Hasta el cansancio, sin pausa, el gobierno ha dicho que su reforma educativa era impostergable porque urgía “recuperar, para el Estado, la rectoría de la educación”. Es falso el enunciado pues el mando nunca se lo arrebataron: los distintos gobiernos, desde hace décadas, acordaron compartirlo con la estructura dirigente, corrupta y antidemocrática, del SNTE (anexos, similares y conexos), porque vieron en esas camarillas, como en un espejo, su propia cara. Eran, por catadura ética y cinismo, idénticos. De manera impune y, sobre todo, sin que les importara un comino, pactaron, a cambio de favores políticos y económicos recíprocos, soterrar la educación. La SEP no fue “colonizada”: junto con el sindicato, eso sí, colonizaron el espacio educativo del país para ponerlo al servicio de sus intereses de corto plazo y precarias ideas.

Si ya la propaganda era mentira, la recuperación de la rectoría de la educación, como eje sustantivo de la reforma, quedó tendida, inerme, tras las clásicas tres caídas, en el cuadrilátero de la Arena México, la catedral del pancracio nacional. El 26 de mayo, Juan Díaz de la Torre, quien preside el SNTE, “puso a disposición del candidato Meade una estructura de más de 300 mil maestros activistas encargados de llevar votos” el día de las elecciones. Como favor con favor se paga, el señor Díaz de la Torre es candidato a diputado federal por la Coalición que postula al Ciudadano Meade.

Estos miles de maestros prometidos (ojo: no de la Sección XXII, sino del Sindicato Bueno que Apoya la Reforma y el Interés Superior del Niño) serán “la base para la movilización del día D”, para acarrear votos. Y harán una gran cantidad de acciones para poder decir a “nuestro candidato: esto es lo que sin duda acredita que el resultado llevará a que Pepe Meade será el Presidente de México”. Anunció que “lo que viene es intenso: vamos a desarrollar en las 100 ciudades más importantes de México, en dos fines de semana, una movilización extraordinaria para desdoblar la acción de los trabajadores de la educación”.

Era una reunión multitudinaria del Partido Nueva Alianza. Díaz de la Torre no habla de militantes, sino de maestros. Y el Ciudadano Meade, en medio del ruidoso ambiente, matracas y vítores, gritó: “¿Dónde están los técnicos, los que no le temen a los rudos que tenemos por delante? ¿Dónde están los técnicos que van a salir a ganar? Y los asistentes le respondieron: ¡Aquí estamos! Contagiado por la emoción de sus interlocutores, les pidió que lo ayuden a ganar: seré el mejor presidente.

Ariadna García y Horacio Jiménez, autores del reportaje en este diario, señalan que a la lucha libre se le conoce como la más “honesta de las simulaciones”. Tienen razón. En este caso, el técnico Meade que enfrentará a los rudos de la política, trastoca la esencia de este deporte y espectáculo maravilloso, pues protagonizó la más “deshonesta de las simulaciones”: se pone una máscara que dice le es ajena, finge ser candidato ciudadano e insiste: “Yo soy el que estará en la boleta”. Pues sí, será él, como el más dañino de los priístas, pues no se atreve a decir que sí lo es y que representa sus peores tradiciones y amaños.

El nuevo PRI impulsó la así llamada reforma educativa asociado, como siempre, con el SNTE. No se trató, nunca, de recuperar para el Estado la rectoría de la educación, sino de recobrar, para este gobierno, el comando de la vieja complicidad, corporativa, que incluye, por supuesto, el control del magisterio y la añeja trapacería en la elección. No importa el daño a la educación, ni la falta de respeto a la libertad política del magisterio.

Hay algo peor que un político corrupto. Se trata de un político hipócrita, pues niega serlo, a pesar de seguir los pasos de (y apoyar a) los que han esquilmado y destrozado al país. Fuera máscaras.

Profesor el Centro de Estudios
Sociológicos de El Colegio de México
mgil@colmex.mx @ManuelGilAnton

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