Mucho se ha escrito sobre el neoliberalismo y el daño que la aplicación de sus políticas causó al país en los últimos 30 años. Si bien comparto la idea de que los planteamientos neoliberales no son adecuados para economías emergentes como la de México, no creo que la aplicación de sus postulados sea la causa única de la compleja situación económica en la que nos encontramos y que, a su vez, ha ocasionado el estancamiento de la pobreza y la inseguridad. Me explico.

Las ideas del liberalismo clásico de Montesquieu y de John Locke sentaron las bases para la Revolución francesa y la independencia de los Estados Unidos de América. Algunos de los pilares son la eliminación de los privilegios legales de la aristocracia y del clero, así como del poder absoluto y la intervención del Estado en asuntos civiles.. Con el lema de laissez faire, laissez passer —expresión francesa que significa “dejar hacer, dejar pasar”— se enfatiza que el Estado se debe abstener de dar dirección e interferir en asuntos económicos, para permitir que las fuerzas del mercado actúen libremente, a fin de lograr una óptima asignación de recursos.

El neoliberalismo surge originalmente en la década de 1930 como un liberalismo reformado que retoma esas ideas con algunos cambios sustanciales. Primordialmente, el neoliberalismo propone una economía de mercado tutelada por un Estado fuerte, lo cual es un alejamiento parcial del laissez faire del liberalismo.

Después de la Segunda Guerra Mundial, los ordoliberales alemanes introdujeron su versión de la corriente neoliberal con el concepto de subsidiariedad, el cual dispone que un asunto debe ser resuelto por la autoridad más cercana al problema. Posteriormente, en las décadas de 1970 y 1980, tomó fuerza una nueva corriente encabezada por Milton Friedman y la Universidad de Chicago. Estas nuevas ideas, centradas en el monetarismo, se oponían abiertamente a las políticas intervencionistas, proponiendo usar la política monetaria para controlar la inflación; criticaban rotundamente los déficits presupuestarios y pugnaban por la aplicación de una reducción en los gastos del Estado como únicas medidas viables para incrementar el tamaño de la economía.

Al final de la década de 1980 y condicionado por el Consenso de Washington (Banco Mundial, FMI y el Tesoro Estadounidense), México empezó a implementar estos postulados, que se mantuvieron por tres décadas. En ocasiones anteriores y con base en los argumentos de académicos como Ha Joon Chang, he sido crítico de este modelo por sus limitaciones y malos resultados en términos comparativos con otras alternativas. Pero hoy no quiero hablar de eso.

Las políticas neoliberales en México fueron muy nocivas, porque habilitaron a una generación de corruptos para saquear al país. Los dueños del poder, políticos funcionarios y empresarios, crearon un ambiente tóxico en el que manipulaban desde lo más profundo de sus ámbitos de operación las leyes, los reglamentos, documentos técnicos, bases para licitaciones, procesos de contratación, mecanismos de pago y esquemas de medición, monitoreo y rendición de cuentas.

No se puede entender el alcance de este esquema si no se analiza a través de casos específicos como el de Odebrecht, en el que no se observa únicamente la participación de un funcionario interviniendo para favorecer el otorgamiento de un contrato a un empresario a cambio de un beneficio económico, sino que es algo mucho más complejo. Se trata de una elaborada red que funciona en muchas instituciones gubernamentales; involucra varios niveles de funcionarios públicos y una plétora de los famosos “operadores”, quienes tienden la comunicación y negocian entre gobierno y empresas para ejecutar contratos que no proveen lo que se necesita, pagan precios y aplican condiciones totalmente fuera de rango de mercado y corrompen a un amplio grupo de personas.

Quienes participan en estas redes obtienen beneficios económicos importantes y son cómplices del saqueo. Son causa y origen de otros delitos, como las facturas falsas o las empresas fantasma, y hoy siguen operando. La Cuarta Transformación no puede erradicarlos de manera sencilla, rápida y amigable, sino que se requieren cambios que, como hasta ahora se ha demostrado, cimbrarán a muchas de nuestras instituciones.

El camino que ha emprendido el presidente Andrés Manuel López Obrador es claro en sus objetivos. Estamos determinados a erradicar la corrupción y lo vamos a lograr. El proceso es largo y doloroso: empezamos ya a sentir algunos de los efectos. Es como extirpar un tumor con cirugía; se trata de algo delicado y toma tiempo, pero es la única manera de recuperar la salud.

Hace un año ganamos las elecciones; tenemos el gobierno, pero aún no tenemos todo el poder. La batalla contra la cleptocracia mexicana apenas empieza; como políticos, asumimos los costos con toda responsabilidad y valentía. A los mexicanos y las mexicanas honestos les pedimos confianza. Los éxitos del futuro serán los frutos de nuestra determinación y nuestros sacrificios.

ricardomonreala@yahoo.com.mx
Twitter y Facebook: @RicardoMonrealA

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