Las funciones del encomio. En casi 90 días del nuevo gobierno, su primer mensaje de rectificación de uno de sus ucases al Congreso le ha dado la primera semana de reconocimientos casi unánimes en la prensa no oficialista. Mañana cumplirá una semana de elogios a una aparente reconsideración que habría concedido el presidente López Obrador, con su mayoría en el Senado, ante la resistencia de las minorías al sesgo militarista de la iniciativa presidencial para crear la Guardia Nacional. Estos reconocimientos se extienden a la habilidad de los líderes parlamentarios, en especial del morenista Ricardo Monreal; a la firmeza de las minorías (el ‘PRIAN’) y a la sensibilidad de una mayoría activada por los riesgos de ver exhibido bajo control castrense al país de la Cuarta Transformación. Sólo en los últimos días se acopian análisis críticos como el muy lúcido publicado aquí por Mauricio Merino, según los cuales estaríamos ante un cálculo oficialista para darle al Ejecutivo una ley suficientemente celebrable por sus retoques antimilitares, pero también con márgenes para cubrir las operaciones de las fuerzas armadas sin mayores cambios al diseño original.

No se trata de regatear la valoración pública de este episodio, único, en lo que va del gobierno, ponderado como opuesto a la pretensión de infalibilidad del presidente. Pero el riesgo del encomio desmesurado es el de ver la relación de la crítica frente al poder como la de quien diariamente es maltratado y un día en que no hay maltrato, colma de elogios al maltratador cotidiano. Y es que en este corto periodo, el régimen ha echado a andar una mayoría parlamentaria sin consideración de los derechos de las minorías. Con ella ha atropellado derechos humanos y sociales (laborales). Y en paralelo, ha echado mano también del mecanismo atrabiliario de las llamadas ‘consultas populares’, en las que ha ‘sustentado’ gravosísimas medidas para la economía nacional.

Incluso dando por sustanciales las muy aplaudidas rectificaciones, dictadas por la prisa para sustentar la participación de las Fuerzas Armadas contra el crimen, nada permite anticipar en adelante la continuidad de un ejercicio del poder abierto a la negociación. Claro, los reconocimientos en cascada a la permeabilidad del Ejecutivo y de su mayoría, así como a la determinación de las minorías, podría constituir una estrategia comunicativa de estímulo a seguir por ese camino en los asuntos más sensibles en puerta. Pero, igual, los elogios a granel podrían ser también actos reflejos de los arcanos de nuestra cultura política, en que el crítico percibe que no debe desaprovechar ocasión de renovar su licencia para criticar a cambio de nivelar con una buena nota sus habituales observaciones reprobatorias al desempeño del régimen.

Elogio del establishment. Sólo que los valores exaltados hoy como algo excepcional, ya eran algo normal en el deturpado Congreso Mexicano de las últimas tres décadas, incluso desde antes de los gobiernos sin mayorías legislativas. Fueron aquellas legislaturas abiertas a la discusión, la negociación y el acuerdo, a las aportaciones de especialistas, organizaciones civiles y grupos de interés. Formaban parte del establishment de las democracias representativas, hoy en curso de ser barridas en el mundo por el auge de los movimientos antisistema. Pero algo le debe decir al nuevo régimen el hecho de que la actitud que hasta ahora le atrae mayores reconocimientos fuera de las filas oficialistas es la actual percepción de apertura a las posiciones de los demás, propia de las reglas democráticas en las que avanzaba hasta el 30 de noviembre el sistema político mexicano.

El vituperio. En cambio, algunos de los más altos costos pagados al filo de los primeros 90 días del régimen, han derivado del vituperio a los acuerdos de aquel establishment: la cancelación del aeropuerto y el ataque a la Reforma Educativa, que condujo a empoderar y a refinanciar una disidencia magisterial enfrentada ya al nuevo gobierno.

Profesor Derecho de la Información. UNAM

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