Desde las alturas de los rascacielos que dominan Manhattan, Donald Trump parece haberse convertido en estos días en una especie de King Kong agitando a las bases del Partido Republicano y azuzando al sector más extremista con sus consignas racistas y su odio antiinmigrante.

Eso por no hablar de sus proclamas antigubernamentales y de su promesa de gestionar el destino de millones en EU como lo haría el mejor de los empresarios.

Para un millonario que ha hecho del escándalo su compañero de viaje, que desde joven hizo fortuna construyendo rascacielos o casas de juego en Las Vegas o Atlantic City, que desde siempre ha disfrutado al lado de mujeres exuberantes que desfilan por la pasarela de concursos de belleza o que, en su tiempo libre, disfruta comprando equipos de futbol que luego remata al mejor postor, su incursión en la lucha por la presidencia se convirtió ayer en su mejor apuesta para mantenerse en el escaparate de los ricos y famosos en Estados Unidos.

En cinco ocasiones, Donald Trump, hoy de 69 años, amenazó con postularse, pero no lo hizo. Ayer demostró que la sexta era la vencida, y que no le importa invertir de su bolsillo. “Donald ha dicho una y otra vez que está dispuesto a poner 100 millones de dólares en esta campaña”, recordó ayer uno de sus amigos, Christopher Ruddy.

La inversión de Trump pronto podría traducirse en más programas de televisión, la elaboración de nuevos productos con su nombre y un lustre presidencial para el concurso de belleza de Miss Universo que ha regenteado desde hace ya 13 años.

Rodeado de incondicionales, Trump irrumpió ayer en el atrio principal de las torres que llevan su mismo nombre, en la quinta avenida de Nueva York, para embarcarse en la que, quizá, sea la empresa más ventajosa de su biografía: postularse como candidato a la presidencia, siguiendo el ejemplo de quienes, sin tener mayor mérito o preparación, han hecho de una candidatura presidencial un gran negocio.

Como la ex gobernadora de Alaska, Sarah Palin, quien tras su fallida lucha por la vicepresidencia en 2008 vio aumentar su popularidad y recibió contratos para programas de televisión, demostrando que el sabor amargo de la derrota en unas presidenciales bien vale la pena.

Otro caso fue el del ex gobernador de Arkansas, Mike Huckabee, quien fracasó en la contienda presidencial de 2008, cuando mordió polvo a manos de John McCain, el senador por Arizona. Tras su derrota, Huckabee consiguió contratos millonarios con la cadena de televisión FOX.

A diferencia de los más de 10 candidatos que han declarado su intención como presidenciables del Partido Republicano, Trump ha decidido que sus fortalezas se encuentran en el discurso de odio contra la comunidad inmigrante (principalmente la de origen mexicano), y en la política de seguridad fronteriza con México. Pero, además, en la retórica más pueblerina para atizar a las bases de la derecha más conservadora que siguen viendo en países como China y Rusia al enemigo identificado de EU.

En su lucha por la presidencia, Trump echará mano de todos sus recursos como comunicador y estrella de la televisión. Pero también de ese discurso antiinmigrante que convertirá en combustible para atizar a las fuerzas vivas del extremismo conservador y colocarse entre los primeros 10 candidatos del Partido Republicano, una condición indispensable para ser considerado por el Comité Nacional del Partido Republicano (NRC) en la parrilla de los debates por televisión.

Todo con el fin de mantenerse en el escaparate de las encuestas y en los debates de televisión que le permitirán brillar con luz propia durante las primarias del Partido Republicano, para después apagarse poco a poco con el inicio de la contienda por la presidencia donde los extremistas y racistas siempre se bajan de la limusina que conduce a la Casa Blanca.

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