El presidente electo ha decidido que la cancelación del Aeropuerto de Texcoco es el terreno en el cual libraría su guerra de independencia del poder político respecto del poder económico.

Debo decir que comparto la tesis central, la cual sugiere que, en una democracia, debe separarse el poder económico del político y si el presidente cree en esa teoría, yo no puedo más que darle la razón.

La autonomía de la política debe estar por encima de las presiones de grupos que pueden condicionar, no sólo el ejercicio del presupuesto, sino tener legislación a modo para beneficiar sus intereses.

Sin embargo, creo que en una democracia, que además tiene economía de mercado, el presidente no puede desentenderse de los equilibrios macroeconómicos que afectan particularmente a las personas de menos ingresos y, por lo tanto, sus decisiones deben, en todo momento, velar porque la depreciación de nuestra moneda no cause inflación y el poder adquisitivo de los salarios se erosione o el incremento de las tasas de interés no presionen más las finanzas públicas, hipotecando el alcance de los programas de apoyo a los menos favorecidos. Tampoco es buena noticia, para quienes pagan tarjeta de crédito o tienen una hipoteca, que por una decisión gubernamental apresurada puedan subir las tasas de interés, generando afectaciones en grupos ajenos a la problemática aeroportuaria.

Me parece un error grave del presidente no argumentar correctamente los motivos de su decisión. Ha invocado el resultado de la consulta, también ha mencionado un hipotético negocio para crear una región como Santa Fe (él, quien fue el gran impulsor de esta zona con la edificación de los Puentes de los Poetas, sabe cuál es el poder de los desarrolladores). Aun así, no queda debidamente fundada y motivada su determinación.

Pero el más grave de todos los errores es haber escogido erróneamente el campo de batalla. Imagino que las presiones por la restricción presupuestal que tiene lo han hecho perder la calma y la lectura que hago es: si el presidente tenía como mandato modificar la correlación de fuerzas entre el poder económico y político, eligió un campo equivocado.

Creo que si vas a ir a un choque directo con el poder económico más vale que lo hagas por algo que realmente valga la pena. En otras palabras, en lugar de causar enojo y abrir hostilidades por una obra pública, mejor optar por una reforma progresiva de la hacienda pública y hacer que los grupos más acaudalados incrementen su contribución a los gastos públicos. Si tu costo va a ser devaluar la moneda o tener turbulencias en los mercados, pero en el largo plazo conseguirás un erario público musculoso y con capacidad de reducir desigualdades, yo creo que el negocio vale la pena, porque finalmente es construir un Estado y darle continuidad a un proyecto con visión social. Un gobierno políticamente fuerte pero fiscalmente débil no va muy lejos.

Ahora, lo que ocurre, es que nos quedamos sin aeropuerto; los llamados corruptos se consolarán con nuevos contratos y la autoafirmación política del presidente quedará como una victoria pírrica unos meses antes de asumir el mandato. Yo pienso que elegir correctamente las batallas es fundamental y puestos a escoger, yo hubiese preferido una gran reforma fiscal, al manotazo del aeropuerto.

Analista político. @leonardocurzio

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