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“No somos ricos. Ve nuestros pies”, se lee en uno de los volantes que a bordo del Metro de la ciudad de México distribuyen niños indígenas de entre 5 y 14 años, quienes en su mayoría caminan descalzos.

“Sierra Norte de Puebla. Perdonen las molestias que les venimos ocasionando, yo soy un niño del campesino que vengo pidiendo apoyo económico para sembrar y sacar productos del campo, y como soy un niño luchador aprovecho mis vacaciones en este mes y para no seguir estando en la situación de dicha pobreza (sic)”, se lee en otro volante.

La “colecta” es el nombre que recibe en Huitzilan de Serdán y en otros municipios de la Sierra Norte de Puebla la costumbre de venir al Distrito Federal a ejercer la mendicidad en los vagones del Sistema de Transporte Colectivo (STC). Esta actividad, que realizan adultos y niños, es una costumbre implantada por Antorcha Campesina desde hace dos décadas, revela una investigación realizada por EL UNIVERSAL, basada en documentos y en un recorrido por la sierra nororiental poblana y los vagones del Metro.

La técnica para volantear de este grupo de vagoneros fue impuesta a mediados de los años 90 por activistas del Movimiento Antorchista Nacional, agrupación política ligada al PRI que desde 1984 tiene a Huitzilan de Serdán como uno de sus principales bastiones de poder en el país; sin embargo, esta actividad comienza a ser cuestionada en la zona, sobre todo cuando involucra a menores.

Cadena de pobreza

Los niños vagoneros son el eslabón más débil de una cadena de miseria, ya que no sólo son forzados a trabajar por sus padres, familiares o paisanos, sino también por redes de trata ya asentadas en la metrópoli, según han denunciado diversas organizaciones no gubernamentales (ONG), sin que hasta el momento haya resultados concretos de las autoridades capitalinas para acabar con el problema.

Si bien el STC realizó recientemente un muestreo que revela que un total de 547 menores de edad trabajan o piden limosna dentro de las instalaciones de esa red de transporte, la Procuraduría General de Justicia del Distrito Federal (PGJDF) no tiene datos relacionados con la comisión del delito de trata de infantes.

En el mismo sentido, la Procuraduría Social del gobierno capitalino no tiene registros acerca de este sector vulnerable de vagoneros, conocidos como “campesinos de la Sierra Norte de Puebla”, aun cuando es sabido que algunos de ellos ya residen en barrios de esta ciudad y del área metropolitana, alojados en sitios inhóspitos, a veces cercanos a estaciones del Metro.

Los migrantes escapan de municipios serranos que actualmente sufren índices de pobreza y pobreza extrema, y que suman 91%; sin embargo, sólo terminan por incorporarse a los cinturones de pobreza del DF y del Estado de México.

Uso político

Una revisión de este diario a 30 historiografías orales de pobladores huitzilenses —contenidas en el estudio Historia de la comunidad nahua de San Miguel del Progreso, realizado entre 2013 y 2014 por el investigador mexicano Ilán Lieberman y patrocinado por la Fundación Amparo de Puebla— revela que 14 representantes comunitarios acusan a Antorcha de imponer en sus pueblos no sólo la costumbre de “ir a México a pedir”, sino de toda una metodología para volantear, con técnicas tales como andar a pies descalzos. Otras “dinámicas” que el antorchismo financió, aparte de redactar e imprimir los volantes, ha sido la de costear viajes colectivos a la capital con mera intención política.

Dentro del trabajo de Lieberman, los testimonios de los huitzilenses Antonio Vázquez, Bartolomé Refugio Félix, Consuelo Jiménez y José Martín Hernández resultan contundentes:

“La ‘colecta’ empezó cuando llegó Antorcha; aquí ocuparon mucho a la gente, la usaron, pues, la gente. Antorcha llegó y empezó a extenderse, a colectarse; todo el dinero que juntaba la gente no se lo dejaba pa’ la gente. A mí me comentan y me consta que hasta a unos les quitaron su ropa, para que no les escondieran el dinero. Todo lo que recogían se lo tenían que dar a los dirigentes de Antorcha (sic)”, relató Antonio Vázquez.

Bartolomé sostuvo: “Sí, y yo ya le he llamado la atención a mi hermano, es menor que yo; pero tiene un hijo así de grande ya. Ya creció en la ciudad; lo empezaron a llevar sus tíos y su mamá, empezaron a enseñar eso.

