Cae la noche en Tokio. El barrio de Shinjuku, en el corazón de la metrópolis, se llena de jóvenes niponas en minifalda que reparten octavillas entre señores entrados en años. A primera vista, lo que ofrecen suena inocente -unas invitan a "pasear", otras a "conversar"-, pero tras esas palabras se esconde un brutal negocio: el del sexo con menores.

"Sólo en Tokio hay al menos 5 mil niñas afectadas", afirma Yumeno Nito.

Esta joven de 25 años dirige una organización de ayuda llamado Colabo, que se ocupa de dar apoyo a las víctimas. Y es que cada vez más colegialas, algunas de apenas 14 años, caen en las garras de la industria del sexo. "JK", abreviatura de joshi kosei (estudiante de secundaria) es como se conoce en Japón a este floreciente negocio.

Muchas de las escolares afectadas provienen de entornos muy humildes o familias desestructuradas, explica Nito. Nadie se preocupa de ellas y la política económica del conservador jefe de gobierno Shinzo Abe agrava el problema, pues cada vez son más las familias que se sitúan por debajo del umbral de la pobreza.

La propia Nito también tuvo una infancia difícil. "No quería estar en casa porque mis padres se peleaban cons tantemente", cuenta. Nito se sintió desatendida, comenzó a beber y por las noches deambulaba por las azoteas. Cuando sus padres se divorciaron, dejó el instituto. Los únicos adultos que se dirigían a ella por la calle eran hombres en busca de sexo.

Más tarde, Nito encontró trabajo de camarera en un "maid- café" de los muchos que proliferan en los barrios de ocio tokiotas como Shibuya o Akihabara. Allí vio como sus compañeras de trabajo, vestidas de empleadas del hogar, entablaban contacto con la clientela masculina hasta acabar en el negocio del sexo.

Que las colegialas vendan su cuerpo a cambio de dinero no es un fenómeno nuevo en la tercera economía del mundo. Aunque la ley establece penas de prisión de hasta cinco años o elevadas multas para los adultos que tengan aventuras sexuales con menores de 18 años, cada vez más hombres buscan contactos a través de internet.

Entre los hombres japoneses se habla de un "complejo de Lolita", pues sienten una atracción especial por la inocencia y la pureza de chicas muy jóvenes. En prácticamente cualquier videoteca hay material sobre sexo con colegialas. "La sociedad, la conciencia de los adultos, debe cambiar", exige Nito.

La joven, que gracias a la ayuda de un religioso evitó caer en el negocio del sexo y logró entrar en la universidad, se propone provocar una sacudida en la sociedad nipona. Cada vez más chicas vienen de familias totalmente normales, sin problemas financieros ni de otro tipo. "No tienen ni idea de dónde se meten. Y sus padres tampoco", lamenta Nito.

Aunque en los últimos años la policía ha aumentado sus esfuerzos contra la prostitución ilegal, el problema no ha mejorado, afirman los expertos. El negocio de las "JK", gestionado por la yakuza -la mafia nip ona-, está en pleno boom, pues sus astutos operadores idean nuevos modelos para sortear la ley.

Entre otros, utilizan denominaciones inofensivas como JK rifure , para hablar de "masaje s" a los clientes, o JK osampo, que hace referencia al acompañamiento. Recientemente se destapó un negocio en el que se permitía a hombres adultos mirar bajo las faldas de las colegialas mientras éstas realizaban las tradicionales manualidades de origami.

Los empleadores hacen creer a las chicas que se trata de inocentes trabajos a tiempo parcial, mientras se les transmite un sentimiento de confianza.

"Para ello, utilizan herramientas populares entre los jóvenes como las redes sociales", explica Nito. A las niñas con problemas se les ofrece comida caliente, cama e incluso ayuda con la formación escolar.

Según Nito, la sociedad japonesa no es consciente del problema, pues a menudo se presenta como mero "entretenimiento". Por eso, la activista exige al Estado más apoyo para las víctimas y pide a más voluntarios que se ocupen de las niñas.

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