El gigante sudamericano no dejaba de crecer. El mundo todo parecía sonreírle. No sólo se ubicaba entre las primeras siete economías del planeta, con crecimiento sostenido durante ocho años seguidos, sino que también se quedaba con la organización del Mundial de Futbol y los Juegos Olímpicos. Los hallazgos de nuevas reservas de petróleo sorprendían a propios y a extraños y así los BRICs (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica), recibían todas las miradas y consideraciones, en parte gracias a Brasil.

De repente, en 2010 la economía brasileña puso el freno de mano, China desaceleró sus motores y el Brasil del carnaval, en todos los órdenes, quedó al desnudo y evidenciando que su enfermedad era de cierta gravedad.

Primero la economía, después la política y casi siempre la corrupción, llevaron al gobierno de Dilma Rousseff y a su partido, el de los Trabajadores (PT), a una suerte de callejón sin salida y al país a una crisis de difícil solución. Al menos por ahora, a decir de todos los analistas consultados.

El escándalo de Petrobras, que los brasileños bautizaron como “Operación Lava Jato” (Lavado de autos, en alusión a que los implicados usaban una red de lavanderías y estaciones de servicio para mover valores de origen ilícito), parece haber acelerado la metástasis de un sistema político afectado con el cáncer de la corrupción desde que en 2005 explotó el caso del Mensalao, la paga de sumas de dinero a cambio de votos en el Senado y en la Cámara de Diputados.

“Es seguramente la más confusa crisis que he visto en 52 años de profesión y quizás también la más grave, porque es una letal combinación de crisis económica, crisis política y crisis ético-moral, por el mega escándalo de Petrobras”, explica el analista Clovis Rossi, tal vez uno de los mejores periodistas de Brasil y Premio Moors Cabot de periodismo.

Ya en 2014, el gobierno había celebrado hacia dentro el 0.1% de aumento del PIB, después de haber registrado un 2.2 de promedio cada año desde 2002. A la administración Rousseff no le importaba que la recesión seguía vigente. Le alcanzaba con no tener cifras negativas. Pero a medida que fueron pasando los días y crecieron las investigaciones sobre el desvío de fondos de Petrobras, que según la justicia ascendió a 10 mil millones de reales (5.2 mil millones de dólares de la época), la inflación se disparó al compás de la descomposición política.

El índice de precios al consumidor superó ya el 10%, según algunas agencias independientes y la inflación para este año, que el gobierno había previsto originalmente en 7.9%, asciende ya a 9.56%. La más alta desde 2003, cuando el PT llegó al poder. Algo que para el economista Fernando Cardim, de la Universidad Federal de Río de Janeiro, “será superado con creces”.

Pero no sólo la inflación empeoró en materia económica. Más de 1.7 millones de brasileños se quedaron sin empleo desde marzo a la fecha, por lo que el índice de personas sin trabajo creció del 6.2 al 6.9%, de acuerdo con los datos que maneja el Instituto Brasileño de Geografía y Estadísticas (IBGE). En tanto, los brasileños que poseen empleo vieron mermar sus ingresos en un 30%, según esa entidad. Pasaron de mil 507 (432 dólares) a mil 52 reales (302 de la moneda estadounidense).

El segundo mandato gubernamental de Dilma arrancó el primer día de 2015 con la necesidad de un ajuste fiscal, que aminorara el déficit fiscal y mejorara la competitividad de las empresas brasileñas. Por eso le confió el ministerio de Hacienda a un experto en esas lides, Joaquim Levy, quien llegó a anunciar un recorte de gastos por 66.3 mil millones de reales (equivalente al 1.22 % del PIB). Pero en virtud de las protestas en marzo y de la falta de apoyo de la base aliada del PT en el Congreso, debió dar marcha atrás y dejó los recortes en poco más de 8 mil millones de reales (0.15% del PIB).

“De las tres crisis, la política, la económica y la moral no hay una que prime sobre la otra, se retroalimentan”, asegura Rossi, para quien una renuncia de Rousseff es casi imposible “porque no está en su ADN” y un impeachment es “casi improblable”.

Mientras la crisis se sigue cocinando a fuego lento, las protestas que arrancaron en marzo, se repitieron en abril y se escucharon con fuerza el pasado domingo y el jueves, se mantienen y la imagen de la presidenta sigue a la baja (8% según la última medición de Datafolha). Pero desde el punto de vista económico, nadie vislumbra un camino a seguir.

Para Samuel Pessoa, economista de la Fundación Getulio Vargas, “las inconsistencias del programa económico no son nuevas. Ya teníamos un esquema que provocaba desaceleración con desajustes en las variables. Por eso desde el punto de vista económico no veo viable un impeachment de la presidenta porque eso no va a hacer aparecer un 3% de superávit primario que se necesita de la noche a la mañana”.

