Esta semana esperamos información relevante sobre lo que México puede hacer en América Central. La CEPAL entregará un informe con un abanico muy amplio de recomendaciones, el cual permitirá movilizar apoyos de regiones tan distantes como el Japón, hasta la Unión Europea, para ayudar a los países centroamericanos a salir de la grave crisis que sufren. Se presume que las líneas generales no serán muy distantes de lo que hasta ahora el sentido común dicta: inversión en infraestructura física y social, reducir la corrupción y atender a una población juvenil irredenta, así como dar una mayor capacidad multiplicadora a las remesas que, como ocurre en México, pesan mucho en economías como la salvadoreña.

Con un diagnóstico en mano, resulta crucial que México despliegue un liderazgo político suficiente para que la estrategia pueda llegar a buen puerto. En muchos otros temas de la agenda global podemos eludir nuestras responsabilidades, como en el pasado lo hicimos con Haití y ahora lo hacemos con Venezuela. Recordamos que en el restablecimiento de las relaciones entre Estados Unidos y Cuba pesó más el Vaticano que nosotros y ahora las conversaciones de paz para Venezuela tienen lugar en Oslo. Todo esto puede ocurrir, pero el desarrollo de América Central no puede suceder sin México. La región está en nuestra zona de responsabilidad y su viabilidad forma parte de nuestro interés nacional. Por tanto, es una prioridad para nuestra política exterior y también para nuestra seguridad nacional.

Tengo presente que en el pasado hemos jugado un papel importante gracias, entre otras cosas, al liderazgo diplomático que en el sexenio de Miguel de la Madrid consiguió vertebrar Bernardo Sepúlveda, pero también tengo muy presente que el siglo XXI ha sido una secuencia de fracasos y discontinuidades impropias de una potencia regional. El inclemente tiroteo político y las pugnas interburocráticas hundieron una espléndida idea llamada Puebla-Panamá. Posteriormente se han planteado iniciativas mesoamericanas y otras formulaciones sin que tengamos la disciplina política de un país que proyecta, en el mejor sentido de la palabra, poder sobre la región.

No estamos ante un escenario sencillo porque a pesar de la enorme ayuda que los países de Centroamérica han recibido de la comunidad internacional, su propia dinámica interna —la cual supongo habrá de verse con ojos críticos y con un diagnóstico mucho menos complaciente— no hay forma como las sociedades centroamericanas no asuman la parte que les toca en su tragedia y que se presenten en el mundo como países inexorablemente destinados a recibir ayuda. Guatemala ha recibido apoyos para la pacificación y creación de instituciones, lo mismo El Salvador y por supuesto Honduras. Su falta de viabilidad responde también a una lógica política que requiere una suerte de autocrítica y no presentarse siempre con ese victimismo tradicional de una Latinoamérica que habla de sus desgracias como si vinieran de otra galaxia y no hubiesen tenido, sus élites, partidos y votantes, responsabilidad alguna en el desastre que han acumulado al paso del tiempo.

Digo esto porque no habrá apoyo externo que baste si las élites políticas de sus países siguen oscilando entre la frivolidad y el radicalismo, la corrupción y el dispendio. Un país requiere de la ayuda externa para salvarse, pero no puede redimirse sin una reforma profunda que llegue hasta la propia mentalidad de los ciudadanos. Los tres países, particularmente Guatemala y El Salvador, incluso tienen islas de prosperidad, pero no la conseguirán en plenitud si no articulan una agenda de regeneración nacional en la que México debería contribuir decisivamente.

Me parece que, si efectivamente vamos a asumir el liderazgo en la región, como acertadamente lo ha sugerido el Presidente, no podemos desentendernos de una presión política directa a los gobiernos de estos países para una mejora sustancial en su administración y en su capacidad de generar bienes públicos. De otra manera, el dinero que este gobierno y esta generación inyecten en esas economías tendrá el mismo efecto que lo que las generaciones anteriores hicieron: ayudarlos a salir del bache para que nuevamente las tensiones internas los devuelvan a la tragedia. México requiere de una Centroamérica estable y próspera y considero sensato que invirtamos toda nuestra capacidad política, económica y de poder suave en la región que es, desde luego, una prioridad ineludible de nuestra política exterior. Finalmente cabe preguntarse si Estados Unidos va a apoyar esta iniciativa o no.



Analista político. @leonardocurzio

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