En lugar de saco, pantalón y blusa formal, Rosa Flores se pinta el cuerpo, se pone un corset, se enfunda una capa y se acomoda una peluca. Sólo entonces, después de más de una hora de caracterización, esta joven sale a trabajar. Y su trabajo es dar vida a la fantasía. Rosa es cosplayer. Su oficio consiste en encarnar personajes que, sin estos jóvenes, sólo existirían en la ficción.

Nacido en Japón durante los años 70, el cosplay, la actividad de disfrazarse de personajes de ficción, y los cosplayer, como se conoce a quienes realizan este oficio, han tomado popularidad en México y cada vez gana más adeptos.

La palabra cosplay surge de la unión de los términos en inglés costume play, que se traduce como “juego de disfraces”. Y eso es para Rosa este trabajo, algo que empezó como un divertido juego y ahora es su forma de vida.

Sin importar si su traje es la versión femenina de Robin, si está vestida de Harley Quinn o en su papel de la Mujer Maravilla, Rosa pone la misma entrega en cada uno de sus personajes. En siete años de experiencia esta chica ha acumulado más de 70 cosplay, casi 300 trajes confeccionados para otras personas, decenas de convenciones y viajes por toda la República.

Nace una cosplayer

La primera vez que fue a una convención y vio a las chicas con sus increíbles trajes no pensó de inmediato que se convertiría en una de ellas. Se animó a recrear su primer personaje cuando su novio la invitó a una de esas convenciones y le propuso que se disfrazaran. “Él me buscó un personaje que se pareciera a mí tanto físicamente como en la personalidad, me dio la idea de ser Kuea, del anime Erementar Gerad, y el vestuario era bastante sencillo”. Con apenas 15 años y cero experiencia en el mundo del cosplay, Rosa puso manos a la obra.

“Lo hice como pude, porque no conocía mucho de confección. En ese entonces era muy difícil hacer cosplay porque no encontrabas pelucas, los pupilentes eran carísimos y no había tutoriales como ahora, pero a pesar de todo, el resultado fue muy padre. La gente que conocía el anime se acercaba a tomarse fotos, me felicitaba, a algunos que les gustaba mucho el personaje, me agradecían por haberlo hecho, porque lo veían en vivo y se emocionaban”, platica.

Después de ese primer acercamiento, Rosa tuvo que dejar la actividad en pausa porque no tenía ni dinero ni el tiempo suficiente. Ingresó a la universidad con muchas expectativas puestas sobre una carrera en artes que la decepcionó y que abandonó. El talento y la creatividad que muchos maestros no la dejaban expresar lo aplicó a esta actividad con increíbles resultados.

Caracterizándose a ella misma, con una playera azul con la imagen de Wonder Woman en el pecho y unas botas amarillo chillante, Rosa cuenta que su primer traje fue un desastre. “Fue pura experimentación. El personaje llevaba una cadena y yo agarré una cadenota de metal que tenía por ahí y se la puse. Estuve todo el tiempo cargando la cadena cuando ahora sé que las puedes hacer de plástico o cartón. Fue un cosplay efímero, lo usé y murió casi inmediatamente porque estaba mal hecho”, cuenta mientras se ríe al recordar sus primeros pasos.

Tiempo después de ese primer intento fallido, con un poco de investigación, aprendizaje autodidacta y un instinto natural para dar soluciones creativas a sus trajes, casi sin darse cuenta nació Rosa Cosplayer. En poco tiempo sus cosplay comenzaron a llamar la atención en distintas convenciones y empezó a recibir invitaciones para presentarse en otros estados, por lo que le pagan máximo mil 500 pesos.

“Al principio no sabes qué hacer, no sabes qué te queda, sientes que el personaje tiene que ser muy parecido a ti para que te salga bien, pero conforme vas avanzando te vuelves coleccionador de imágenes de posibles personajes, sabes que te puedes maquillar para tener el color de piel del personaje, pides consejo a la gente que conoces”, cuenta mientras maquilla su rostro para iniciar su caracterización.

Rosa da los primeros toques a su rostro y con una sonrisa esta joven amante de los cómics y el anime confiesa: “Una vez que le encuentras el modo para hacer los trajes, te envicias, vas a todas las convenciones que puedes, empiezas a conocer gente, entras a grupales de cosplay y te buscas un personaje para poder convivir con los demás, es un ambiente muy padre”, asegura al tiempo que se coloca unos pupilentes azules.

Un mundo fantástico

En el mundo del cosplay hay distintas posibilidades. Existen los cosplayer que hacen sus propios trajes y otros que los compran. Quienes además de caracterizarlos los confeccionan, como Rosa, son llamados cosmakers. También existen los propmakers, que hacen accesorios para cosplay, como armaduras, espadas y cualquier otro elemento distintivo del personaje.