Nadie vislumbra una salida rápida

Sin una oposición que se erija en alternativa, ni al menos simule serlo, con un vicepresidente, Michel Temer, cuyo partido, El PMDB, tiene a los presidentes de la Cámara de Diputados, Eduardo Cunha y del Senado, Renan Calheiros, también acusados de corrupción, nadie vislumbra una salida rápida del atolladero en donde se encuentra el país.

El politólogo Carlos Pereira defiende la idea de un impeachment, mientras que otros como Pessoa sostienen que lo mejor para la economía y para oxigenar el país “sería la renuncia de Dilma y Temer juntos y una convocatoria adelantada a elecciones”, algo que por ahora, según las consultas a políticos y diputados, “está muy verde”. “Se llegó a esta situación por una sucesión de errores del propio gobierno y por tratar de maquillar la realidad”, acota Pereira.

La crisis está aún en ciernes y los Juegos Olímpicos, con los que el gobierno podría obtener un poco de aire, como lo obtuvo en su momento con el Mundial de Futbol, están todavía demasiado lejos. Incluso el leimotiv de la protesta de marzo fueron los excesivos gastos que demandaron las obras de la Villa Olímpica y el resto de la infraestructura para la realización de esa gesta deportiva. “No se pueden esperar soluciones de corto plazo, ni nombres milagrosos que ayuden a encontrar una salida en el corto plazo”, reflexiona Eurico de Lima Figueiredo, de la Universidad Federal Fluminense.

Fueron los mensajes de la calle los que terminaron de agravar el panorama. El domingo pasado salieron a protestar casi 800 mil personas en todo el país. Aunque la cifra fue inferior a la de las protestas de marzo y abril, el mensaje fue contundente: un muñeco gigante con la imagen del ex presidente Luiz Inacio Lula Da Silva, casi un mito viviente de la política brasileña, con uniforme de presidiario, fue la señal de que la crisis no deja nada a su paso.

La relación del ex mandatario con las constructoras señaladas en la “Operación Lava Jato”, de las que dos de sus presidentes están presos, su presunto conocimiento de los “favores” en materia de créditos que otorgaba el Banco Nacional de Desarrollo Social (BNDES) y su rol de líder máximo del PT, dejaron a Lula expuesto en el momento en que su partido y el gobierno más lo necesitaban.

“Lula pasó de ser el ‘padre de los pobres’ al ‘padre de las constructoras’. Son estas las que financian su instituto legalmente, como dice él, o ilegalmente, como deberá probarse. De ser invencible electoralmente hoy aparece por debajo de Aecio Neves, que no es un candidato carismático pero goza de un ‘recall’ de la última elección”, acota Rossi.

Y allí radica lo paradójico de este difícil momento que atraviesa Brasil. Porque es justamente el PT —el partido de las luchas obreras y del fortalecimiento de la transición democrática, el del ascenso social de más de 60 millones de brasileños entre 2003 y 2009, pero también el que tras dejar de ser una alternativa se convirtió en una agrupación política más del sistema brasileño con su llegada al poder— uno de los implicados clave en esta crisis. Y su alter ego, su líder máximo, Lula, el que mejor vendió en estos años “la marca Brasil” por todo el mundo, está ahora expuesto en el ojo de la tormenta. No sólo por su responsabilidad, mayor o menor en lo ocurrido, sino porque “también es el garante del gobierno de Dilma”, como lo recuerda Rossi. Las versiones de que la campaña de la mandataria a la reelección recibió financiamiento ilegal ensombrecen más el panorama.

Los uruguayos acuñaron un dicho que ilustra a la perfección lo que significa Brasil regionalmente. “Cuando Brasil se resfría, Uruguay se engripa” y por ende, todos los países vecinos. Si este año se espera que la caída del PIB en Brasil llegue al 1.4%, según el gobierno (y del 2% según los bancos de inversión), en 2016 casi seguro podría repetirse, según los cálculos de esas entidades y del propio Cardim.

El temor fuera de Brasil no es menor. Por ejemplo, Argentina coloca en el vecino mayor el 45% de su producción industrial. En el transcurso de los últimos cuatro meses Brasil devaluó el real casi 52%, la peor noticia que podría recibir el sucesor de la mandataria argentina Cristina Kirchner a partir del 10 de diciembre próximo.

“Lo que está pasando en Brasil es visto con preocupación en Argentina, que ingresará tras las elecciones en una etapa de ajuste fiscal y otros países de la región. Si se tiene en cuenta que estos países mantienen un importante comercio con China, que desacelera su economía, no son buenos tiempos los que están por venir para la región”, explica el analista argentino Julián Hermida.

Por eso todos los ojos de América del Sur se posan sobre “el gigante sudamericano”. Todos están atentos y temerosos a la vez, de tener que ver cómo “el gigante”, el más grande de la familia regional, está siendo vencido por sus propios males y por la mala praxis de sus políticos, con consecuencias todavía imposibles de imaginar.

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