La aparente sólida y resistente muralla que aglutina a los partidarios de Morena ha mostrado reveladoras grietas que desmienten la unidad interna entre camaradas.

De cuantas renuncias de cercanos colaboradores presidenciales, la de Carlos Urzúa se cuece aparte: no dimitió por problemas de salud ni se cayó del caballo, simplemente de manera franca y concisa expone sus desacuerdos, revelando la ligereza con que se asumen las decisiones cupulares, las intrigas palaciegas y el incierto derrotero por el que se dirige el país. Evoquemos la renuncia de Gilberto Valenzuela, secretario de Gobernación con Plutarco E. Calles: “Hay dos razones por las que se da una renuncia, cuando el superior le pierde la confianza al subalterno y cuando el subalterno le pierde la confianza al superior. Como se da el segundo caso, le presento mi renuncia”.

La aplanadora de Morena es la versión actual de la que durante décadas condujo al PRI a sucesivas victorias, hoy un partido partido que difícilmente resurgirá de sus cenizas, que no parece haber aprendido la aplastante lección, cuando su inminente líder tiene que defender la procedencia de su copioso patrimonio. Por su parte, el PAN la tenía, era suya y la dejó ir; su mediocre posicionamiento parece impedirle otra oportunidad. ¿Retiene usted el nombre del actual dirigente del albiazul?

Ciertamente, el adversario del cual se debe cuidar Morena es Morena, intereses y ambiciones internas crean división y provocan resbalones. Es el caso de tres aspirantes que pretenden frustrar la reelección de la líder Yeidckol Polevnsky, presagiando mutuas desacreditaciones. Es el caso también de Baja California, que luego de haber elegido gobernador por un periodo de 2 años, su Congreso decidió prolongar el mandato a 5 años. A la fecha, AMLO, firme en privilegiar sus proyectos predilectos, acudiendo a votaciones a mano alzada, incluso a adjudicaciones directas, cancelando obras en proceso y apremiando el inicio de otras, eliminando instituciones de asistencia social y reduciendo sin sustento presupuestos y personal, entre otras acciones, ha tenido el apoyo mayoritario de la “gente”, a la que pronto habrá de rendir cuentas de lo logrado bajo su responsabilidad.

Gran parte del éxito de la gestión de López Obrador está fincada en la reanimación de la industria petrolera, ahora supeditada a los resultados del plan de negocios de Petróleos Mexicanos (Pemex) 2019-2023. Dicho plan pretende que el gobierno federal invierta 141 mil millones de pesos en los próximos 3 años, además de reducir la carga fiscal durante 2 años, obteniendo 128 mil millones de pesos adicionales. Así, para 2021, Pemex finalmente lograría un superávit, elevando la producción de un millón 625 mil barriles diarios de crudo actuales a 2 millones 697 mil barriles. Pemex posee el deshonroso título de ser la petrolera más endeudada del mundo, superando su pasivo 106 mil 500 millones de dólares. Entre las observaciones al plan de negocios de Pemex sobresale Citi Research, considerando que los montos que Pemex plantea reducir son decepcionantes e insuficientes. La Coparmex critica que el plan no resuelve problemas estructurales de la empresa y Grupo Financiero Monex comentó que el plan genera incertidumbre en los mercados. La calificadora Moody’s advirtió que los recursos previstos para apoyar a Pemex son insuficientes, por lo que el gobierno federal tendrá que elevar significativamente su apoyo financiero para poder financiar el déficit de efectivo y el vencimiento de la deuda. La apuesta de López Obrador al petróleo es riesgosa, deja en prenda su evaluación presidencial y por ende su sitio en la historia.


Analista político

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