Desde que empezó la campaña electoral se puso en cuestión la salud mental de Donald Trump. Su controversia, su incorrección política, su megalomanía, sus obsesiones y su verborrea ascendiente añadían cada vez más leña a un fuego que incendiaba la duda de su estabilidad emocional y mental, su adecuación para el puesto de presidente de la primera potencia mundial.

Su llegada a la Casa Blanca no varió el debate. Los que esperaban que moderara el carácter, esperando que sentarse en el Despacho Oval tuviera un efecto anestesiante, erraron: Trump sigue con el mismo carácter amenazador y combativo de la campaña electoral, como si siguiera en ella.

Como resume el columnista Lee Siegel en la Columbia Journalism Review, hasta ahora el comportamiento de Donald Trump se ha analizado como “inexperiencia política, inseguridad diaria, falta de atención, disrupción calculada o erupciones autocráticas”.

Todo cambió hace un par de semanas, cuando un grupo de 35 siquiatras, sicólogos y trabajadores sociales rompieron un silencio profesional amparado en la ética para escribir una carta en el diario The New York Times alertados por la “preocupación” de la salud mental del presidente, una “inestabilidad emocional” que en su opinión lo incapacita “para servir de forma segura” en el cargo.

Apareció el término “desorden de personalidad narcisista”, un concepto desacreditado por la ciencia, así como otras patologías más o menos leves.

Para el doctor Nassir Ghaemi, Trump sufre de una enfermedad maníaco-depresiva. “Es un diagnóstico fruto de su temperamento hipertímico —un trastorno del ánimo caracterizado por un exceso de actividad, acompañada de euforia, verborrea y exaltación—, síntomas maníacos leves que son parte de su personalidad”, explica a EL UNIVERSAL el doctor Ghaemi, director del Programa de desórdenes en estados de ánimo y profesor de siquiatría en la Tufts University y lector en Harvard.

Eso no significa que necesite hospitalización o delire. “Sus síntomas son leves, pero constantes, y tienen aspectos negativos”, explica.

Entre los síntomas están, entre otros, la baja capacidad empática hacia aquellos que son diferentes, algo que se demuestra en sus ataques hacia México o la comunidad musulmana. “Este factor, unido a su bajo realismo, hace que sus políticas sean más peligrosas”, apunta el doctor. “Sus fallos casi siempre terminaban con una no aceptación de que sus juicios no habían sido realistas o falsos, lo que mostraba una falta de empatía en los efectos en los otros”, remata.

Si Trump se sometiera a una terapia sicológica para determinar si tiene una enfermedad mental y el resultado fuera positivo, no sería un hecho novedoso. En su estudio Mental Illness in US Presidents between 1776 and 1974, investigadores de la Universidad de Duke analizaron cientos de biografías y dictaminaron que al menos 18 presidentes tuvieron algún tipo de desorden siquiátrico.

John Adams (1797-1801), el segundo presidente estadounidense, sufría de trastorno bipolar II; fue peor Theodore Roosevelt (1901-1909), quien sufrió bipolaridad I, con cambios de humor mucho más extremos. Woodrow Wilson (1913-1921) y Abraham Lincoln (1861-1865), entre otros, sufrieron importantes episodios de depresión. Del último, además, se sabe que tuvo en algún momento tendencias suicidas.

Las enfermedades mentales siempre han sido tabú. El descubrimiento de que George McGovern recibía terapia de electroshock para paliar sus depresiones acabó con sus aspiraciones a ser vicepresidente en 1972 y John McCain, en su primer intento por ser presidente (2000), tuvo que difundir un análisis médico completo para desmentir los rumores de trastorno postraumático (PTSD).

Según Ghaemi, los “temas” mentales son inherentemente “dañinos” para una presidencia, pero a veces pueden ser de ayuda, de la misma manera que tener salud mental en épocas de crisis puede ser perjudicial por una visión demasiado realista y empática de la situación.

El caso de Trump, sin embargo, no es de buen augurio. “Si estamos de acuerdo en que no vivimos en una época de gran crisis mundial, entonces la impulsividad de Trump y la urgencia de sacudir las cosas causará inestabilidad y crisis en el mundo, no una cura”, asegura el doctor. Concluye: “En ese sentido, creo que su enfermedad maníaco-depresiva no es beneficiosa para él ni para el mundo”.

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