Debido a su talento y creatividad para crear trajes únicos, además de ser invitada a convenciones, Rosa pronto comenzó a tener una enorme demanda de gente que pedía un traje con la calidad que ella ofrece.

“Cuando me di cuenta, tenía encargados varios trajes. En ese entonces no había muchas personas que los hicieran y es un trabajo que no te puede hacer cualquier costurera. Sería muy difícil incluso para un diseñador de moda, porque ocupas materiales que no son tela y con los que es muy difícil trabajar, como fomi, cartón o alambre; materiales que ocupas para darle un aspecto fantástico al traje y que no sea sólo un disfraz más”, platica mientras da los últimos detalles a su maquillaje.

Dependiendo de la complejidad, esta chica de 25 años puede tardar desde cuatro horas hasta dos meses confeccionando un traje con peluca y accesorios incluidos, puede incluso vender uno a la semana. Sus precios oscilan entre los mil y 3 mil pesos, aunque ha trabajado pedidos de hasta 8 mil y ha hecho cotizaciones de trajes que alcanzan los 20 mil pesos.

“A veces la gente no tiene mucha conciencia de lo que puede llegar a costar un traje debido a la complejidad, los materiales y los acabados. Lo que yo hago es un trabajo de alta costura, se toman medidas de la persona y muchos de los detalles se hacen a mano. Lo que damos son trajes únicos. Eso te da la posibilidad de cobrar más por lo que estás haciendo, porque sabes que no en cualquier lugar te lo van a hacer”, dice.

Rosa se coloca una larga cabellera rubia y continúa explicando que muchas veces la gente le pide hacer los trajes de materiales más baratos, pero ella se niega. “Lo que ellos no saben es que ese trabajo va a hablar de ti, si haces algo más económico de lo que acostumbras, porque le quitas detalles o le pones materiales baratos, eso te va a dar una mala publicidad”, asegura.

Gajes del oficio

Después de más de 40 minutos de maquillaje, de colocar peluca, pupilentes y pestañas postizas, Rosa está lista para la parte final. Hace una pausa, va al baño y se coloca una licra y una blusa negra que va debajo del traje de Thor, versión femenina, que preparó para la entrevista. Mientras se coloca cuidadosamente cada uno de los aditamentos que componen el traje, explica que para saber si un cosplayer hace sus propios trajes sólo hace falta verle las manos.

“Un día antes de las convenciones tienes las manos llenas de pintura, con cayos, quemaduras, cortadas, y todo por estar cociendo, pintando, cortando y pegando piezas del traje”, dice.

Además de las lesiones que aguanta mientras cose sus trajes, Rosa cuenta otras cosas que no son tan gratas de su oficio: “Una de las más difíciles es tener que lidiar con acosadores, con gente que te conoce y cree que pueden obtener algo más sólo porque te disfrazas de alguien sexy, una cosa es el personaje y otra eres tú.

“También existen quienes te idealizan, te quieren conocer, que andes con ellos y hasta te siguen en las convenciones, pero aprendes a lidiar con eso, tienes que aprender a ir tomando distancia con la gente para que no se tomen atribuciones que no les corresponden”, explica.

Y es que ser cosplay es mucho más que sólo ponerse un disfraz. Para dar vida a míticos personajes como la Princesa Leia, Harley Quinn, Súper Chica o Mystique (tan sólo algunos de los que esta joven ha caracterizado) hay que aguantar largas jornadas con trajes que pueden ser pesados, calurosos o incluso algo incómodos.

“Hacer cosplay es más cansando de lo que parece. Tú puedes ver a una chica tranquila, pero lo que no sabes es que el pupilente le está picando los ojos, que la peluca le aprieta la cabeza, que el corset no la deja respirar ni comer, a veces esas cosas la gente no las ve, pero el resultado es gratificante porque cuando ves tus fotos y la gente te felicita, el cansancio se te olvida”, afirma.

Rosa coloca la última pieza de su atuendo en la cabeza y entonces desaparece por completo. Esa chica que cose con esmero y dedicación cada traje, ya sea para ella o para alguien más, se va y en su lugar aparece una versión femenina de Thor. Botas grises con alas, una enorme capa roja y un corset metálico, entre otros aditamentos, dan vida a un personaje que si no fuera por el cosplay sólo existiría en la imaginación.

Sobre su novel oficio concluye: “Lo que más me gusta es el resultado final, saber que pasé una semana o dos meses haciéndolo y vérmelo puesto y saber que logré el objetivo, llegar a una convención y que la gente te diga cosas bonitas. Que reconozcan y que te agradezcan es lo mejor”.

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