Los dos países más grandes latinoamericanos estrenaron nuevas presidencias. A los dos, Andrés Manuel López Obrador (AMLO) y a Jair Messias Bolsonaro (JB), les une que llegaron al poder por el hartazgo de los partidos gobernantes antecesores involucrados en actos de corrupción y a la búsqueda de soluciones de problemas estructurales, por parte de su electorado. Sin embargo, son más sus diferencias que sus semejanzas y además tienen una visión de modelo económico que contrasta.

Brasil viene saliendo de una severa crisis económica, luego de que el país decreciera más de 3% en 2015 y 2016. La economía carioca se vio afectada por la caída en las cotizaciones de las materias primas y una fuerte retracción del consumo y la inversión.

Los dos años siguientes fueron años de recuperación, alcanzando tasas de crecimiento positivas, en promedio superior a 1%, por mejores condiciones económicas que incidieron favorablemente en sus industrias agrícola y automotriz y por la consolidación fiscal en que está inmersa la economía brasileña.

Por su parte, la economía mexicana en el pasado reciente, ha experimentado un avance del Producto Interno Bruto similar a su patrón de las últimos dos décadas alrededor de 2%, pero comenzó a mostrar una desaceleración, a partir del cuarto trimestre del año pasado. La tasa de creación de empleos en el primer bimestre de 2019 no ha sido suficiente para recuperar los perdidos al final de 2018 y la inversión, en un entorno de incertidumbre por acciones erráticas o sin fundamento económico, ha disminuido.

Otros indicadores tales como menor producción industrial y de autos, así como disminución de las ventas al menudeo y la intención de frenar el gasto público, ante una menor recaudación, en los primeros 100 días, han provocado un ajuste de las expectativas de crecimiento a la baja en 2019, ubicándolas en 1.5%

Cualquier comienzo es lento; sin embargo, la actual administración ha heredado una situación frágil de la empresa productiva del Estado, Pemex, obsoleta, endeudada, saqueada por el huachicoleo, y que hoy constituye el talón de Aquiles de la economía mexicana, de no presentarse un plan sostenible de largo plazo.

De hecho, el superávit fiscal se pudiera ver comprometido para salvar a CFE y a Pemex. Si hubiera un deterioro adicional de la calificación crediticia de la empresa petrolera, se degradaría la deuda soberana, lo que implicaría la salida de “capitales”, inestabilidad cambiaria y presiones inflacionarias.

De igual manera, el Banco de Brasil redujo su estimación de crecimiento económico para 2019 a 2.0% de 2.4%, previsto a principios del año. Este descenso en la proyección obedece, principalmente, a una más débil expansión en el cuarto trimestre de 2018, a la originalmente prevista; a nuevos desastres mineros y cosechas más débiles.

A pesar de un descenso en la tasa de desempleo, ésta sigue siendo alta y confrontando a la población por problemas sociales; la desigualdad en Brasil es una de las más altas del mundo.

El mayor reto de la actual administración carioca es cumplir las metas fiscales este año. Asimismo, existe gran expectativa en la reforma al sistema de pensiones, que ya fue turnada al Congreso de ese país.

Empero, la oposición ya ha expresado sus desacuerdos y no es muy claro que ésta tenga el suficiente soporte y si la reforma pasa será con enmiendas.

La investigación de corrupción en la empresa nacional petrolera, Petrobras, llevó a la condena a varios miembros del Partido de Trabajadores (PT), incluyendo la de 12 años de prisión al expresidente Lula y la destitución de la entonces dirigente Dilma Rousseff. La Fiscalía de Brasil ha pedido ya que el expresidente Temer sea enjuiciado también, en otro caso de corrupción. Por lo que la desconfianza a la clase política es alta y el pueblo brasileño pedirá resultados rápidos a Bolsonaro, quien está orientado en seguir una agenda pro-mercado y lograr la consolidación fiscal.

A pesar de coyunturas muy complicadas, ambos, Lopez Obrador y Bolsonaro, piensan que sacarán a sus países respectivos de la delicada situación que la dejaron el Partido Revolucionario Institucional y el Partido de la Social Democracia Brasileña. Ambos tienen un perfil mesiánico, ya que consideran que ellos son más poderosos, que las propias instituciones de sus respectivas naciones.

Ambos se colocan en dos polos opuestos en el manejo de política económica. Mientras AMLO trabaja por un gobierno centralista, cercano al pueblo y anti neoliberal, Bolsonaro se ufana de ser nombrado el Trump tropical y Chicago Boy, es decir, un adepto de la escuela monetarista y liberal.

El gobierno del presidente mexicano ha decido trabajar de la mano con el sector privado, creando el Consejo Asesor Empresarial, ya que le considera necesario para crecer 4%. Sin embargo, sus sesgos e ideología, quizá lo distancien más de una vez con la élite económica, como ya sucedió con la cancelación del Nuevo Aeropuerto Internacional de México (NAIM). Solo el tiempo dirá si estas dos formas de gobierno, moderan sus visiones y transitan más al centro. Los dos surgen de una crisis de la élite política y la exigencia de soluciones es mayúscula.

Directora del Instituto de Desarrollo Empresarial Anáhuac en la Universidad Anáhuac, México Norte.
Email: idea@anahuac.mx

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