Los pobres están siempre en la política: están estando y están no estando. Están como personas, como sociedad, como economía. Están en los grandes procesos sociopolíticos y también en los pequeños, en los de la vida diaria; están produciendo riqueza. Casi siempre están como perdedores. Pero en donde nunca faltan es en los discursos y en la boca de los políticos que los convocan, los movilizan, los usan para sus ‘grandes proyectos’ de redención del mundo.

En México abundan los pobres; México es una república de pobres, sostenida por los pobres, una exitosa fábrica de pobres. Hoy, no obstante, emerge en el horizonte la posibilidad de construir una república que no se erija sobre la fabricación de pobreza, sino una república para los pobres. Es eso lo que las políticas sociales de Andrés Manuel López Obrador ofrecen a este vasto sector de la sociedad que por décadas ha sido los olvidados de los proyectos económicos y políticos del país.

Andrés Manuel los quiere convertir en sujetos históricos del cambio, pero también en los beneficiarios del cambio. A ellos van destinados la parte más importante de los proyectos económicos y sociales de su gobierno.

Las clases económicas y políticas que han reinado en este país, construyendo una nación inmensamente desigual, desesperanzada y sin futuro, no quieren ver la inmensa pobreza sobre la que se asienta su riqueza. No la quieren ver porque verla significaría plantearse algún tipo de vergüenza ética y moral. Los pobres son el otro, negados, invisibilizados. Existen como productores de riqueza, pero no como sus beneficiarios.

Nuestro modelo de desarrollo debe mucho de su fracaso a una concepción no solo equivocada por elitista, sino también por ignorante de lo que constituye el lugar de los pobres en la economía, en la sociedad y en la construcción de estabilidad social. En este modelo solo las élites cuentan, y éstas no quieren repartir ni la riqueza, ni el poder. Lo quieren todo.

Un mejor reparto de la riqueza, una mayor movilidad social no lo ven como una posibilidad de legitimación del sistema, sino como una amenaza a sus privilegios. Este modelo es auto-aniquilante, no solo propicia el resentimiento social, la violencia, y la inestabilidad, sino que se cancela a sí mismo toda posibilidad de sobrevivencia. Una sociedad más igualitaria, con canales abiertos de movilidad social, con mayores posibilidades de integración social, con menor discriminación en todos los campos, daría lugar a una sociedad más justa, más sostenible. La mínima racionalidad económica nos dice que, aumentando el salario de la población y los niveles de bienestar, se da el mejor estímulo a la economía, al desarrollo de las actividades industriales y económicas, a la viabilidad del país.

Ahora el secreto del ‘triunfo’ es participar del proceso de globalización y de sus beneficios, como si estar o no estar en la globalización fuera una elección y no una forma forzada de relación en la que se está como ganador o como perdedor, pero en la que, definitivamente, no se puede estar únicamente como ganador. Los neoliberales movilizan subliminalmente las macro variables, los macro discursos, las macro promesas. Las personas concretas, los que sobreviven para vivir, los que padecen en lo económico, los que sufren con las estructuras concretas de dominación, importan poco. Importa la tasa de crecimiento, las variables macroeconómicas, las grandes compañías exportadoras, los grandes consorcios que se instalan en el país para beneficiarse de los bajos salarios, las materias primas baratas y la ausencia de normas ambientales y laborales, y que son los promotores de las reformas estructurales, con lo cual se hacen competitivos en el mercado mundial sin dejar beneficios al país.

En el Proyecto de Nación de AMLO, en sus programas sociales, económicos, en su visión sobre los pueblos originarios, sobre la naturaleza, el campesinado y la producción agropecuaria, sobre los derechos humanos, los pobres constituyen el centro y los destinatarios finales de todas las acciones de gobierno. Su llegada a la Presidencia de la República representa una gran oportunidad para cambiar el país, tal vez la última, una gran oportunidad que inicie un gran proceso renovador de la vida nacional y una dignificación sustancial de la vida de todos aquellos que vivieron en los márgenes de la sociedad, los condenados de la Tierra.

Profesor-Investigador de El Colegio
de México

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