Es un hecho que si la delincuencia está abarcando todos los ámbitos de la actividad económica, es porque está permeando en la sociedad una nueva cultura: la actividad delincuencial entendida como una reivindicación social para las clases vulnerables y olvidadas de este país.

Parece ser que no estamos viendo el surgimiento de una rebelión social producto de la frustración, falta de oportunidades y enojo. Sin embargo, la gente ya no toma el camino de las revoluciones sociales y políticas tradicionales, como antiguamente sucedía, sino el de la delincuencia.

En un país como este, de grandes contrastes económicos y sociales, donde la opulencia de una minoría salta a la vista más que nunca en la historia de la humanidad y se contrasta con el incremento de la pobreza y la sobrevivencia en la gran mayoría de la población, por más que las cifras alegres de las instituciones gubernamentales nos digan lo contrario maquilladas en eufemismos conceptuales y metodológicos.

Lo que es evidente es lo real. Según el INEGI la denominada clase “Baja/Baja”, que está conformada por gente desempleada, migrantes y quienes viven marginados y a nivel de sobrevivencia, la conforma el 35% de la población del país.

La clase “Baja/Alta”, conformada por las familias mexicanas que como tope máximo de ingresos tienen el salario mínimo, o sea más o menos sobre $2,800.00 al mes, nos da otro 25% y sumadas las dos nos arrojan que la clase socioeconómica denominada “clase baja”, la conforman seis de cada diez mexicanos, que luchan por sobrevivir en un mundo de lujos y excentricidades.

Es evidente que ese rencor se esté canalizando hacia la delincuencia. En muchas familias donde algunos de sus miembros forman parte de la delincuencia organizada, se justifica esa actividad como si fuese la alternativa que la sociedad les deja para sobrevivir.

El hoy famoso “huachicol”, es una actividad que nació del robo de combustible con cubetas que realizaban familias completas y eso es un delito. Cuando la delincuencia organizada descubrió ese mercado, lo tomó de modo profesional y creó infraestructura. Hoy el “huachicol” es una industria delictiva controlada por cárteles.

El robo de granos en las paradas de los ferrocarriles en las zonas alejadas se inició también como “robo hormiga” realizado por familias completas, así como el robo a camiones que transportan productos perecederos. Hoy ya es un gran problema, que creció hasta convertirse en una industria delictiva seguramente operada por cárteles.

La piratería también nació de modo “hormiga”, como negocio familiar y hoy los cárteles se han apoderado de esta actividad.

En algunos pueblos de Tlaxcala hay familias completas dedicadas a la explotación sexual de mujeres. Las madres preparan a los hijos para que se conviertan en padrotes que salen a seducir jovencitas ingenuas en otros estados y luego las llevan a Tlaxcala donde la familia las mete en redes de prostitución.

De este modo hay lugares donde quienes enfrentan a la policía cuando hay un operativo para detener delincuentes, son familias completas, que seguramente no distinguen lo que es un delito.

La sociedad mexicana hoy tiene mucho que ver en el incremento de la delincuencia, pues esta actividad hoy está tomando nuevos significados, de reivindicación social y cobros de facturas.

El rechazo a la autoridad gubernamental y la protección que en algunas zonas del país le da la sociedad a los cárteles y a grupos de delincuencia organizada en algunas regiones geográficas nos debe alertar, pues sin la ayuda de la sociedad no se podrá erradicar la delincuencia.

Los narcocorridos y declaraciones de ciudadanos que manifiestan su admiración a capos y delincuentes famosos, como si fueran la versión moderna de Robin Hood, son indicadores de que nos estamos enfrentando a fenómenos sociales antes nunca vistos.

La delincuencia con significados vinculados con la “lucha de clases”, tiene indicadores. Basta ver cómo los delincuentes de hoy ejercen violencia innecesaria y hasta sádica en contra de sus víctimas. Antes los ladrones robaban intentando no lastimar. Hoy la furia desbordada en los asaltos nos habla de componentes emocionales que van más allá de la búsqueda de cometer un atraco.

Hoy la delincuencia reta y provoca a las fuerzas armadas, mientras antes trataban de mantenerse alejados de ellas. Vemos que le han perdido respeto a la autoridad y por ello la confrontan e incluso realizan emboscadas de tipo paramilitar.

El asesinato de alcaldes, funcionarios y hasta candidatos significa que pretenden tomar control de los gobiernos. La delincuencia se ha institucionalizado en algunas regiones del país y negocia con las autoridades de “tú a tú” y a veces hasta en posición dominante.

La noticia de que, al Obispo de Chilpancingo- Chilapa, Estado de Guerrero se le han acercado candidatos a cargos de elección popular, pidiendo que interceda por ellos ante la delincuencia, nos habla de vulnerabilidad del “estado de derecho” y de gobiernos rebasados.

Los operativos de los delincuentes, con toma de vialidades, carreteras y quema de vehículos, parecen obra de guerrilleros.

Tan importante como lo es combatir frontalmente a la delincuencia, lo es tratar de entender el fenómeno de rebelión social que hoy se está dando y de modo paralelo con las actividades policiacas y de seguridad pública, se deben atender y resolver las problemáticas sociales que se están reenfocando hacia actividades delincuenciales. Sin el apoyo de la sociedad em todo el territorio nacional, no será posible combatir la delincuencia.

¿Usted cómo lo ve?

Twitter: @homsricardo

Linkedin: Ricardo Homs

www.ricardohoms.com

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