“A veces aquí se va toda la familia a la ‘colecta’; en las vacaciones aquí ves una casa cerrada”, indicó Consuelo.

José Martín dijo: “Aquí sí hay pobreza, pero tenemos la pobreza gracias a Antorcha (...) porque ellos no quieren que uno salga adelante, ellos siempre te quieren ver abajo y que estés obediente…”.

En un andén de San Cosme

Eligio “N”, campesino cafetalero de 29 años, está sentado sobre el piso del andén sur de la estación del Metro San Cosme. Lo acompaña su grupo, compuesto por tres mujeres adultas y nueve menores de edad: cinco niños y cuatro niñas.

¿Son sus hijos? —se le pregunta.

El joven niega con la cabeza, pero tampoco aclara el parentesco que tiene con los niños ni con las mujeres. Se aprecia que es al menos el guía del grupo, porque sus miembros le sonríen y obedecen. Es también el único que habla castellano.

Eligio dice que es originario de Huitzilan de Serdán y que su estadía en esta capital será de 30 días: “No pasa de un mes que nos volvemos de vuelta, venimos porque la cosecha de café no da, ni de maíz”. Cuenta que su grupo forma parte de uno mayor, que consta de unas 40 personas, algunas de las cuales ya residían en el Distrito Federal con anterioridad.

Agrega que todos ellos duermen en una casa grande, cercana a la estación Gómez Farías, donde una señora —Lupe— los deja quedarse a cambio de 20 pesos diarios por adulto y 10 por niño.

El campesino comenta que su grupo llegó a la capital a bordo de un camión como los que surten a la Central de Abasto, y que días antes viajó desde su pueblo en una camioneta de redilas, una de las tantas que hacen viajes cada vez que se junta un cierto número de migrantes que deseen o puedan venir a la “colecta”.

Aunque no se nos permitió el acceso al alojamiento citado por Eligio, un conjunto habitacional de la avenida Ignacio Zaragoza y Calle 39, en la colonia Gómez Farías, una vecina confirmó que el espacio es utilizado para alojar a tales personas, pues los dueños del apartamento son poblanos.

El hostal tiene agua corriente, gas y una estufa, aunque no cuenta con camas y deben dormir en el suelo. “A los que alcanzan les dan cajas de cartón para que las extiendan como tapetitos”, comentó.

“Muchos niños ya no regresan”

Situado al final de un trayecto de 167 kilómetros desde la capital poblana, Huitzilan de Serdán pareciera estar en lo alto de la serranía; sin embargo, está dentro de un gran valle a 920 metros de altura.

La neblina que lo envuelve es espesa y casi tan permanente como la lluvia o la propia pobreza. La inconformidad social existe y algunos hombres dedicados a trabajar la madera, como Mauro, sueltan su enojo ante la injusticia y corrupción con la que, dicen, gobierna Antorcha, la agrupación que rige sus destinos desde 1984, cuando “agarró el poder a la mala”.

Mauro recuerda que Antorcha llegó al poder con violencia, reemplazando a la extinta Unión Campesina Independiente, organismo que en su momento fue acusado de homicidios, robo de tierras y conductas caciquiles, justamente las prácticas que hoy se le atribuyen al grupo sucesor.

“Antorcha para todo, por aquí y por allá, pero nada nos da a la gente sencilla, a la que no le entra a sus borlotes, que no va a sus mítines y todas sus cosas políticas”, dice el hombre, quien tiene opiniones críticas para los huitzilenses que se van a las “colectas” al DF y se llevan consigo a menores. “Se importan sólo ellos, que son los grandes, abusivos y huevones, pero no les importa que a los niños se los traguen los diablos”, exclama.

Tranquilina, hija de Mauro y dedicada a la venta de ropa y baratijas en la población vecina, San Miguel Acateno, dice que en la región “hay gente mala”, dedicada a enganchar a quienes busquen ir a Puebla o a México para llevar niños a trabajar, mismos que, dice, “van a sufrir y a dar lástimas, y a muchos ya no los traen de regreso”.

Cultivos, afectados

Cifras de 2014 de la Secretaría de Desarrollo Social (Sedesol) no favorecen a Huitzilan, que ostenta grados de pobreza moderada de 38%, y extrema, de 53%.

Son fácilmente apreciables las carencias de sus habitantes, dedicados, al menos 2 mil 400 de ellos, al cultivo del café, producto que, si bien debería generar ingresos anuales por 30 millones de pesos, suele derivar en baja productividad, debido a las frecuentes heladas que afectan hasta 90% de la cosecha.

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