Después de las elecciones del 1 de julio de 2018, con el triunfo arrollador de Morena, surgieron muchas reflexiones. En retrospectiva se decía que este era todo un fenómeno porque en la historia del país, en su etapa de estabilidad política, nunca una fuerza creada durante un sexenio había triunfado al finalizar éste. El caso más parecido es el de Francisco I. Madero con su partido antirreeleccionista, que triunfó en la coyuntura de la sucesión presidencial de 1910, le hicieron fraude electoral y después volvió a triunfar en elecciones constitucionales democráticas.

No obstante, más allá del reconocimiento al caso especial que representa Morena como fuerza política, hay interrogantes en relación a sus perspectivas. Muchos analistas se preguntan si Morena será capaz de comportarse como una fuerza mayoritaria, como una fuerza de gobierno; muchos se preguntan si podrá dar el salto de fuerza de oposición a fuerza de gobierno; muchos otros insisten en cuestionar si a los militantes de Morena ya les cayó el veinte de que son la mayoría, de que son los que llevan las riendas de este país en esta coyuntura histórica. También, otros se preguntan en perspectiva si Morena tendrá la capacidad de desarrollar su propia fuerza, sus propios méritos políticos más allá de la figura de Andrés Manuel López Obrador que le ha dado cobijo y votos.

En todo caso, Morena debe responder con su práctica, con sus acciones, con su quehacer cotidiano a esas interrogantes. Morena tiene mucho qué cuidar: ganó la Presidencia de la República, ganó la mayoría en la Cámara de Diputados, ganó la mayoría en la Cámara de Senadores, ganó la mayoría en 18 congresos locales, tiene a uno de los presidentes de la República mejor posicionados del mundo. Entonces tiene una gran responsabilidad.

Me parece que la palabra clave es “cuidar”. Morena tiene mucho que cuidar. ¿En qué orden debe hacerlo? Por un lado, tiene que cuidar su unidad, su cohesión; tiene que verse en el espejo de lo que sucedió con otras fuerzas políticas. Hay otros casos de fuerzas que se presumían de izquierda y que se pulverizaron, que nunca pudieron superar sus divisiones. Por otro lado, tiene que cuidar su conducta. Debe haber mesura. Mesura en su relación con la sociedad, con las instituciones del Estado; mesura en sus relaciones internas. Honestidad; una conducta que el pueblo reconozca, que nadie reproche. Y, finalmente, debe cuidar su perfil; no desvanecerse, mantener sus principios, impulsar los principios por los que luchó como oposición en los espacios en los que ahora tiene enormes responsabilidades. Cumplir con lo que siempre persiguió, cumplir con lo que siempre ofreció. Esas son las responsabilidades de Morena.

Desde la oposición, Morena demostró que se podía triunfar sin dinero, con mucha organización, con mucha participación, con vocación de gobierno, con independencia del Estado para no dejarse cooptar ni corromper. Ahora, Morena tiene que demostrar desde el gobierno y desde la mayoría que es una fuerza capaz de cuidar el proyecto fundamental. Si lo logra, Morena tendrá mucho porvenir.

Pensemos en ejemplos históricos, como los laboristas en Gran Bretaña que lograron ser mayoría durante varias décadas, y a lo largo de este tiempo consolidaron un fascinante Estado de bienestar social, Welfare State; pensemos en la socialdemocracia sueca, que durante muchas décadas pudo consolidar derechos sociales y libertades políticas. Inspirados en ejemplos como estos y muchos otros en el mundo, Morena puede ser una fuerza que transforme hoy y que siga transformando mañana, siempre y cuando sepa encauzar con orden las pasiones transformadoras.


Presidente del Senado

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