Hay varias lecturas que pueden efectuarse acerca de lo ocurrido en las elecciones intermedias de ese país. Desde un ángulo, si efectivamente estas elecciones fueron un referéndum sobre la gestión de Trump, ésta no pasa la prueba y, por tanto, el presidente que hasta hace un tiempo parecía invencible en lo electoral, muestra sus vulnerabilidades. Desde otro ángulo, sin embargo, Trump demuestra que tiene capacidad de conservar una sólida base que hasta ahora le ha sido suficiente para gobernar y que en un futuro podría resultar estratégica en su reelección. Algunas consideraciones al respecto:

Primero, la polarización en Estados Unidos es real. Una simple mirada a las encuestas de salida de una casa como CNN nos arroja un perfil social, demográfico, geográfico, incluso de clase, muy distinto entre quienes votaron demócrata y quienes votaron republicano. Pero más allá de eso, hay otros signos de esa polarización. Por ejemplo, 86% de quienes votaron republicano consideran que el país va marchando por buen camino, mientras que 85% de quienes votaron demócrata, piensan que el país va en la dirección incorrecta; 70% de quienes votaron republicano piensan que el país se está uniendo más, 60% de quienes votaron demócrata perciben a un país más dividido; 75% de quienes votaron demócrata piensan que el tema más importante en el país es la salud pública, mientras que 75% de quienes votaron republicano consideran que lo es la inmigración; 87% de quienes votaron republicano consideran que la economía del país marcha excelente, 85% de quienes votaron demócrata piensan que, por el contrario, marcha mal. En otras palabras, los votantes demócratas y los republicanos parecen apreciar la realidad de su país desde ángulos opuestos, como si viviesen en universos paralelos. Esta polarización ha tendido a exacerbarse en los últimos meses, y no parece que los resultados electorales vayan a cambiar este panorama, al contrario.

Segundo, las elecciones intermedias sí parecen haber sido un referéndum sobre la gestión de Trump. De acuerdo con las mismas encuestas, 86% de quienes votaron republicano dijeron que lo hacían para apoyar a Trump, mientras que 85% de quienes votaron demócrata dijeron que lo hicieron para oponerse al presidente. Bajo esos términos, y muy a pesar de las varias victorias republicanas, Trump no fue el vencedor. Si lo medimos en términos de voto popular, en 2016 Trump obtuvo un 46.1% de las preferencias. Recordemos que Hilary obtuvo más votos, 48.2%. En ese entonces, a pesar de haber capturado 2% menos de votación, las victorias republicanas en el colegio electoral fueron suficientes para que Trump ganara la presidencia. En las elecciones actuales y salvo esperar datos definitivos, los republicanos parecen haber perdido por un margen aproximado de 7%, lo que significa que en 2018 votó por ellos un porcentaje aún menor de electores que en 2016. Obviamente, Trump no estaba en la boleta. Pero sí estaba en la mente de los votantes, como lo indican las encuestas de salida.

Por consiguiente, una historia acerca de estas elecciones tiene que ver con que “no hubo una marea azul” como algunos esperaban. Pero la otra historia nos dice que Trump no es imparable. Esta afirmación no es menor ya que a lo largo de los últimos años hemos visto cómo el magnate había desafiado a todas las encuestas y a todas las probabilidades en cada una de las contiendas en las que había intervenido. Sintiendo aún las vibraciones del 2016, estos días se publicaron decenas de análisis advirtiendo que las encuestas que preveían una victoria demócrata en la cámara de representantes (y que ya adelantaban la ventaja republicana en el Senado), podrían fallar. Muchos de nosotros nos quedamos expectantes pues sabíamos que era posible, como había sucedido en el pasado, que las probabilidades más bajas, una vez más, terminasen ocurriendo. No fue así. Ese aproximado 40% que apoya su gestión, la base con la que gobierna, parece ser el mismo porcentaje, o muy similar, que votó por candidatos republicanos. Ahora bien, es verdad que principalmente debido a los sitios geográficos específicos en donde ocurrieron las diversas contiendas, los votos recabados les alcanzan para acrecentar su mayoría senatorial y para ganar varias elecciones locales. Sin embargo, ese porcentaje no les alcanzó para derrotar a los demócratas en la única competencia verdaderamente nacional que hubo el martes: la competencia por la cámara de representantes, la cual incluyó al 100% de los distritos electorales del país.

