Se paran y le aplauden. Justifican sus decisiones. A veces, hasta su lenguaje y sus modos. Defienden sus iniciativas. Le cubren las espaldas. No se trata de su base dura. No son los “discípulos de Bannon”, ni los lectores de Breitbart News. No son “granjeros del Medio Oeste”, “supremacistas blancos”, “propagadores del odio”, ni activos participantes en sus mítines políticos. Son legisladores, funcionarios y otros actores políticos muchos de los cuales emplean discursos frecuentemente moderados, otras veces no tanto, pero normalmente respetuosos y muy cuidadosos de las formas.

En ciertos temas de su agenda, tienen coincidencia absoluta con el presidente. Otros de los temas—como el muro y la política anti-inmigratoria—quizás les hacen ruido en cuanto a la manera de ser planteados, o a las formas de implementarse, pero no en el fondo de lo que Trump propone. Y en otros temas más, estos seguidores “blandos” de Trump, celebran en silencio el hecho de que alguien, finalmente, exprese de manera abierta lo que ellos durante tanto tiempo quisieron decir, pero no podían.

Puesto de manera simple: es imposible comprender el gobierno de Trump sin su complicidad. No hay ningún secreto o enigma al respecto. Esta serie de actores han ganado mucho en el camino. Pero en medio de esas ganancias, lo que parece estar ocurriendo es que varios de los principios y pilares que sostienen el poder suave y duro de la superpotencia, se tambalean ante sus ojos. Y sí, de pronto, los cómplices de Trump se percatan de ello. No porque repentinamente les invada alguna culpa o compromiso moral. Sino porque se dan cuenta de que, en medio del torbellino, también hay varias porciones de sus propias agendas que se están viendo golpeadas.

Este es el caso, por poner el ejemplo más reciente, de un poco común evento ocurrido esta semana: Una importante mayoría de senadores (68-23), con el voto de casi todos los senadores republicanos, aprobó una iniciativa para avanzar legislación que abiertamente expresa oposición a la política exterior de Trump, concretamente al retiro de tropas de Siria y de Afganistán. Se trata de uno de esos momentos en los que el poder legislativo y específicamente esa cámara en la que el partido del presidente conserva su mayoría, finalmente empieza a funcionar como contrapeso ante las decisiones de Trump.

Cualquiera podría argumentar que es perfectamente normal que cuando un mandatario cuenta con mayoría en ambas cámaras, ese presidente avanzará su agenda en diversos rubros. Y esto es correcto. Salvo que la presidencia de Trump de “normal” no tiene nada o casi nada. Por consiguiente, ante esa falta de normalidad que ya se preveía desde 2016, muchos textos y análisis e, incluso varios funcionarios con altos cargos y legisladores, esperaban que el sistema de pesos y contrapesos de Estados Unidos—una de las mayores envidias de cualquier sistema político—iba a ser lo suficientemente eficaz como para contener determinados aspectos de la agenda del presidente, factores que representaban alto riesgo para efectos de los intereses estratégicos de la superpotencia y para efectos de la estabilidad del sistema internacional. “Sobre mi cadáver”, llegó a decir John McCain—una histórica figura del partido republicano quien falleció hace poco—ante varios de esos riesgos previstos.

