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Este artículo es un experimento. Me pregunto si tenemos las condiciones intelectuales para rescatar la acción política de la pura ambición por el poder. Y si ésta, a su vez, podría elevarse por encima de la aritmética de los votos. Es un experimento, digo, pues escribir cada semana sobre las cosas de este día, acaba sometiendo al escritor a la dictadura de las novedades. Pero en la política mexicana ya no hay noticias, sino variantes. Nada nos sorprende y me pregunto si, en medio de la rutina, es posible despertar un debate que valga la pena.
Los periódicos acumulan: 1) declaraciones de los políticos, que subrayan sus ambiciones propias y su rechazo hacia los demás, 2) casos de corrupción en los que solamente cambian los nombres; 3) violencia sistemática, con nuevas víctimas y victimarios; 4) reportajes que miden, profundizan o amplifican lo que ya sabemos; 5) afirmaciones sobre la oferta de la clase política, 6) críticas más o menos interesantes sobre los mismos temas; y 7) análisis y declaraciones de expertos y activistas sociales. Pero casi todo gira en torno de la misma retórica, las mismas ambiciones y la misma aritmética, con excepción de las verdaderas novedades, como los cataclismos de septiembre o las noticias que se originan fuera del país.
Sostengo que la política mexicana se ha vaciado de contenidos y propongo, en consecuencia, que nos neguemos a reproducir ese juego. No pido que abandonemos la crítica o la denuncia, ni que renunciemos a la oposición frente a las decisiones que nos lastiman. Pero invito a añadir causas y miradores de largo aliento: a dejar que las redes sociales se hagan cargo de esas rutinas —como de hecho sucede—, mientras que el periodismo publicado en papel se convierta en una conversación de fondo. Propongo que establezcamos un diálogo capaz de quebrar la repetición en la que nos hundimos, para devolverles dignidad y profundidad a nuestras reflexiones.
Para que eso suceda tenemos que perder el miedo a imaginar otro futuro. Si afirmo, por ejemplo, que el PRI es un aparato político sin ideología, cuya tarea principal es afirmar su posición hegemónica echando mano de los recursos públicos que maneja, no habré dicho nada nuevo. Pero si avanzo sobre la necesidad de modificar las reglas que permiten la captura de los espacios públicos o añado que esa mudanza no podrá darse mientras los puestos sigan repartiéndose sin mérito, habré entrado a una zona de debate, más allá de la reproducción manida de los hechos conocidos.
Creo, por otra parte, que el mayor defecto de Morena es que está sucumbiendo a la aritmética, mientras que su líder está apostando en exceso a la ética de la convicción —magistralmente descrita por Max Weber—. Una paradoja que potencia sus posibilidades de éxito en las elecciones, pero que anula sus posibilidades de ofrecer un gobierno estable. Su diagnóstico es certero, pero sus soluciones improbables. De modo que es preciso discutir el significado de esa contradicción, sin volver a la mecánica fútil de la conquista de votos.
Y apenas si tendría que añadir que el desafío más evidente del Frente Ciudadano Opositor es salir de la trampa de cortísimo plazo que se han impuesto, sin haber resuelto el horizonte. Y más intrincado aún el desafío, si se proponen reproducir la llamada agenda ciudadana cuyo eje está fincado en la más profunda desconfianza. Las organizaciones persiguen causas, no curules. Y sin éstas, los aparatos de partido desaparecerían.
He aquí el experimento: propongo hablar de esas contradicciones, de las razones que las originan y de los medios para afrontarlas. Propongo debatir más allá de la repetición de los hechos, porque si nos rendimos a ellos, solamente le habremos dado vuelta a la noria sin haber agregado una coma a nuestra historia, mientras el país se desbarata y la democracia se desangra.
Investigador del CIDE