Tercero, dicho lo anterior, podemos afirmar que Trump sí mantiene viva, y con buena salud, a esa base que le sostiene. Su narrativa es altamente eficaz para convocar emociones que van desde el miedo y el terror, hasta el enojo, la frustración o la desesperanza, a fin de cautivar a una audiencia amplia que le escucha y que conecta fuertemente con su relato. Esto, tanto en el pasado como en el presente, le funciona para obtener triunfos (o transferírselos a su partido) en espacios geográficos que son clave y que pueden ser cruciales para su reelección. El presidente, en otras palabras, ya está en campaña. No a partir de este momento, sino desde hace tiempo.

Cuarto, por consiguiente, si creíamos que ya nos acostumbramos a una presidencia conflictiva, espere usted a ver la etapa que sigue. Es decir, en estos dos años de gestión hemos atestiguado conflictos al interior de la administración, conflictos de Trump con las cortes, con los medios, con diversos sectores sociales (además de conflictos con aliados y adversarios internacionales), y ya se han suscitado también, múltiples conflictos entre el presidente y el Congreso. Pero ahora, ante una cámara de representantes de mayoría opositora, debemos esperar un incremento en ese nivel de conflictividad. La mayoría demócrata buscará funcionar como un contrapeso efectivo en diversos rubros. Pero Trump, quien se siente cómodo operando en un ambiente conflictivo, ofrecerá la batalla desde muy distintos, y no siempre esperados frentes. Dadas las circunstancias, sus objetivos quizás no serán ya trabajar con el Congreso para avanzar agendas que le eran importantes como la cuestión del muro u otras medidas migratorias, sino mostrar cómo es que esa mayoría demócrata representa lo peor del país y cómo su “ineptitud” es la que pone en riesgo a la nación ante los infinitos peligros que enfrenta. Cabe resaltar que esta conflictividad se verá incrementada si los representantes demócratas deciden proceder contra el presidente en temas como la investigación de su record de impuestos, o el lanzamiento de investigaciones paralelas acerca de las potenciales conexiones del gobierno ruso con el presidente o miembros de su equipo. Ante tales escenarios, Trump encontrará sin duda, cómo pelear. La sustitución de Jeff Sessions, procurador general que se había excusado de participar en las investigaciones sobre la potencial injerencia rusa, por un procurador más a modo, es solo una señal de los pasos que Trump está dispuesto a tomar para defender su posición. Del mismo modo, veremos a un presidente haciendo amplio uso de sus facultades ejecutivas (que no son pocas) para lograr sus objetivos y para proyectar la percepción de que él, a diferencia del “ineficaz Congreso”, sí cumple con lo que promete.

Esto no significa que en todos los temas será imposible lograr progreso. Por ejemplo, en varias cuestiones de política exterior como las relaciones con Rusia, Irán o incluso China, hay ciertos consensos bipartidistas en cuanto mantener la línea dura. Es posible, incluso, que el presidente consiga avanzar su agenda comercial que también cuenta con importantes respaldos en ambas cámaras. No obstante, lo que Trump debe esperar es una mucha mayor vigilancia, mucho más llamados a que miembros de su gabinete comparezcan y expliquen las decisiones de Washington, además de potenciales restricciones para ejercer el presupuesto como él lo desearía.

En suma, nos esperan dos años interesantes. Lamentablemente, el entorno de polarización (el cual ya se ha traducido en crímenes de odio y terrorismo interno) no tenderá sino a exacerbarse, mucho más ante los escenarios conflictivos que se avecinan. En ese contexto, es importante efectuar las dos lecturas paralelas que parecen dibujarse estos días: la primera, que Trump y su discurso no son infalibles ni gozan de una aprobación mayoritaria, lo que, si se entiende, arroja amplias áreas de oportunidad para quienes vayan a competir en su contra en el futuro. Al mismo tiempo, sin embargo, está una segunda lectura: Trump conserva una base sólida que sí confluye con sus planteamientos, base que se encuentra ubicada en espacios geográficos que podrían resultar estratégicos en futuras competencias electorales de EU. El presidente (aunque no lo reconozca) ha recibido el mensaje de que, si desea seguir gobernando, esa base probablemente hoy es insuficiente. Lo que sigue entonces, será el aumento de tensiones generadas por sus esfuerzos para acrecentar esa base y la lucha de esos otros actores que buscarán frenarlo y quienes hoy finalmente pudieron derrotarle.

Twitter: @maurimm

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