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Cuando Jorge Mario Bergoglio, con 21 años de edad, avisó a sus padres que quería ser sacerdote, la noticia causó sentimientos encontrados. Por un lado, la familia le expresó la alegría que sentían al ver la fuerza que demostraba en su convicción para vivir el camino de Dios. Y por el otro, a quien le tomó más tiempo asimilar la decisión fue a su madre. La señora Regina Sívori había visualizado que su primogénito se casara y le diera nietos, y de un día para otro tuvo que desechar esa idea, relató en entrevista con EL UNIVERSAL José Ignacio, sobrino del Papa Francisco e hijo de María Elena Bergoglio, la única hermana viva del Pontífice.

José Ignacio cuenta que su bisabuela paterna, Rosa Vassallo, fue quien marcó el camino de la fe de su tío Jorge ―a quien nadie en la familia llama Papa―, porque le regaló un libro sobre la vida de San Francisco de Asís. La nonna Rosa, como la llamaban, fue quien enseñó la fe a los cinco hijos del matrimonio Bergoglio Sívori. Por eso, la familia siempre fue religiosa; su tía Martha, la otra hermana del Papa, fue catequista al igual que su madre María Elena lo es.

―La novia a la que le dijo “Si no me caso con vos, me hago cura”, ¿ es verdad?

―No, es un mito. Jorge no tuvo novia. Como todo adolescente le gustaba alguna chica, pero no tuvo novia ―responde José Ignacio vía telefónica.

Así, Jorge Bergoglio siendo cura ofició las misas de bautizo, confirmación y primera comunión de José Ignacio, y se convirtió en el confesor de su madre Regina tras ordenarse sacerdote en 1969.

Rivalidad futbolera

José Ignacio dice que a pesar de la vida religiosa de su tío Jorge, siempre han tenido una relación cercana. Aunque él vivía en Buenos Aires en el Arzobispado, y el resto de la familia a 40 kilómetros de distancia en un barrio popular, hablaban continuamente por teléfono y se veían de vez en cuando. Siempre le ha pedido consejos e incluso bromean sobre su rivalidad en el fútbol.

Como es sabido el Papa Francisco es hincha del San Lorenzo; pero toda su familia es hincha del River Plate. Razón por la que, tras los partidos se vitorean de las victorias o derrotas de los equipos. José Ignacio le pregunta por teléfono si vio el juego del domingo, donde perdió el San Lorenzo; él sabe que el Papa no ve televisión, pero sí que un guardia suizo en el Vaticano lo mantiene al tanto de los resultados.

Esa actitud bromista, característica del Papa, la lleva a las ceremonias religiosas. Recuerda que en su primera comunión, Bergoglio al darle a beber del cáliz le dijo: “No te lo tomes todo, eh, que tienes que dejarle a los demás”; o en su confirmación, la palmada en la mejilla se la dio más fuerte.

En la actualidad, el Papa les llama todos los domingos. Ellos, José Ignacio, su hermano y su madre, no tienen el número del Vaticano; no pueden llamarlo porque les resultaría muy costoso; además de que no quieren molestarlo. Por eso esperan cada semana su llamada; a veces conversaciones largas, a veces breves saludos.

Un golpe duro

El 13 de marzo de 2013, la familia Bergoglio recibió otro golpe de sentimientos encontrados cuando se conoció que Jorge era el nuevo Papa. José Ignacio narra que su tío les llamó por teléfono antes de partir al cónclave : “Bueno, che, nos vemos a la vuelta, nos tomamos un mate y conversamos”, les dijo. Y no volvió nunca más.

“Lo más difícil fue asimilar todas las sensaciones que teníamos. Era un momento histórico y de repente teníamos que desapegarnos y soltar, dejar de lado el egoísmo y dejar de decir es mío, es mi tío y aceptar que ahora le pertenece al mundo entero”, relata sobre lo que experimentaron.

Incluso tardaron más de lo pensado, porque de inmediato la prensa comenzó a buscarlos para que dieran algún testimonio sobre el nuevo Papa. No obstante, reconoce, ha sido una noticia hermosa, porque lo ven rejuvenecido, sonriente, y como líder religioso y de Estado sigue conservando las preocupaciones que tenía por los desamparados en Buenos Aires, sólo que ahora multiplicada por todo el mundo.

La última Navidad en familia

José Ignacio tiene 32 años y con su novia, Marina Muro, fundaron “Haciendo lío”, una asociación civil que realiza labores humanitarias en Argentina. El nombre provino del discurso que el Papa Francisco dio a los jóvenes en su visita a Brasil.

La última vez que la familia Bergoglio vio físicamente a Jorge fue la Navidad de 2012, previa a que él viajara a Roma para el cónclave. Todos asistieron a la misa del 24 de diciembre. Charlaron un momento y mientras ellos regresaron a la celebración en casa, Jorge pasó la noche con gente de la calle en la Plaza de Mayo.

Sin embargo, el año pasado José Ignacio lo vio brevemente en Paraguay. No fue un encuentro privado porque la agenda del Papa no se los permitió, pero él pudo saludarlo y entregarle las cartas que le enviaban unos chicos de la provincia de Jujuy. José Ignacio fue como cualquier persona al momento de saludarlo.

Reconoce que cuando han platicado con él sobre sus giras papales y cómo rompe los protocolos para acercarse a la gente, le preguntan si no tiene miedo de que algo le pase. “No, mirá, yo no tengo miedo, porque ya le entregué mi vida a Dios, qué mejor guardaespaldas que él”

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