Perfiles. Van algunos perfiles preliminarmente construidos con lo que han mostrado los aspirantes presidenciales en esta precampaña teóricamente centrada en los procesos internos de sus organizaciones y alianzas:

El prospecto sin partido propuesto por el PRI, el Verde y el Panal, José Antonio Meade, llega al final del año con apuestas que definirían hasta ahora su estrategia de convencimiento dentro y fuera de esos aparatos políticos. Lo que sobresalió en estas semanas fue su empeño en mantener esa difícil equidistancia entre su ‘apartidismo’ y su necesidad de contar con apoyos activos y comprometidos de cúpulas, cuadros intermedios y bases de los partidos aliados. Porque lo que ya está viendo venir es el imperativo de conservar cohesionadas las filas de su coalición para estar en aptitud de enfrentar la guerra —básicamente sucia— de la que ya llegaron los primeros obuses desde los emplazamientos adversarios.

Por su parte, las complicaciones en el frente internacional le darán ocasión de remarcar la diferencia favorable que frente a sus oponentes ofrece su formación y experiencia en los planos más altos de responsabilidad, toma de decisiones, elaboración de políticas públicas y gestión de crisis, para conquistar la confianza y la cohesión de una mayoría nacional cada vez más consciente de que probablemente ya estamos llegando al tramo más destructivo de la era de Trump. Y aquí hay otra diferencia a enfatizar, que en su momento le puede permitir constituirse en el candidato más propositivo en materia de salidas eficaces frente a los efectos más nocivos, que ya tocan a la puerta en nuestro país, de la disrupción provocada por los nuevos mandos estadounidenses.

En estos campos, la comparación le será ampliamente ventajosa al aspirante de esta formación PRI-Verde-Panal. Ya fue aprobada la reforma fiscal que el presidente del norte promulgará en enero, acompañada acaso del anuncio de nuevos estragos para México, al cumplir su primer año en la Casa Blanca y al entrar en la recta final allá las elecciones intermedias de noviembre y la probable radicalización del discurso y el quehacer presidenciales con miras a afirmar y afianzar a su electorado ultra.

Anaya: ¿sustituir o imitar a AMLO? A su vez, desde una coalición del populismo de su partido Morena, con algún pequeño partido entre maoísta y clientelista, el Partido del Trabajo, y otro más, religioso conservador, el Partido Encuentro Social, la opción de Andrés Manuel López Obrador, aparte de no salir del cotilleo doméstico y de insistir en sus personalísimas extravagancias, ofrece acaso algunas novedades de matiz respecto de sus dos fallidas campañas anteriores por la Presidencia. Mientras que, desde un frente que incluye a la derecha histórica del PAN, al PRD que alguna vez aglutinó a la izquierda electoral y al Movimiento Ciudadano, altamente eficaz para ensanchar sus espacios como ‘partido bisagra’, la opción de Ricardo Anaya parecería proponerse sustituir a AMLO en la delantera, tomando lo esencial de su discurso contra lo que López Obrador llama el ‘PRIAN’, y de sus propuestas populistas.

Adictos a la indignación. Pero quizás los mayores rasgos comunes de estos dos todavía precandidatos, aparte del provincianismo de sus agendas —no aparecen allí los efectos que ya empezó a padecer México del descontrol global desatado por Trump— podrían encontrarse en el cultivo por ambos de la adicción a la indignación ciudadana, en los términos en que la registró la semana pasada George F. Will en el Washington Post para Estados Unidos. Éste retoma el concepto de Eric Hoffer, quien a mediados del siglo pasado les atribuía esa adicción a los intelectuales. Pero ese “sobrecalentamiento moral”, sostiene Will, se ha democratizado y hoy todos pueden estar “felizmente furiosos, delirantes, histéricos e intoxicados con sus señales apocalípticas”. En México, un ‘sobrecalentamiento’ en pleno invierno, cortesía de los discursos de AMLO y Anaya y de sus repetidoras en medios y redes.

Lo mejor para 2018.

Director general del Fondo de Cultura Económica

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