Los grandes líderes pueden cambiar la historia pero la presencia geográfica es permanente. México y Estados Unidos tienen una sinuosa historia de encuentros valiosos y desencuentros costosos para nuestro país. Abraham Lincoln y Benito Juárez, a pesar de sus respectivas luchas armadas, lograron edificar una visión de Estado sustentada en un orden constitucional, civil y democrática que sentó las bases de una relación de colaboración y respeto soberano entre México y Estados Unidos.

A partir de entonces nuestros gobiernos han buscado acoplar una sincronía económica de mutuo beneficio.

La historia muestra diversas evidencias donde la animadversión de algunos presidentes estadounidenses ha tenido notables consecuencias para México.

En su momento Andrew Jackson y James K. Polk cercenaron nuestro territorio en tiempos de Santa Anna.

Años después, William H. Taft reconoció el cansancio del pueblo mexicano por la dictadura de Díaz y vio con simpatía el ascenso de Madero. Su sucesor Woodrow Wilson quedó manchado por la conspiración del asesinato de Madero y la restauración del régimen anterior en manos de Victoriano Huerta.

Durante el mandato de Calvin Coolidge sucede el atentado contra la reelección de Álvaro Obregón. Después de ello, y una vez terminada la Segunda Guerra Mundial, la relación entre ambos países no tuvo mayores sobresaltos.

Muchos años transcurrieron hasta que se hicieron evidentes los profundos disensos entre Carter y López Portillo, así como los de Clinton durante los últimos meses del mandato de Carlos Salinas.

Desde su campaña Donald Trump ha tomado a México como rehén de su retórica, exagerando nuestros defectos y ocultando las grandes cualidades de nuestra relación bilateral, para sustentar sus ambiciones de reelección forzándonos a ser una pieza del tablero político interno de los Estados Unidos.

En un acto de franca intervención en nuestra política interna de libre tránsito, Trump exige que México contenga la migración de países centroamericanos, poniendo aranceles a nuestras exportaciones.

Hasta hoy no hemos visto un pronunciamiento público de los presidentes de Guatemala, Honduras y El Salvador en apoyo a México. Sus crecientes corrientes migratorias están generando fuertes tensiones que degradan la calidad de vida en la frontera de Tijuana con San Diego, saturando las instalaciones migratorias y las capacidades de seguridad fronteriza de ambas naciones.

En su nombre y sin mencionarlos, el presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, valientemente ofrece su mano abierta a la conciliación en una carta amable y firme que debe estar respaldada por la unidad de todos los mexicanos.

Trump sigue al pie de la letra las recetas empresariales de su libro El arte de la negociación, y de sus murallas mentales construye murallas físicas, raciales y comerciales que son fuente de conflicto y no de solución en su política exterior. Por primera vez en la historia reciente la animadversión de Trump no ha creado las condiciones para que dos presidentes de México en sus respectivos mandatos puedan ser recibidos en la Casa Blanca con la dignidad y el respeto que merecemos.

El presidente Donald Trump y el presidente Andrés Manuel López Obrador, más que sostener diálogos a distancia deberán construir los acuerdos para que en pronta fecha pueda celebrarse una reunión cara a cara entre pares.

Una reunión en donde el espíritu de Lincoln y Juárez, Roosevelt y Cárdenas, Truman y Alemán les recuerden que la fortaleza histórica de un gobernante se logra con la unidad y no con el sometimiento.

Rúbrica. ¿Educación de falda o pantalón? Hay que recordar que el peor lugar para meterse en un lío de faldas es Escocia.

Político, escritor y periodista. @AlemanVelascoM

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