Madrid.— Sin Nigel Farage, Reino Unido seguiría en la Unión Europea. Fue el ascenso de su partido, el UKIP, el que hizo convocar a David Cameron al referéndum del jueves. El primer ministro pensó que así dejaría sin argumentos a Farage, el político al que había llamado “lunático” y que estaba minando al Partido Conservador con el discurso eurófobo que le hizo ganar las elecciones europeas de 2014.

Tras 20 años empujando, Farage (Downe, 1964) logró el objetivo de su vida. Siempre sonriente, con una cerveza en la mano y un discurso tan ocurrente como xenófobo, Reino Unido se dejó convencer por su melodía. El discurso del populista tiene dos pilares: todo es culpa de la UE y Reino Unido debe deshacerse de los inmigrantes que están robándole sus servicios públicos y su identidad al inglés de la calle. Esos fueron los argumentos que dieron la victoria al Brexit.

Pese a ser el inspirador del referéndum, Farage no formó parte de la campaña oficial, era demasiado polémico. Pero fue él quien logró el vuelco a favor de la salida con sus ataques a los inmigrantes y al alimentar el sentimiento de superioridad de cierta parte del electorado, prometiendo que Reino Unido se desenvolvería mejor sin los deshonestos europeos del sur, sin los dogmáticos alemanes, sin los franceses...

Eurodiputado desde 1999, Farage estudió en el elitista Dulwich College. No quiso ir a la universidad y siguió el camino de broker de su padre. A los 21 años, Farage ya ganaba 200 mil libras anuales.

Durante años, Farage ha sido motivo de chanza en la política británica. Pero desde el jueves pasado, para bien o para mal, es uno de los hombres que más ha influido en la historia británica, más que muchos primeros ministros.

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