En cambio, lo que hemos visto desde el 2016, y a pesar de las disculpas tuiteras de McCain, es que Trump ha conseguido avanzar varias de sus promesas de campaña, proyectándose como un presidente que cumple con las bases que le eligieron. Ejemplo de estos pasos dados (a veces con el aval o respaldo de miembros de su equipo, de su partido, o de ciertos sectores del mismo; otras veces en contra de dicho respaldo, pero sin que exista suficiente contrapeso u oposición como para detenerlo) son: (a) El abandono del Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica o TPP; (b) El anuncio de la salida de EU de los acuerdos climáticos de París; (c) Las amenazas y enfrentamientos políticos con sus aliados europeos, con la OTAN y con su mayor socio estratégico, Canadá; (d) La renegociación del TLCAN y su potencial abandono (lo que podría abrir la puerta a que éste perdiera su vigencia antes de que la nueva versión, el T-MEC, fuese aprobado); (e) La guerra comercial con China; (f) La salida del acuerdo nuclear con Irán; (g) Las negociaciones con Corea del Norte; (h) Encuentros con Putin que ya al menos en dos ocasiones han sido enteramente privados solo con presencia de traductores, teniendo como contexto la ambigüedad de Trump en reconocer la injerencia rusa en el proceso electoral estadounidense y el cuestionamiento a la validez de las investigaciones de las agencias de inteligencia en EU; (i) A propósito de eso, el cuestionamiento de dichas agencias de inteligencia ha llegado al punto de llamarlas “inocentes” o dignas de “regresar a la escuela” cuando contrariaron al presidente en varios aspectos de su política exterior, esto sin mencionar el despido de un director del FBI que le era incómodo; (j) Medidas ejecutivas que incluyen la prohibición de la entrada a EU de personas procedentes de algunos países de mayoría musulmana (además de Venezuela y Corea del Norte, países que tuvieron que ser agregados a la lista de último momento tras el rechazo de las cortes a esta medida ejecutiva).

En fin, esta lista podría seguir y seguir hasta llegar a temas recientes como el sostenido respaldo de la Casa Blanca al príncipe saudí a pesar de haber sido implicado (por las mismas agencias de inteligencia que Trump descalifica) en el asesinato de un periodista del Washington Post en un consulado en Estambul y por supuesto, el anuncio del retiro de tropas de Siria y Afganistán.

La reacción de rechazo del Senado ante estos dos últimos temas, marca momentos cruciales pues finalmente se trata de resoluciones apoyadas no solo por los senadores de oposición, sino por la mayoría de republicanos, y son medidas que buscan oponerse frontalmente a la política exterior de su presidente. El problema mayor, sin embargo, es que, al margen de las posiciones políticas o ideológicas que se puedan tener, en este par de años, muchos nos hemos dado cuenta de cuán poderoso es realmente el presidente estadounidense para esquivar a los contrapesos existentes, y, por tanto, cuán difícil es contener políticas que, en la apreciación de muchos actores, incluidos varios de sus más cercanos asesores o miembros de su propio partido, podrían resultar verdaderos desastres.

Todo lo que hizo falta, según parece, fue tomar decisiones que, además de cumplir con sus propias promesas de campaña, otorgaran una serie de dulces, guiños y premios a algunos aliados para mantenerlos de su lado. El posicionamiento contra el aborto, la cruzada contra el Obamacare, la política anti-inmigratoria y el muro, la reducción de impuestos, el traslado de la embajada estadounidense en Israel de Tel Aviv a Jerusalem, incluso la guerra comercial contra China, son solo ejemplos de temas en los que distintos grupos de legisladores, políticos y electores republicanos quedan enormemente complacidos, muy independientemente de lo que esas personas piensen o expresen acerca del personaje llamado Trump, acerca de su discurso o sus formas de hacer política.

Permítame ponerlo en estos términos: por más que hagamos esfuerzos para comprender a la base dura de Trump, sus motivaciones y sus aspiraciones, la clave está en el hecho de que esa base nunca fue suficiente para tomar la Casa Blanca, para gobernar y/o para mantenerse en el poder. Hacía falta—hace falta—el sostenido respaldo de esos otros actores, los seguidores blandos.

La cuestión es que Trump viene en paquete. No se trata de decir “a mí no me gusta su lenguaje, pero sus medidas son necesarias”, asumiendo que las palabras y los dichos no importan, o que la desconfianza provocada por su falta de respeto ante temas como las reglas y las instituciones locales e internacionales, no son factores relevantes. Los cómplices de este presidente deben saber que cada vez que le aplauden, le respaldan o lo cubren, están protegiendo no solo esos aspectos muy puntuales que les fascinan de ese paquete, sino al paquete completo.

Twitter: @maurimm

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