Emulando al mal geniudo personaje televisivo Hans Puhenheimer: Que alguien me explique, ¿cómo se puede ser neoliberal y conservador a la vez?

El neoliberalismo suele asociarse con políticas a favor de una amplia liberalización de la economía, de la libre competencia, de la reducción tanto del gasto social como de impuestos, menor intervención del Estado en la economía principal eje del desarrollo nacional, privilegiando la participación del sector privado. El conservadurismo es el cúmulo de doctrinas y posiciones generalmente identificadas con la derecha, apegadas a las tradiciones, renuente a los cambios políticos, sociales o económicos radicales, proteccionista y defensor a ultranza de los valores familiares y religiosos, contrario al libre mercado. O sea, el neoliberal conservador estaría a favor de la apertura económica, del libre mercado, por tanta sociedad como sea posible y tanto gobierno como sea necesario, a la vez que se opondría a cualquier cambio que alterara el status quo político, económico o social.

En esta mescolanza de adjetivos, la 4T se ufana de liberal —el más—, fustigando al conservadurismo, en tanto interviene en la economía, centralizando, acaparando funciones, decidiendo por anticipado por el pueblo, adjudicando contratos directos, pugnando por la autosuficiencia productiva, trasluciendo preceptos religiosos aspirando a una constitución moral. Se confunde la aplicación de un modelo conservador y nacionalista con uno liberal.

El término conservadurismo viene utilizándose oficialmente de manera despectiva, casi como una actitud vergonzante. Aún así, AMLO representa a todos los ciudadanos sin distingo, lo cual implica emplear un discurso de unidad, sereno, conciliador y representativo, no excluyente, dividiendo en bandos ni aplicando calificativos peyorativos —fifís, mafiosos, fantoches, sabelotodo, hipócritas, doble cara, aplaudidores, conservadores—, denostando, retando y descalificando. Un gobierno eficiente no requiere desacreditar “adversarios”. Por cierto, el vocablo “fifí”, a partir de 2017, en plena campaña electoral de AMLO, sustituye al término “popoff”, aplicado a gente rica o riquilla, presumida o pretenciosa. Declaró además la abolición del modelo neoliberal y de su “política de pillaje, antipopular y entreguista, urgiendo a construir un modelo postliberal”, enfatizando que el mercado no sustituye al Estado y la necesidad de economía para el bienestar.

La circunstancia de México ameritaba un presidente que como AMLO se consagrara enérgicamente a arremeter contra corrupción, violencia y pobreza. Sin embargo es insuficiente solo resarcir, es fundamental crear un entorno de prosperidad compartida, logrando cuajar planes y proyectos apropiados. De no reencausar adecuadamente los recursos reunidos, asignándolos a gasto sin retorno, en lugar de crear infraestructura, tropezaremos con la misma piedra, terminando sin recursos y sin bienes productivos. De qué servirá asignar miles de millones de pesos a la construcción de la refinería de Dos Bocas, de no resultar redituable la inversión. Lo mismo ocurriría con el Tren Maya o el aeropuerto de Santa Lucía, entre otros proyectos que por lo pronto proceden más de la obcecación presidencial que de convincentes estudios de viabilidad. Preocupa una nueva reducción de presupuestos y de personal en diversas secretarías, pasando de la austeridad republicana a una pobreza franciscana, destinando los fondos ahorrados en proyectos inviables.

Acogerse insistentemente al derecho de réplica concierne más a un boxeador en el ring, lo deseable es resolver diferencias en términos diplomáticos y conciliadores. Fomentar la polarización por posturas encontradas, sustituyendo respuestas concretas con evasivos epítetos, es presagio de tormenta. Que alguien me explique, ¿existe el neoliberalismo, el conservadurismo o el postliberalismo puro e impecable?, ¿vale la pena confrontarnos por ello?


Analista político

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