y que “un niño o joven con un instrumento en la mano jamás lo cambiará por un arma o una droga”. Los científicos, por su parte, aseguran que hay que “tratar de hacer mejor ciencia y buscar la manera de mejorar el entorno” y los deportistas, con gran entusiasmo, afirman que se puede terminar con la violencia si se practica algún deporte, por ejemplo, el futbol.

Las propuestas llegan tan lejos, que una actriz de teatro justifica su quehacer afirmando que: “La situación que se vive en México es propicia para optar por llevar alegría a la gente”, y una bailarina que se desnuda justifica el suyo diciendo que: “Ante la actual situación de inseguridad del país, cada vez es más importante ver algo bello”.

Dicho de otro modo: que todos queremos creer que conocemos la solución a este flagelo.

En el plan de “Paz y seguridad” presentado por el presidente electo se dice que es necesario erradicar la corrupción, garantizar empleo, educación, salud y bienestar y respetar los derechos humanos. La próxima secretaria de Gobernación lo hace menos complicado y sin apuntar a toda la “regeneración moral” de la sociedad, asegura que si se legalizan algunas drogas va a terminar la violencia.

Ya veremos. Pero, por lo pronto, exigírselo a un gobernador no sirve de nada. Porque tal vez no quiere (a muchos, desde gobernantes hasta familias les conviene la delincuencia) o porque tal vez no puede (a los delincuentes no parece hacerles mella ni los sufrimientos de las personas ni los discursos encendidos de quienes hacen discursos encendidos).

Escritora e investigadora en la
UNAM. sarasef@prodigy.net.mx
www.sarasefchovich.c om

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