Valiente año nuevo. En una temporada como ésta, pero de varias décadas atrás, Susanita le preguntó a Mafalda cómo sería el año que viene. “Muy valiente —le respondió la inolvidable creación de Quino— porque como anda la cosa… ¡animarse a venir…!”. Y sí que se necesita valor hoy para enfrentar un 2018 antecedido por un 2017 —el primero de la era de Trump— malo para la paz, el progreso y la democracia, pero con la suficiente inercia —escribió Rafael Rojas en La Razón del domingo— como para que el segundo de estos años de Trump no sea mejor.

Este solvente académico del CIDE nos recuerda que las amenazas de campaña de Trump en 2016 se convirtieron en políticas públicas en 2017: contra el libre comercio, contra los migrantes, contra la estabilidad y la seguridad internacionales... Y contra los estadounidenses pobres, condenados por una reforma fiscal que se convirtió a la postre en el primer triunfo político para apuntalar en la Casa Blanca al actual presidente. Y aquí hay algo ominoso en los escenarios mexicanos de este valiente año nuevo, si intentamos el ejercicio de avistar lo que nos esperaría si se llegaran a materializar en políticas públicas algunas propuestas de campaña para nuestra elección presidencial del 1 de julio.

Por ejemplo ¿Cómo encuadrar en nuestro de por sí frágil Estado de derecho, una política pública de diálogo con las bandas criminales a fin de convenir con sus capos las condiciones para pacificar el país, como lo propone López Obrador en una aparente puntada de campaña? Bueno. Tampoco parecía viable el cumplimiento de algunas de las más aberrantes propuestas de campaña de Trump que ahora se afirman como políticas públicas. Y ya ni hablar de los efectos en la fuga masiva de inversiones internacionales y devaluaciones que provocaría la conversión en política pública de la amenaza de campaña de AMLO de revertir la reforma energética. Pero, igual, Trump ha convertido sus prejuicios y arcaísmos en políticas públicas y no queda más que esperar los efectos de la pérdida de competitividad de la economía más poderosa del mundo.

Por un puñado de votos. Acaso la idea del perdón a los capos del crimen tenga alguna raíz religiosa mal procesada. O su radical nacionalismo nutra su rechazo a la participación del capital internacional en la industria energética. Pero ¿cómo encontrar una justificación ética o de interés nacional en la amenaza de campaña de López Obrador de revertir la reforma educativa? Porque aquí su política pública consistiría paradójicamente en renunciar a la política pública: en restaurar el poder de las camarillas sindicales de reimplantar sus propias ‘políticas públicas’ de suspensiones indefinidas de clases, venta y herencia de plazas, ascensos por ‘méritos’ en marchas, bloqueos y quema de gasolineras, con inmolación del despachador en un caso dramático; sin evaluaciones de aptitudes e idoneidades de los docentes, y sin un nuevo modelo educativo pensado en la formación integral de niños y jóvenes, y no en los intereses políticos y corporativos de un puñado de líderes. La política pública que se derivaría de la amenaza de revertir la reforma educativa, aunada a la incorporación a la campaña de AMLO de la familia de la ex lideresa magisterial en arresto domiciliario, tiene un nombre: la restauración inmoral de control corporativo de los maestros a cambio de un puñado de votos.

¿Y tú quién eres? No siempre es posible aproximarse a las políticas públicas que se desprenderían de las propuestas de campaña. Especialmente cuando no las puede haber. Es el caso del ‘Frente’ integrado por partidos antitéticos en principios y programas, como el PAN y el PRD. Y si nos pueden perturbar las certezas de lo que serían las políticas de AMLO, difícilmente tranquilizan las incertidumbres en cuanto a las políticas públicas que puedan surgir de una alianza sin más propósito que el reparto de cuotas de recursos y poder y de un candidato sin identidad y sin más programa que el atropello de todo cuanto se interponga en su camino.

Director del FCE

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