Madrid

El encierro no ha terminado. Después de los tres años de cautiverio y abusos que siguieron a su secuestro en una escuela de Chibok, Nigeria, en 2014, las 82 mujeres liberadas el pasado 6 de mayo de las garras de Boko Haram deberán pasar una larga cuarentena alejadas de sus casas.

“Se enfrentan a un proceso complejo para reconstruir sus vidas después de un horror indescriptible”, explica desde Nigeria Pernille Ironside, representante del Fondo de Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF). La funcionaria detalla que las mujeres están en riesgo de sufrir una dura estigmatización por parte de algunos sus vecinos, como ha ocurrido con otras víctimas de violación o secuestro de la banda. Sobre muchas de ellas planeará toda la vida la sospecha de que se han convertido al yihadismo y de que están dispuesta a atentar contra sus comunidades.

Amnistía Internacional (AI) pide privacidad para las mujeres y rechaza facilitar cualquier información en un momento tan delicado, cuando ellas se encuentran frágiles y el planeta entero quiere saber cómo es la vida bajo las leyes del sangriento grupo terrorista.

La curiosidad aumenta tras los testimonios de anteriores presas de Boko Haram, especialmente el de Amina Ali Nkek, la única de las chicas de Chibok que ha hablado públicamente. En abril de 2016, unos soldados nigerianos la reconocieron mientras recogía leña con su bebé; el gobierno se hizo cargo de su recuperación y permitió una sola entrevista, en agosto de ese mismo año con la Fundación Thomson Reuters. Entonces Amina escandalizó al mundo al asegurar que echaba de menos al terrorista con el que se había casado y tenía un hijo.

El secreto alrededor de las 82 mujeres es absoluto desde que fueron intercambiadas por un grupo de prisioneros de Boko Haram. En lugar de regresar a sus casas, en Chibok, permanecen bajo custodia de funcionarios del gobierno nigeriano en Abuya, la capital del país. Los primeros contactos controlados con familiares que han recorrido los 900 kilómetros entre Chibok y Abuya ya comenzaron. Las reuniones, llenas de lágrimas y emociones contradictorias, han servido para identificar a las rescatadas y comprobar quiénes son las 115 de las 276 secuestradas en Chibok que siguen en poder de Boko Haram.

Si el trato que las 21 mujeres liberadas en octubre en una operación similar puede servir de referencia para lo que va a ocurrir con este nuevo grupo, el proceso que comienza ahora se moverá en una frontera borrosa entre la tutela gubernamental y el arresto.

La mayoría de familias de estas 21 rescatadas se han mostrado satisfechas con el apoyo que está prestando el gobierno para mantener y guiar sicológicamente a sus hijas en un país muy pobre y sin apenas acceso a la sanidad, donde las mujeres con menos recursos tendrían que cerrar por su cuenta las profundas cicatrices causadas por los abusos sexuales y los maltratos de los yihadistas.

Otras familias, sin embargo, critican el secretismo y piden tener a sus hijas de regreso tras tres extenuantes años de separación.

Ali Maiyanga, madre de una liberada en septiembre, explicaba al corresponsal de la BBC Alastair Leithead que visitó a su hija en Abuya y que estaba contenta con las condiciones en que vivía: “Preferiría que estuviera con nosotros en casa, pero no podría cuidarla con los medios que lo hace el gobierno. Están asistiendo a clases de costura y el ministro de Educación dice que en cuatro meses estarán preparadas para volver al colegio”.

Pero el aislamiento de las primeras 21 liberadas ha generado ya algunas polémicas en Chibok. En navidades las mujeres viajaron a la aldea para visitar a sus familiares, pero no pudieron alojarse con ellos, sino que durmieron en casa de un político local.

No existen declaraciones oficiales al respecto, pero los expertos en África explican que el gobierno intenta evitar que las chicas, tras la publicidad que han recibido, sean víctimas de nuevos raptos o incluso de venganzas de Boko Haram. “Es algo que he visto a menudo”, explica Mausi Segun, investigadora de Human Rights Watch experta en secuestros de este tipo y que, sin embargo, se muestra muy crítica con la falta de transparencia oficial.

Otro miedo es que los antiguos vecinos de las mujeres rechacen su conversión al islam (Chibok es una aldea de mayoría cristiana) o que las castiguen por haber mantenido relaciones sexuales con los terroristas y, en no pocos casos, haber concebido hijos de ellos.

Todos estos factores convierten en un hecho tácitamente asumido que muchas de las liberadas nunca regresaran a su región natal y deberán comenzar una nueva vida en la capital nigeriana.

Las dudas sobre una feliz vuelta a casa y la profundidad de las heridas sicológicas quedan acrecentadas por detalles como el revelado por Garba Shehu, portavoz del gobierno nigeriano. Tras la liberación, explicó que las 82 rescatadas deberían de haber sido 83. Sin embargo, poco antes de que se confirmara la operación, una de las mujeres anunció: “No, yo quiero quedarme aquí. He encontrado un marido”.

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