Decía Henri Bergson que “las grandes hazañas humanas exigen un suplemento de alma, que incluye el coraje y la entrega incondicional”. Por su parte, Octavio Paz explica que “el sacrificio y la idea de salvación trascienden a lo colectivo y se vuelven personales. La libertad encarna en los hombres y se vuelve unidad”. Eso es lo que estamos viviendo en la apoteosis de la solidaridad y en la profunda modestia de la obra durante el dramático rescate de las víctimas del terremoto, el movimiento de los escombros y la cadena espontánea de ayudas que parecieran haber sido ensayados, pero que nacen de un sentido innato de organización y del ingenio de la sociedad; en particular de los jóvenes que no guardan registro personal del otro 19 de septiembre, pero que lo replican desde su propio horizonte generacional.

México ha sido históricamente territorio de desastres naturales y de agresiones armadas desde el tiempo original de los mexicas, que en sólo 30 años padecieron 8 grandes terremotos, como anota Héctor De Mauleón. Algunos destruyeron la Ciudad por completo y desgajaron los montes; las inundaciones fueron catastróficas y los augurios sobre el fin del mundo se repitieron hasta la conquista. Durante la Colonia no cesaron los movimientos de la tierra, los incendios y las inundaciones: la de 1629 fue el mayor desastre en la historia de la capital, que permaneció inhabitable durante 5 años. Por otra parte, la Ciudad ha padecido el asedio de fuerzas de agresión extranjera, que se cuentan por decenas y que han conllevado en dos ocasiones la ocupación del territorio nacional. En todas ellas la defensa civil ha sido emblemática, en contraste con la debilidad de las instituciones.

A pesar de los regímenes tributarios, de la estructura de castas y de las enormes desigualdades que prevalecen hasta hoy, la reacción del pueblo —dividido en la realidad cotidiana— se ha unido férreamente ante la tragedia, lo que a veces ha significado un subsidio involuntario para las clases dominantes. Cuando ha estado en juego la independencia y la integridad del país, las revueltas populares han sido patrióticas, a comenzar por la defensa de México-Tenochtitlán encabezada por el Tlatoani: “joven abuelo, único héroe a la altura del arte”. Igual diríamos de la resistencia popular ante la invasión norteamericana de 1847, narrada por Guillermo Prieto, “cuando el pueblo indignado resistió al ejército enemigo con arrojo y entusiasmo en las calles y desde los edificios, ya sea con fusiles, piedras o palos”.

Otros movimientos sociales han tenido significados muy democráticos o revolucionarios. Así las multitudes que acompañaron a Francisco I. Madero cuando su llegada a la capital, que lo convirtieron en candidato único a la Presidencia de la República. De igual modo la reacción popular cuando la Expropiación Petrolera en 1938 en la que bajo el lema: “Todo sacrificio por la patria es pequeño”, se expresó el fervor en solidaridad material: “llegaron al Zócalo con animales, joyas, dinero y otros objetos. La presencia de la gente fue única”. Advertía Antonio Caso que “el destino de los mexicanos es ser profundamente humanos: gente que piensa en la construcción de patria, antes que en la propia”.

A diferencia de 1985, cuando fue notoria la actitud pasiva y hasta cobarde del gobierno federal para hacer frente a la tragedia, esta vez las autoridades nacionales y locales, expresadas sobre todo a través de las Fuerzas Armadas, policías, bomberos y funcionarios civiles, coadyuvaron eficazmente al salvamento, dejando además a los ciudadanos la conducción de las operaciones. Si la abstinencia del gobierno hace 32 años condujo al fin del presidencialismo, al inicio de la transición democrática y a la conquista de la autonomía política de la Ciudad ¿a qué puede llevarnos este despertar? Sería inadmisible que los “jóvenes abuelos” de nuestro tiempo volvieran a sus casas, escuelas, trabajos o desempleos, atesorando sólo la gloria intima del heroísmo y se apartaran del escenario social. El futuro anunciado no puede ser otro que la intensa participación colectiva en la toma de decisiones públicas y la emergencia radical de una nueva generación en la conducción política del país.

Comisionado para la reforma política
de la Ciudad de México

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