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Washington.— El 8 de noviembre no sólo se decide quién ocupará el asiento tras el Despacho Oval de la Casa Blanca, quién tendrá en sus manos el Poder Ejecutivo en los Estados Unidos. También se renueva gran parte del Congreso, el órgano legislativo. Y, quizá igual de importante, pero totalmente opacado y de forma indirecta, también se elige cuál será el destino del Tribunal Supremo, un rumbo que marcará las próximas décadas del país.
Desde los 1970 el Supremo estadounidense, formado por nueve jueces nombrados por el presidente y ratificados por el Senado, ha estado marcado por una mayoría conservadora. Durante su presidencia, Richard Nixon pudo nombrar hasta cuatro jueces, que unidos a los nombrados por Reagan y Bush años más tarde consolidaron esa ideología. Las presidencias de Bill Clinton y de Barack Obama trataron de cerrar la brecha, pero no llegaron a tiempo.
Hasta febrero pasado, la distribución era de 5-4 en favor a los conservadores, y sólo la moderación del juez Anthony Kennedy y John Roberts en algunos momentos permitió sacar adelante cambios sociales tan trascendentales como el matrimonio homosexual (2015) o evitar que el sistema de reforma sanitaria del presidente Obama desapareciera por completo.
La muerte del ultraconservador constitucionalista juez Antonin Scalia supuso una ruptura, equilibrando el ideario liberal-conservador en un empate a cuatro jueces, a la espera del nombramiento, ratificación y toma de posesión del noveno asiento, y es ahí donde los dos partidos (y, por tanto, las dos visiones del país) ven la oportunidad para decantar la balanza de la justicia en su favor por los próximos años e incluso décadas, teniendo en cuenta que el cargo en la Corte Suprema es vitalicio.
“Se da por supuesto que el próximo presidente nombrará al menos a dos [jueces] en los próximos cuatro años. Kennedy y [Ruth] Ginsburg están en sus 80, y [Stepehen] Breyer tiene 78. Es improbable que los tres decidan quedarse cuatro años más; eso además de la vacante dejada por la muerte de Scalia”, explica a EL UNIVERSAL Kent Greenfield, experto en el Tribunal Supremo de la Boston College Law School.
Los candidatos han puesto el Tribunal Supremo como uno de los argumentos para pedir el voto de los estadounidenses. Especialmente el republicano Trump, quien incluso presentó hace muchos meses una lista con 21 candidatos a ocupar las posibles vacantes que aparezcan en el máximo órgano judicial. “Por lo que sé, son juristas conservadores bastante respetados. Son el tipo de juristas que se podría esperar que un presidente republicano podría tener en su lista”, explica Greenfield, una medida que llevó a cabo para “calmar” a los conservadores del partido que temían que el pasado “liberal” de Trump le llevara a nombrar jueces moderados y que pudieran virar en su ideología.
El republicano destaca la importancia de controlar el Senado para, por ejemplo, restringir el aborto a nivel federal o defender el derecho constitucional a portar armas. La demócrata quiere que un Supremo liberal permita ampliar los derechos civiles, especialmente de las mujeres y de las minorías, derrotar la denominada Citizens United (que permite a empresas contribuir económicamente a las campañas electorales), y retomar la lucha legal en favor de los programas DACA y DAPA para indocumentados.
“El Tribunal Supremo toma decisiones que afectan a millones de estadounidenses, y está tan ligeramente equilibrado que el movimiento de un voto, en una dirección u otra, podría tener un efecto significativo en las decisiones del Tribunal”, dice Greenfield.
Pero no sólo es importante quién nomine a los nuevos jueces, sino quién controle el Senado que, al final, tiene el poder final de ratificación. El bloqueo del actual Senado republicano es un ejemplo: tras la muerte de Scalia, Barack Obama nombró a Merrick Garland, un moderado, para sustituirle. Los legisladores conservadores se negaron siquiera a tomarlo en consideración alegando que el país estaba en periodo electoral; corren el riesgo, ahora, de que Clinton no mantenga esa elección y elija a alguien más progresista para decantar hacia el lado liberal el Alto Tribunal.
Es por eso que, en la complejidad de las elecciones presidenciales, los candidatos hacen énfasis en la urgencia e importancia de tener el control del Senado. Como en cada periodo electoral se renueva un tercio de la Cámara Alta, y los demócratas podrían recuperar el control que perdieron en 2014.
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